1 de mayo de 2007

EL CANCIONERO

Hoy, como prometimos la semana pasada, nos toca una canción de Aute. ¿Qué digo de Aute?, ¿que es pintor?, ¿cantautor?, ¿director de cine?, ¿poeta?. Es un artista polifacético y singular, que deja en sus letras buena parte de su filosofía. Aute, en definitiva, es Aute. Y de eso nos alegramos muchos.
Había elegido una canción concreta, Slowly (Alevosía,1992) no porque me parezca especialmente buena, sino porque su por más que me encuentre un tesoro en las fuentes del Nilo fue la primera estrofa de nuestra relación. A partir de ahí me interesé por Aute con carácter retroactivo, igual que me pasó antes con otros muchos autores o grupos, por ejemplo Serrat y sus poetas, de los que hablaremos en este espacio. Lo que pasa es que hoy no sé si quiero hablar de Aute, o quiero hablar de como llegué a interesarme por autores tan diametralmente opuestos a mis primogeneos gustos asimilados (la música heavy de mi barrio). Por eso no quiero continuar con esta rutina semanal sin mencionar una figura fundamental en mi vida musical. Más que una figura, un espacio y una persona. Una habitación de pueblo, al fondo, a la derecha, una pila de cassetes y una radio de coche adaptada al hogar. Mi tío Miguel, del que ya hablé en mi artículo mi olimpo de los dioses, era el dueño de aquel equipo, de aquel misterioso universo de músicos sin melena ni tachuelas. Igual que con mis ideas políticas, me acerqué a su mundo, que abrió las puertas del mío, tumbado en su cama. En su habitación de Madrid recuerdo centenares de pegatinas de sindicatos, de partidos políticos, de manifestaciones, cosas extrañas para un niño de ocho o diez años, pero que calaron en mí más de lo que ninguno iba a imaginar en aquellos momentos de inocente ensoñación. Con la música ocurría lo mismo. En las largas tardes de verano me tiraba en su cama a escuchar. Primero fueron los Beatles, descubrimiento comparable en mi vida al de américa para la historia. Asi el Lennon de sus primeros años y Colón en mi cabeza tienen más similitudes que el pelo a tazón. Después fueron Serrat, Simon and Garfunkel, Cecilia. Me acuerdo que volvía al barrio y fingía el mismo entusiasmo por la música heavy, pero en casa las cintas de melenudos comenzaban a arrinconarse y las que le robaba a mi tío ocupaban en realidad el espacio más importante para la música: el de la reproducción. ¿Saben cuando cambió mi vida definitivamente?. Hay dos momentos fundamentales. El primero cuando mis amigos del barrio me regalaron el Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band de los Beatles. Fue algo así como salir del armario. El segundo fue cuando me calcé los primero Levi´s de mi vida, cuando asumí que a mi no me gustaba tanto el heavy, ni los ajustados, ni las melenas, y si la música pop de los sesenta y los setenta y, sobre todo, las chicas, que jamás me hubieran hecho caso si hubiera seguido canturreando a Barón Rojo. Un traidor, me decían, eres un traidor, y yo me consolaba con el olor dulzón de una melena quinceañera y el sabor maravillosamente salado de un cuello a la par entregado y muerto de miedo.

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