10 de mayo de 2007

EL EXTRANJERO

COSAS QUE DEJÉ DE USAR (IV); 1960
A.M.C.

Al final de mi calle había un pequeño local con un cartel: “ALQUILER DE TEBEOS Y CAMBIO DE NOVELAS”. Era una habitación cuadrada, enfrente un mostrador, una estantería con las novelas y una puerta de entrada a la vivienda, en la pared de la derecha y en la de atrás dos bancos de madera. Los tebeos colgaban de unos alambres sujetos a las paredes. Leías dos o tres, pagabas los veinte o treinta céntimos y a la calle. El dueño era un señor entrañable, culto y pacifista que había estado huido en Francia por no ir a la guerra, hablaba a su nieta en francés y yo le llamaba en broma Antuan Galicien, Antonio Gallego era su verdadero nombre. Yo empecé leyendo Hazañas bélicas y El guerrero del antifaz, luego novelas del Oeste generalmente de Marcial Lafuente Estefanía y más tarde de intriga de Ágata Cristie. Finalmente dejé de ir porque mi gusto por la lectura se fue haciendo más exigente y la biblioteca de mi tío Miguel, que era Teósofo y bibliotecario de esa bondadosa y clandestina sociedad colmaba todas mis necesidades.

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