30 de junio de 2007

INGENIEROS


Hace tiempo que quería escribir sobre (algunos de) los ingenieros (¿civiles?). Circulo y camino por la ciudad, me asomo a las ventanas de las casas y veo cosas que me sorprenden, atrocidades que me dejan sin aliento. Las veo y pienso, de esta tengo que hablar. Pero nunca las apunto. Hoy he vuelto a pasar por un lugar común de mi juventud, la carretera que une Aluche con Pozuelo, he visto una de ellas y me he dicho, hoy sí, hoy escribo. A la altura de televisión, justo en el cuartel que hay a su lado (algún día hablaré de esta ¿curiosa? coincidencia ideada por Paquito Rana y los suyos) hay un paso elevado para peatones. Es un paso elevado estandar, escalinata a ambos lados y una pasarela. Lo cuirioso, y hablo de décadas, es que tenía una especie de protección, como láminas en arco que iban desde el principio de la parte del cuartel hasta...¡ la mitad de la pasarela !. Pensad ¿cual puede ser la explicación?, partiendo de la base de la utilidad de esas láminas arquedas, que debe de ser la protección para las caídas casuales o intencionadas (porque sombra no da). ¿Es que la tentación de tirarse se termina al llevar la mitad recorrido?. Vale, pero ¿y si vengo del otro lado?. ¿Lo pagó el ejército y a partir de ahí pensaron que le den morcilla al soldado si se tira, ya no es nuetra jurisdicción?. ¿Se les acabó el presupuesto a mitad de obra y en diez años no tuvieron nunca dinero?. A mi la explicación que más me gustaba (y cientos de veces hemos pasado y las hemos barajado) es que el diseño original era cubrir solo la parte de la pasarela, por lo que se fabricaron x láminas. El que las puso pensó que había para todo y a la mitad de camino vio que no y pensó, esto, pues lo mismo era así, y se fue a casa, que jugaba el Madrid.

El caso es que hoy, por fin, he visto que estaba todo el puente, desde el primero escalón hasta el último, laminado. ¡ Qué alegría !, se ha cerrado un ciclo en mi vida, el del misterio del puente incompleto. Supongo que a algún ingeniero del ayuntamiento se le habrá encendido una lucecita y habrá decidido acabar con al obra. Y es que hay ingenieros que tienen grandes ideas. Por ejemplo ¿quien fue el ingeniero que aprobó, o diseñó, la marquesina publicitaria que hay al principio de la calle Toledo?. Mejor, ¿quien aprobó su ubicación?. Está justo a media docena de metros del semáforo, por lo que impide a los coches que enfilan la calle sepam de que color está y obliga a ir muy despacio en previsión de sorpresas (con lo que eso entorpece la circulación) o arriesgarte a incómodos frenazos, y una tensión innecesaria. Pero el colmo de los colmos que ahora recuerdo está en el Colegio La Latina. Ahí tienen un patio con varias pistas deportivas (por llamar de algún modo a las canastas y las porterías sobre el asfalto). Pues para los días de lluvia han diseñado un techo (un ingeniero, claro) que han colocado en un lugar, cuando menos curioso. Una de dos, o se quedaron cortos o no pensaron para qué era. Lo han colocado de tal forma que ocupa unos nueve décimos del campo de baloncesto, pero no cubre del todo ninguna de las dos canastas. ¿Tanto les costaba haberlo hecho cinco metros más grande y además de protegerse de la lluvia los escolares podrían jugar al baloncesto?. O si no había dinero o la cerrazón ingeniera decía que esos eran los metros ¿no podían haberlo colocado tapando con holgura una de las dos canastas?.

En fin, que ahora mismo no recuerdo más, pero espero vuestros ejemplos de atrocidades y absurdos de la ingeniería.

MICROS

¡ Cómo te he echado de menos !. Su hijo de dos años y medio se abraza con fuerza, no entiende de la relatividad del tiempo, pero para él dos días también han sido una eternidad.

GIGOLO; Capítulo cuarto. Semen en tu rostro


Lo ha negociado desde el primer momento, con mucha claridad. Pasar horas sirviendo chorizos, de mi tierra oiga, a clientes con prisa y mucho tiempo, le ha dado serenidad para estos trances. Mira, hoy tengo ganas de algo especial, sencillito, un pequeño detalle. Aisha escuchaba con atención. Que un cliente la trate con tanto respeto sigue sorprendiéndola. Aquí, el que no es un hijo de puta es un maricón de mierda que no se le levanta si no te da dos guantazos, ten cuidado, mi niña, le dijo Bennhir, una enorme y experimentada meretriz que ejerce desde los veinte. Hace un año y el tiempo le ha dado la razón a su compañera, que sigue ahí, un verano más, otro invierno, un nuevo otoño, y pese a todo, pese a la rabia, pese a la podredumbre del alma, riendo, siempre con una frase simpática para comenzar el día. Se acabó la reunión, chicas, ¡a comer pollas!. Hay compañeras que no lo comprenden, que no son capaces de entender de dónde saca tanta vitalidad y tantas ganas de reír viviendo la vida que le ha tocado. Aisha sí, ha aprendido a tomarse las cosas con cierta filosofía. Eduardo es uno de sus clientes habituales. Viene un par de veces al mes y casi nunca pide nada extraño, o humillante y doloroso. Algún día me gustaría darte por culo, ¿me entiendes?, le dijo una noche, pero con tiempo, que sé que tiene que ser algo doloroso. Es uno de sus mejores clientes. No te me encapriches, le dicen sus compañeras, pero cuando ve aparecer el viejo ford fiesta respira feliz, sabe que va a tener al menos una hora de paz. Lo de hoy tampoco se ha salido de la norma. Hola, cariño, hacía mucho que no venías. Sí, ya sabes, el trabajo. Dentro del coche, Eduardo le aclaró las preferencias, su capricho. Quiero una mamada, pero una buena y eterna mamada, que me hagas gritar, sin prisas, con cariño, ¿sabes?. Claro, mi amor. Pero sin preservativo, quiero correrme en tu cara, ver mi leche en esa carita negra tan bonita. La petición no era extraña en sí misma, más bien común entre los clientes. Son cosas de la pornografía, mi amor, le dice Bennhir, que siempre tiene respuestas, les mete ideas raras en la cabeza. Lo extraño era que la petición viniera de donde venía. Y podía haber sido peor, hay quienes buscan que se lo trague, y el miedo al sida pesa mucho. Claro, cariño, te voy a hacer la mejor mamada de tu vida, si tenías pensado hacer algo esta noche ya me estás llamando porque te voy a dejar tan a gusto que no vas a ser capaz ni de meter la primera marcha. A Eduardo le sigue sorprendiendo su castellano, igual que le sorprende que una mujer con su belleza necesite trabajar en esto. Pero duran poco las dudas, las curvas, el cariño y el empeño de Aisha acaban con todo. Y es verdad que se lo está tomando con mucha calma. Igual que hace con otros clientes, ha bajado su pequeño top para ayudar a que la excitación se dispare y todo termine lo más rápidamente posible. Chocolatito para mi niño, les dice a los remolones. Eduardo las acaricia, puede que hasta con ternura. Son grandes pero no demasiado duras. El tacto es suave, y en la oscuridad es verdad que sus enormes pezones parecen erectas tabletas de chocolate. Aisha nunca se excita con los clientes, se asustaría, lo que ocurre es que con Eduardo, al menos, se concentra en su trabajo. Con el resto piensa en sus problemas, en su chulo, en si algún día podrá salir de la sombra de estas ramas y estos troncos, en su pequeña Layla. De ahí la calma y la concentración en sus sensaciones, para traducir las de Eduardo. Tenerlo feliz es un lujo para ella, es asegurarse un cliente respetuoso. Con ninguno pone tanto empeño. Primero la ha humedecido con la lengua, deslizándola desde la base hasta la parte superior, abriendo muy bien la boca, mirándolo a los ojos, como diciéndole, mira lo que hago por ti. Eduardo acariciaba su pelo, se enamoró de ella por su tersura. Le gusta acariciarle el pelo a la mujer que tiene su polla en la boca, un gesto de complicidad, puede que hasta de agradecimiento. Hoy tiene mucho que agradecer, porque Aisha parece disfrutar y eso lanza sus sensaciones. Se la mete despacio, abriendo la boca todo lo posible, para dejarla dentro, sin tocarla, durante un segundo. Después la captura, como por sorpresa, buscando un gemido sordo que no tarda en llegar. La lengua, posada por completo en la cara interna del pene, casi hasta la base, ejerce una ligera presión, mientras que el resto, abanderado por los labios, comienzan el baile. Lo hace muy despacio, como le han pedido. Cuando la polla casi está fuera, la lengua juguetea sobre la punta, como si le hiciera un lazo, y después se repiten los pasos, dentro, fuera, lazo, dentro, fuera, lazo... Eduardo no deja de mirarla, ni de acariciarle el pelo. Siente, además del placer que apenas denota su respiración, sensaciones encontradas que si no estuviera donde está, si no estuviera con quién está, si no se lo estuvieran haciendo por dinero, no dudaría en calificarlas de cariño. Cuando se aceleran los movimientos y las manos desaparecen del juego, con su pelvis las hace innecesarias, ya no acaricia su pelo con tanto cariño, sino que sostiene la cabeza, obligándola a mantener un ritmo concreto. A ella le da igual, cuando lo ha querido lento, ha sido exasperantemente lenta, ahora que lo quiere más rápido, responde a su demanda con velocidad. La polla es cada vez más incisiva, más profunda y empieza a sentirse incómoda, porque presiona tanto que teme sentir una arcada. Por eso se detiene. No dice nada, o por lo menos no la verdad. Tendremos que ponernos de otra forma para que te corras en mi cara ¿no?. ¿Eh?, ¿qué dices?, ah, sí, salgamos fuera. Lo hacen, aunque ella permanece sentada en el asiento del conductor. Eduardo apoya las manos sobre el coche y se deleita, no solo con las sensaciones de su polla húmeda y bien atendida, sino con lo que ve, una preciosidad negra que se la mete una y otra vez y que lo mira como anhelando la descarga. De vez en cuando alza la vista, inconscientemente, ajeno al ir y venir de vehículos, muy probablemente a los mismos quehaceres. Todo es indiferente, las luces, los ruidos, las otras putas en busca de clientes, las que ya trabajan en los coches, azotados por el terremoto del sexo, algunos espectacularmente intenso. Hasta que ve una silueta, que parece ajena, más que ajena, impropia. Pudiera ser una profesional, todas lo pueden ser, más a estas horas y en este lugar. Desentona porque parece más bien una drogadicta y la Casa de Campo, si tiene algo en cuanto a prostitución se refiere, es organización, para el placer es un auténtico parque temático. Esta es la zona de las africanas, y afinando un poco más, de las guineanas, así que no cuadra en absoluto su pálida presencia. Lo peor de todo es que le resulta familiar. La polla sigue dentro y fuera de la boca de Aisha, sacudida de vez en cuando por sus legüetazos expertos. Definitivamente, le resulta familiar. Va capturando su atención, con su andar perdido, sus pasos inseguros, hasta tal punto que llega a olvidarse de su verdadero interés, el de llenar de leche el rostro de Aisha. ¡Mierda¡. Aisha aparta el pene y lo direcciona a su rostro, pensando que había llegado el momento. Pero no es lo que le ocurre. Me cago en al puta. ¿Te pasa algo mi vida?, ¿he hecho algo mal?. No, nada, nada. Está nervioso, ve su pene erecto, reclamando atención, Aisha sentada, desconcertada, esperando respuesta, y la inquietante y blanquecina figura cada vez más cerca. Sigue, por favor, sigue. Hay dos focos de atención en su cerebro, y espera tener suerte, y tiempo, para no salir mal parado en ninguno de ellos. Aisha retoma sus deberes con ilusión. No entiende nada, pero sabe que si le pone empeño Eduardo se correrá y estarán los dos felices. Chupa y chupa, lame, muerde, juguetea, mientras que Eduardo sigue con la mirada a la joven, que alarga su peregrinaje, tropezando aquí y allá. Va llegando el orgasmo al tiempo que la figura se aleja, sorteando unos setos, tropezando de nuevo y cayendo. Se asustaría, se preocuparía, se pondría tal vez en marcha, de no sentir el orgasmo, ahí mismo, a las puertas de su polla. ¡Ahora!, ¡aparta!, ¡aparta, que me corro!. Aisha obedece y se pone a una distancia prudencial. Eduardo mueve con destreza su propio pene, dos, tres veces y la primera descarga impregna la mejilla de Aisha. Es una sustancia cálida. La segunda surca como una flecha su ojo y la tercera se queda justo en la punta de la nariz. El resto llega con tan poca fuerza que gotea al suelo sin llegar a su objetivo. Todavía manchada por el semen, se mete al polla en la boca y juguetea otro poquito más con ella. ¿ Te ha gustado?, pregunta con verdadero interés. Mucho, me ha gustado mucho, toma. Le entrega los veinte euros mientras ella, con una servilleta de bar, se va limpiando. Ahora tengo que irme, de verdad, me ha encantado, nos veremos la semana que viene. La besaría, pero hay demasiada prisa. Aisha se queda, desconcertada, pero satisfecha. La tarifa acostumbrada por una mamada es de doce euros, hay ocho de más que la hacen sonreír.
Se mete en su coche a toda prisa. No quiere perder el rastro errante de la figura. La vio caer tras unos setos, a unos doscientos metros de su polla y la boca de Aisha. Sortea los baches, las parejas casuales, los otros coches, cruza la calzada y aparca junto a los setos. Camina con cuidado, uno no sabe lo que puede encontrarse en lugares como éste. Él encuentra precisamente lo que busca, sin dejar de ser lo que no quería encontrarse. Entre matojos, como dejada caer desde un árbol, está la extraña figura. Cuando se inclina hacia ella ya no le resulta tan extraña. Aparta un mechón castaño de la cara, sintiendo una punzada de nostalgia por esa infancia perdida reflejada con dolorosa claridad en el cuerpo tendido. Susana. Susurra. Susana, ¿qué haces aquí?. Tiene ganas de llorar. No sabe bien por qué, pero toda la vida sintió algo especial por esta mujer. Nadie lo sabe, ni tan siquiera Adrián, su primo. Cuando eran pequeños venían mucho al barrio, a casa de Adrián. Recuerda decenas de tardes de domingo correteando por las terrazas, ella como un chico más, saltando, gritando, disparando. Los tres juntos. Adrián también la quiso mucho siempre. Es una tía genial, Edu, ¿a que sí?. Y en verdad se hacía querer. Era cariñosa, incluso con él, que no dejaba de ser el simple amigo de su primo. Luego fue creciendo y los juegos pasaron a ser más serios. Con ella se fumaron el primer porro. Seguían haciendo exámenes de sociales y jugando al rescate en el recreo cuando Susana les enseñó como se liaba uno de esos cigarritos para la risa. Vamos, tíos, no me vengáis ahora con miedos. Esto es como un cigarro. ¿Cómo no hacerle caso, con esa mirada, con esa sonrisa?. No queda nada de aquello, ni mirada, ni sonrisa, apenas queda nada de la Susana de su infancia en la mujer inconsciente, delgada, devorada por el caballo, azotada por la vida, zarandeada por el destino, imagina mientras acomoda el cuerpo sobre su regazo, consciente de que sigue viva e intuyendo que tendrá que esperar bastante hasta que vuelva en sí. Marca el teléfono de Adrián. Sí, chavalote, ¿qué te cuentas?. Hola Adrián, ¿dónde andas?. Voy camino de, duda un instante, pero Eduardo está muy nervioso para darse cuenta, voy a ver a una amiga. Necesito que vengas. ¿A tú casa?. No, a mi casa no, a la casa de campo. ¿Y qué coño haces ahí?. Joder, comprar estampitas de la virgen, no te jode, ¿vas a venir?. Ah, que va en serio, ¿tienes algún problema?, ¿estás en peligro?, ¿quieres que llame a la policía?. No, tranquilo, solo quiero que vengas. Vale, pero estas bien ¿no?. Sí, sí, no es por mí, tú ven, entra por la puerta del río, y sube hasta arriba, donde están las negras. Joder, no sé dónde están las negras. No importa, tú ve dirección teleférico, y más o menos a tres kilómetros de la entrada ve fijándote a la derecha de la calzada, verás mi coche, no hay demasiados aparcados tan cerca. Vale, pero seguro que estás bien ¿no?. Sí. Mira a Susana, que parece volver a la vida, con los ojos abiertos, pero tan ausente que no siente donde se encuentra, y vuelve a cerrarlos, tal vez feliz en las piernas de su viejo amigo. Vale, en diez minutos estoy ahí, voy con la moto, y tú no hagas nada que me obligue a partirle las piernas a alguien, ¿de acuerdo?. Sí, no te preocupes, no tardes. No, no tardo.
Diez minutos después, tal y como había prometido, ruge a sus espaldas la moto. Viene embutido en unos ajustados pantalones de cuero negro y una cazadora, igualmente ajustada y negra, como el casco que, ahora, descansa sobre la moto. Ha tardado en reconocer la escena, su amigo sentado y una puta sobre él. Eso es lo que ha interpretado y lo que sigue viendo cuando está a un metro de ellos. Había barajado tantas y tan siniestras posibilidades que le parece graciosa la verdad. Vaya, la has dejado tonta de un pollazo, si es que me calza una entrepierna mi amigo. Eduardo no dice nada, está abstraído, como si lo que le está ocurriendo pasara a millones de kilómetros de aquí. Los diez minutos se le han hecho eternos y ahora le cuesta volver de las lejanas tierras a donde había llegado. ¿Qué coño le ha pasado?. Pero no le da tiempo a esperar la respuesta, porque más cerca se da cuenta de que no se trata de una puta, o por lo menos no sólo de una puta, sino de su prima, de su adorada y olvidada Susana. Me cago en Dios, ¿qué cojones le has hecho a mi prima, hijo puta?. Eduardo valora su respuesta, apremiado por el tiempo, porque intuye que si ésta no convence a su amigo un ojo a la virulé no se lo quita nadie. La he visto por casualidad. Ha sido la clave, la respuesta correcta, en el tiempo correcto más bien. Sin valorar lo absurdo de su razonamiento anterior, Adrián se arrodilla y comprueba que sigue viva. Tiene muy mal aspecto, ¿no?, está en los huesos, y los brazos, mira, sigue metiéndose de todo, esta mujer no tiene arreglo, joder, hay que llamar a la policía, o a una ambulancia. No, van a hacer demasiadas preguntas, ¿no te parece?. Se pone de pie y se mesa los cabellos, le resulta más fácil pensar así. Lo mejor será que la despertemos y que la llevemos en un taxi. En mi coche, coño, Adrián, que lo tengo ahí. Vale, pues vamos a ello, yo llevaré tu coche, y tú ve detrás en mi moto.
Durante largos minutos se afanan en devolverla al mundo de los vivos y en buscar la documentación que les pudiera hacer falta. Cuando por fin se despierta, sigue sin reconocer a nadie. Su voz es pastosa y entrecortada, y las palabras parecen perderse entre los dientes, renegridos y anárquicos. ¿Qué coño hacéis?. Es lo primero que logran entender de sus balbuceos. Hola, soy tu primo, Susi, no te preocupes. ¿Qué primo?. Adrián. La habla con tanto cariño que siente deseos de llorar, una especie de saturación por exceso de ternura. ¡Adri!. Ahora sonríe y en cierta medida renace la Susana que recuerdan. Eduardo también siente la emoción apalancarse sin permiso en su garganta. Tranquila, ahora vamos a llevarte a un hospital. No, un hospital no. Intenta revolverse, pero son tan escasas las fuerzas que el cerebro las reserva para cuestiones más vitales. No te preocupes, cariño, nosotros nos vamos a ocupar de todo. Y eso hacen. La acomodan en el coche y se ponen en marcha. El camino se les hace eterno. Adrián no deja de mirar por el espejo, comprobando que su prima sigue respirando, aunque sea pesadamente, mientras pone a prueba la resistencia del viejo coche, serpenteando las calles hasta desembocar, por fin, en la entrada de urgencias. La saca en brazos y un enfermero, solícito, le ofrece una silla de ruedas. Está tentado de preguntar qué le ha ocurrido, pero cuando analiza visualmente la estampa, el cuerpo inerte sobre la silla de ruedas, se deja llevar por los tópicos, esta vez acertados, y no hace preguntas. Vengan conmigo, les dice. Eduardo aparca la moto y se une a la comitiva. El enfermero les lleva hasta la sala de urgencias, repleta de ruido y de gente. Voy a buscar a la enfermera Plácido, ella es la encargada de este tipo de ingresos. Muy bien, pero deprisa, por favor. Adrián se queda con ella, incómodo e impotente, mientras Eduardo sale a aparcar el coche. Apenas unos minutos después aparece una preciosidad vestida de blanco, con el pelo largo y moreno recogido en una coleta, un rostro tan dulce que dan ganas de sonreír al verla. Camina con timidez, regalando sonrisas a un lado y a otro, saludando a las personas que esperan y a los enfermeros, que cambian el rictus en cuanto se cruzan con ella. Es una mujer que enamora, esa es la sensación que le ha dado a Adrián, tanto que se ha olvidado por un instante de su prima, que dormita todavía en la silla. La dulce joven, que ha tardado en reconocer su destino, se acerca a ellos. Hola, buenas noches, si eso es posible, soy la enfermera Sofía Plácido. Hola, yo soy Adrián, y ella es mi prima Susana. Sofía se arrodilla, sin prestarle atención a Adrián más allá de una sonrisa, y toma la mano de Susana. Susana, cariño, le susurra con la ternura que uno espera de una mujer como ella. Susana, como por arte de magia, de la magia de los dedos de la enfermera, responde a los estímulos. ¿Dónde estoy?. En un hospital, pero no te preocupes, vamos a hacer que te pongas bien. Se lo cree, algo hay en la mujer que está arrodillada frente a ella que la hace cerrar los ojos tranquila y murmurar el final de la frase, ponerse bien. Sofía se incorpora y entonces sí que se fija en Adrián, sorprendiéndose de su reacción. Es un tipo muy guapo, qué narices harán con esta chica, por muy prima que sea. Es una idea impropia de ella, como mujer, como la Sofía que es, y mucho más como enfermera. Pero no puede evitarlo, se ha quedado prendada de la belleza de Adrián. Por eso tarda tanto en responder cuando éste le pregunta sí su prima verdaderamente se pondrá bien. ¿Quién?, ah, sí, aunque ponerse bien en casos como este es siempre algo relativo, que tiene que ver con superar lo imprevisto, no con el fin del verdadero del problema. Sonríe. Los dos lo hacen. Adrián piensa que en circunstancias normales tal vez se hubiera lanzado a por ella, con cualquiera de las tácticas aprendidas y tantas veces puestas en práctica. Ella no puede evitar mirarlo, una y otra vez, sin deseos de abandonar la sala, de llevarse a la prima a un lugar donde puedan hacer algo con ella. Son los ojos, se dice cuando intenta iniciar una conversación, la que sea, porque lo que no quiere es tener que buscar otra excusa para seguir ahí, quieta, como una estatua adorante. ¿Conoces desde hace mucho a tu prima?. ¡Por Dios santo!, que pregunta más absurda acabo de hacerle a este pobre hombre. Y no es tan absurda, a juzgar por la respuesta. De toda la vida. Y es que Adrián tiene la cabeza en otras batallas también, ¿habré visto alguna vez una mujer con una carita más dulce?. Es que es mi prima, sentencia inútilmente para aclarar lo que no necesita aclaración. Es verdad, me lo dijiste antes; vamos a ver, ahora parece más profesional, más enfermera, entenderás que sea franca ¿verdad?. Pero no va a serlo, porque no va a decirle que se muere de ganas de besar esos labios tentadores, que hacen trabajar a su conciencia más que nunca en busca de control. Tu prima es drogodependiente, eso lo sabemos sin necesidad de un diagnóstico más serio, pero si en su historial no aparece nada, antes de darle el alta tendremos que hacerle una serie de pruebas para descartar otras dolencias más graves, sobre todo el sida. Lo comprendo, es mejor así, saber la verdad cuando antes. Tal vez, se dice Sofía, tal vez ese debiera ser el camino y ahora mismo decirte que estoy locamente, absurdamente, ridículamente enamorada de él. No puede ser, no puede ser, se dice una y otra vez, porque tiene que encontrar una razón a todo este acaloramiento, a todo este latir en las sienes, en las muñecas, entre las piernas. Voy a llevarla dentro, si te parece. No se le ha ocurrido nada mejor para salir del paso. Sí, claro. Adrián está más tranquilo, porque Sofía no sólo es una mujer extrañamente hermosa, sino que da la sensación de que a su lado nada puede ir mal. Esa serenidad le permite observarla con más detenimiento, incluso imaginársela con menos ropa, en otro entorno, con una música suave, tal vez en una bañera, con champán helado como único testigo. Tanta elucubración, tanta fantasía repentinamente erótica, le trae a la memoria la cita, su cita. Hoy es jueves, ya es la hora, sabe que María estará intranquila, tal vez furiosa. Pero es su prima, es su enfermera, es Eduardo, que llega. Solo una cosa, Sofía. Lo que tú quieras, parecen decir sus ojos, aunque ella no lo sabe, y él tampoco, extrañamente no sabe leerlos. Tengo una cita importante, ineludible, y no podré irme tranquilo si esta noche ocurre algo. Se siente decepcionada, y al tiempo confusa por los incomprensibles celos. No, tranquilo, va a estar en observación, poco podéis hacer vosotros, la verdad. Miente, él podría hacer mucho, rescatarla de la confusión, del mar de dudas, llevarla lejos. Porque no le gusta, no le gusta la idea de que se marche, y prefiere disfrazarla de extrañeza por dejar sola a su prima, a la que ella tampoco está haciendo el menor caso. Pero no dice nada. Preocupado estoy, pero puedo buscarme un problema si me quedo aquí, lo que pasa es que si vamos a saber algo de todo lo que tenemos que probar, hago un par de llamadas y todo solucionado. ¿Qué puede haber más importante que yo en tú vida?, es lo que significa su sonrisa forzada. No te preocupes, hoy pasará la noche aquí, le haremos algunas pruebas rutinarias y mañana la llevaremos a un centro del proyecto, donde mirarán todas las cosas que tengan que mirar. Perfecto, te lo agradezco mucho, de verdad. La mejor sonrisa del mejor Adrián en el momento justo. Mira, vamos a hacer una cosa. La que sea, le gustaría decir a Sofía, haremos cualquier cosa, la locura que tú quieras, marcharnos lejos, juntos, no volver a ver a otro ser vivo en lo que nos quede de existencia, solos tú y yo en la isla desierta del mundo. Jamás en su vida se había sentido así, tan arrebatadoramente valiente, aunque tan solo sea en su imaginación. Eso ya es mucho más que siglos de educación y vida reprimida. Si me viera mi madre, me castigaría para el resto de mis días, pero no me importa, no me importa nada que no sean esos ojos, ese pelo, esas manos, Dios mío, ¿qué estoy diciendo?. Su locura está llegando a extremos peligrosos, siente una excitación desconocida asaltando sus sentidos, y miedo, también siente miedo, teme que de seguir así no habrá otra salida, no habrá otra forma de solucionar la desazón que desnudando al fruto de tanta perturbación para comerlo como haría una mantis religiosa. Intenta respirar hondo, controlar lo incontrolable. Estás en el hospital, eres Sofía Plácido de la Hoz, mujer de bien, sensata, honrada, coherente, cristiana. Dime, casi tartamudea cuando logra hablar, dime que vamos a hacer. Este es mi número de teléfono. Le entrega una papel recién garabateado. Ajá. Le quema, es como si esa diminuta servilleta pesara una tonelada entre sus dedos. Tal vez pudieras darme el tuyo. Ella sonríe. Tu teléfono, inquiere de nuevo ante el silencio de Sofía, que permanece ahí, como una estatua, todavía con el papel en la mano. Ah, sí, claro, el mío, así te podré avisar si ocurre algo, porque no tiene sentido que te quedes, porque estoy yo, quiero decir, que sí podías quedarte conmigo, porque a mi no me importa, aunque yo tengo que trabajar, pero por tu prima, como estoy yo, que creo que ya lo he dicho, pues no debes preocuparte, lo que no quiere decir que no te pases en cualquier momento de la noche, porque estaré de guardia hasta las ocho, y siempre encontraré un par de minutos para tomarnos un café o lo que quieras, porque también hay bares abiertos por ahí, que algo tiene que haber para los que trabajamos algunas noches, aunque no trabajo todas, eh, que si no esto sería insoportable. ¿Cuándo habrá tomado aire?, se pregunta mientras recoge el papel con el teléfono. Yo te avisaré, sentencia su monólogo todavía sin aire, si ocurre algo. Está agotada, abotargada, y sólo cuando siente el contacto de la olvidada silla de la enferma, recupera su viejo yo. Dios mío, quiero desaparecer, quiero desaparecer. En fin, me llevo a tu prima. Les sonríe a los dos, porque Eduardo ha permanecido atónito durante la extraña representación. ¿Vas a dejar a tu prima ahí dentro, sola?. Sola no está, está con Sofía. Repentinamente les parece un lugar maravilloso. ¿Dónde tienes que ir?. La pregunta es correcta, no solo correcta, sino apropiada, puede que incluso la única que encajaría. Aun así a Adrián no le ha gustado, le da la impresión de que el tono es ciertamente insolente, incluso para alguien como Edu. No te preocupes, si tengo que irme es porque tengo que irme, no es problema tuyo. Claro, no es problema mío, pero estoy aquí como tú, y tu prima es alguien especial para mí, deberías ser un poco más sensible. Vale, tengo una cita con una mujer. ¡Lo sabía!. No sabe si alegrarse de conocer tanto a su amigo. Por una mujer dejas a tu prima medio muerta, sola en un hospital. Que no está sola, coño. Sí, claro, ¿ni tan siquiera vas a avisar a sus padres?. ¿A sus padres?, estás loco, ¿no recuerdas lo que decía de ellos?, que se escapó de casa, joder. Pues a tu madre por lo menos, tiene derecho a que alguien le eche una mano ya que tú pareces tan ocupado. Quédate tú, al fin y al cabo eres como de la familia, en cierto modo es como si fuera tu prima. Es una frase, llena de rabia, infantil y desafortunada que por años de amistad deciden olvidar al instante. Por la mañana vendré a ver como van las cosas. No me lo puedo creer, ¿me estás pidiendo que me quede aquí, en la sala de espera de un hospital para cuidar de tu prima porque tú tienes que ir a echar un mísero casquete?. Es algo más que sexo, tú no conoces a María. Lo piensa, pero es incapaz de decirlo. En el fondo no le gusta lo que está haciendo, pero siente que es lo que debe hacer, ni por asomo enfadaría a María, una mujer de muy mal perder, que lleva más de una hora esperando. Venga, si sé que te ha gustado la enfermera, que está como un tren, mucho mejor que las que salen en esas películas que tanto te gustan. Mira, chaval, no todos somos como tú, no todos pensamos con la polla. Pero le gusta la idea, le gusta mucho la idea de estar ahí, toda la noche, si existe la más mínima posibilidad de volver a cruzarse con el ángel blanco. Lo que ocurre es que sabe que no iba a ocurrir nada, ella ni tan siquiera recordaría quien es, como siempre, a lo sumo sería el tipo raro que llegó con el guaperas. Y luego está el orgullo, claro. Que es una broma, leche, Edu, ¿cómo te vas a quedar?, ya has oído a Sofía, poco podemos hacer esperando aquí. Adrián sabe como tratar a su amigo, es quien mejor sabe hacerlo. Te agradezco mucho lo que has hecho por mi prima y por mí, pero es absurdo que perdamos el tiempo esperando ahí, mañana será otro día. Claro, piensa Edu, porque tú te vas a casa de quien sea a follar, y yo me tengo que ir a cualquier bar del barrio o a la cama, solitario, recordando lo que tu prima no me ha dejado disfrutar. Está bien. Un abrazo y, de verdad, todo está olvidado. Bueno, tal vez todo no, cada uno, a su modo, va a recordar durante toda la noche unos ojos y unos labios únicos.
Se separan. La moto de Adrián, veloz, en busca de la autopista, mientras que Eduardo, más tranquilo, va a la caza de su coche, perdido en el laberíntico aparcamiento. Adrián está intranquilo. María es una mujer acostumbrada a hacer y deshacer a su antojo y este retraso no le va a gustar. Lo sabe. Recuerda aquel día en el que decidió apagar la luz en pleno desenfreno, provocando un acceso de ira que apunto estuvo de acabar con él en la calle, harto de tanto despotismo. Le resulta molesto, tampoco está acostumbrado a que una mujer controle su miedo. Pero hay algo con ella que subyuga su voluntad. Y no es sólo el dinero, que siempre ha ejercido sobre su conciencia un efecto perturbador. Hay algo adictivo en su forma de hacerlo gozar. La novedad de dejarse controlar, ser atado, recibir órdenes cargadas de deseo, le resulta especialmente excitante. Quiero que me comas el coño hasta que no pueda más, que dos dedos me destrocen por dentro, que aprietes tu boca contra mí. A María le gustan los límites, pasear en ese difuso precipicio entre placer y dolor. Se siente especialmente viva cuando su piel somete o está sometida. Un día le pidió que rociara su espalda con cera ardiendo. Estaba apoyada sobre sus rodillas y las palmas de las manos. En apenas un mes de encuentros, esa se había convertido en su postura favorita. Me gusta que me penetres por detrás, que sea tu perrita, y que me acaricies mientras me follas, me haces sentir sucia, y me corro imaginando tu culo apretándose contra el mío. Después la cera hirviendo la hacía gemir de dolor. Gritaba pidiendo más, y él azotaba sus nalgas con nuevas embestidas, mientras la vela inclinada seguía moteando su espalda de gotas amarillas. Después se dio la vuelta y se tumbo boca arriba. Quémame los pezones. Adrián apuntó excitado. Se sentía extraño, porque era consciente de que los gemidos de María nacían y morían con el dolor y la excitación crecía precisamente por eso, por esa especie de transgresión de sentir que alguien necesita del dolor, del poder que podía ejercer con ello, para sentirse intensamente viva. Son sensaciones completamente nuevas, por eso vive tan atraído, tan maravillosamente inquieto los jueves, que sabe vendrán cargados de sensanciones. Circula a gran velocidad, imaginando el cuerpo impaciente de María, su conciencia y orgullo azotados por la rabia de sentirse abandonada. En tan poco tiempo de curiosa relación ha creído conocerla un poco. Pero no sabe que María esconde en su corazón enormes cantidades odio y rabia. La figura de un padre jadeando sobre su nuca y una madre mirando a otro lado, como si en la vida lo hubiera que aceptar todo por una posición, jalonan cualquier escalón del recuerdo. La mentira, la eternidad infernal pensando en ver morir a quien la mató por dentro, los novios impuestos, incapaces de hacerla sentir viva, como Adrián. Todas esas rémoras azotan conciencia. No reflexiona, vive, todo resuelto por la herencia inmobiliaria, por el dinero que su hermano la hace llegar, solo vive para gozar, para poseer, para encontrar en cada nuevo amante sometido, una pequeña dosis de venganza. Adrián no sabe nada, para él no es más que una mujer madura y rica, solitaria, egoísta y demasiado egocéntrica para encontrar amantes en calidad de igualdad. O tal vez una mujer que solo encuentra en la posesión, en el sexo contratado, la excitación suficiente para sentirse viva. Esa idea le hace pensar que él no es más que un número en la lista inacabada de profesionales que han habitado entre sus piernas.
Todos esos razonamientos desaparecen, como un ritual, cuando dobla la esquina y se ofrece ante él, el edificio de ladrillo rojo. Hay luz en la ventana y se dispara su inquietud. Se siente como las primeras noches con Eduardo, cuando llegaban a casa borrachos y muy tarde. Ahora no hay alcohol, ni una madre intranquila y traicionada esperando, pero la tensión en los músculos y su andar sigiloso son los mismos. Los pisos franqueados en el ascensor se le hacen eternos, y confluyen en su memoria sensaciones tan confusas como el nerviosismo universitario camino de un listado de notas, como si María fuera Contabilidad de costes, la odiosa asignatura de Martínez Tubau. En la puerta, paradójicamente, María parece haber entendido sus temores y, como Martínez, deja su nota: ni te molestes, hijo de puta. Está suspendido. El trazo de la letra es tan profundo que Adrián la imagina colérica, apretando el bolígrafo contra el papel, contra la mesa, contra el mundo. Todavía resulta más curioso comprobar que la puerta está abierta, más que un no entres parece un entra que te vas a enterar. Dentro se escucha una extraña música de reminiscencias árabes, algo aflamencadas, guitarras y mucha percusión. La luz del salón encendida, nada más. Entra con precaución, tanto misterio está minando su capacidad de sorpresa. Hola. Ha sido tan tímido que insiste. Hola, ya estoy aquí. María aparece por el pasillo, embutida en una camiseta tan diminuta que apenas si puede abarcar sus pechos. Parecen sometidos bajo el peor de los dictadores y gritan al viento libertad, libertad. Una minifalda tableada, escocesa, termina de definir el conjunto, además de unos calcetines blancos y dos coletas. Nada que ver con la música, más bien todo lo contrario, toda una colegiala que bien debiera escuchar el éxito de moda. Adrián, entre excitado y divertido, está a punto de iniciar una sonrisa cuando la voz cortante de María pone las cosas en su sito. ¿Dónde has estado, hijo de puta?. Lleva en la mano una cuerda de perro, con su correspondiente collar. Falta, pues, el animal, aunque Adrián ya se ha hecho una idea. Es que me han entretenido. Está nervioso, María lo nota. Miente. Hijo de puta, sabes de sobra que te pago porque me folles, porque me hagas gritar, pero de placer; no lo vuelvas a hacer, jamás, en tu vida, o te arrepentirás el resto de tus días. Le parece excesivo, pero María se mueve con soltura a su al rededor, y no tiene tiempo de réplica. Has estado con otra mujer ¿verdad?. ¡Sofía¡, piensa Adrián, y como si al recordarla su imagen pudiera traspasar el cerebro y presentarse frente a María intenta olvidarse de ella. No, bueno, sí. Cada vez está más nervioso, y que María contonee la cadena en su deambular, no ayuda. Una prima mía. Lo primero es lo primero, el rango familiar para disipar dudas. Pero la cadena sigue y sigue volteando. Ha enfermado, bueno, es drogadicta y el caso es que, ya ves, que la hemos tenido que llevar al hospital. Una historia muy triste, pobre mi niño. Se acerca y le acaricia rostro. Pobre mi valiente guerrero, por una zorrita ha dejado tirada a su señora. Era importante. María ríe, con sarcasmo. ¿Importante?, hijo de puta. Se acerca de nuevo a él, pero esta vez no le pone la mano encima. Nada en este mundo, ¿me entiendes?, nada hay más importante que yo, ¿has entendido?. Adrián asiente e intenta valorar donde se está metiendo. Ya no se trata sólo de sexo, o de dinero, no le gustaría perder los nervios por saturación, por aguantar hasta lo inaguantable y perderlos en el momento más inoportuno. Nadie te pagará más que yo, nadie te hará sentir lo que yo, nadie te dará más que yo, eres mío, ¿entiendes esa idea?, de nadie más, no me importa que zorritas de medio pelo te la chupen en el parking de una discoteca, no me importa que alguna cuarentona amargada te pague porque les des una alegría, no me importa siempre y cuando entiendas que sobre ellas, que corriéndote sobre esa niñata, sigues siendo mío, para siempre. Adrián sonríe por dentro, es un juego, se dice, esta muchacha está un poco loca o le gusta jugar a la mujer fatal, mejor que sea así. Mira la mesa. Sobre ella hay un billete de cien euros envuelto en un lacito rojo. Ese dinero es tuyo, el que venías a ganarte hoy, lo que pasa es que ya no vale, no con lo de siempre, no quiero tu polla sin más en mi coño, ni en mi boca, ni que me que lamas el pezón para hacerme gozar; no, no, no vale, hoy no. Es un juego, claro, de eso se trata, es un juego, intenta serenarse. Hoy serás mi perrito. ¿Ves?, era un juego. Esa idea logra que se tranquilice. Quiero que te desnudes. Mientras se quita la ropa imagina que la correa, tarde o temprano, abrazará su cuello. Del todo, corrige cuando se deja los calzoncillos. Desnudo, y algo erecto, espera la sentencia, el siguiente paso. María se quita las braguitas tanga y se las acerca al rostro. ¿Ves como huelen?, así huelen las perritas, las perritas en celo, las que te ponen cachondo, ¿olía así la perrita de hoy?, ¿te ponía así de contento su presencia?. Los dos bajan la mirada a su polla, que se yergue como reclamando parte del aroma. La erección es tan potente que siente dolor. María deja olvidada la prenda y se ase al pene como si de una correa se tratara. Vamos, le dice, daremos un paseo. Y así salen, desnudo él y ella agarrada al pene con fuerza. Entran en el ascensor y se siente tan fascinado, tan asustado y excitado a un tiempo que se deja llevar. Bajan hasta el garaje, es tarde y no hay movimiento. Serpentean entre los coches, uno rojo a la izquierda, otro verde detrás, hasta que llegan a uno de cierto aire deportivo, aunque Adrián no logra adivinar de que cual se trata. Es el suyo, ahora nos iremos a algún lugar y follaremos, como siempre. Pero María tiene otros planes. Se apoya sobre el capó, sentada, entreabriendo las piernas. Ponme cachonda, le dice, sin más. Se levanta la falda para ofrecer su sexo, húmedo y caliente, como siempre. Adrián entiende que ese es el juego de hoy, se desviste de sus prejuicios, echa un vistazo a la preciosidad jadeante que abre las piernas, y piensa también en el billete, por qué no, antes de arrodillarse, sobre el suelo, sucio y caliente, y comenzar a lamer bajo la falda. Allí dentro se siente como en casa, el sabor salado, la presión de los muslos, que van y vienen a ritmo de sus lengüetazos. Un dedo primero, después otro y hasta un tercero entran en juego, coordinados como bailarines nacidos para esta danza. Apenas hay sonidos, el extractor de humo y un motor que ruge a lo lejos. Y los gemidos de María, escandalosa como nunca. El motor se acerca, pero él no se inquieta, se siente protegido, curiosamente pese a la postura y a su desnudez. Como una bruma lejana escucha algo entre hija de puta guarra de mierda que vergüenza y zorra hija de puta vete a tu casa. El coche se aleja y entonces María le pide que se ponga en pie. Métemela. ¿Y el preservativo?. Los perros no usamos preservativos. Ya, pero...no tiene tiempo de protestar, como ama que es, coge el pene con maravillosa habilidad, obligando a todo el cuerpo a ir tras él y acoplarse sobre el capó. Lo deja dentro, muy dentro y fuerza el contacto con todo su cuerpo. Adrián busca apoyo en el coche y ella se aferra a su amante con brazos y piernas. Párteme, párteme por dentro. El movimiento es brusco, pero de los dos cuerpos a un tiempo, la polla se ha instalado en su interior y no necesita nada más, es el resto del cuerpo, de los dos, los que se fusionan, agitan, destrozan. No te corras, no te corras todavía. Pero Adrián está demasiado excitado, va a correrse en cualquier momento. Me voy a correr. No, no lo hagas, para, para. Se detiene, justo en el instante adecuado. Nota algo similar a un orgasmo, entre las piernas, agitando su polla. Pero no hay eyaculación, y el pene sigue dentro, erecto, expectante. Lo he logrado, sigue, sigue. Y vuelven los movimientos. Ahora es María la que siente el orgasmo acercarse. Me voy a correr mi vida, le dice, pero tú no, tú aguanta, mi príncipe, aguanta. Al tiempo que la pareja del cuarto cruzaba tapando los ojos de su hijo, María clava las uñas en la espalda de Adrián. El orgasmo es brutal y se siente mareada. Pero Adrián no ha terminado, ni tampoco su plan, ni mucho menos. Espera, le dice todavía jadeante, para que cese en su movimiento. Deshace el acople con la maestría acostumbrada y se pone a su lado. Con la mano derecha abraza el pene y comienza el movimiento. Es sabia y concentra la presión donde tiene que hacerlo. Antes de que se de cuenta de lo que está ocurriendo, Adrián lanza media docena de dentelladas que se estrellan contra el capó. Media docena de zarpazos que dejan la marca de lo ocurrido. Gime como un animal herido y cuando recupera el aliento se fija en el coche. Fiat Stilo, tal vez impropio de una mujer como María. Me gusta tu coche. ¿Qué coche?, pregunta ella. El tuyo. Mi coche está en otra planta. Sonríe victoriosa y se pone en marcha. ¿Entonces?, ingenuo mira su semen esparcido sobre el metal brillante. Pero no hay tiempo para preguntas, María lo deja ahí, con la polla relajada, húmeda, y se encamina hacia la casa. Allí ya no hay palabras, tan solo un mi perrito se ha portado bien, creo que le voy a perdonar. Y el billete, junto a la ropa, en la mesa mientras el sonido de la ducha le dice que se acabó, hasta la semana siguiente. Se viste sorprendido, pero también encantado, sumido en un extraño mar de sensaciones. Ya en la calle, recupera el móvil. Tiene un mensaje, de una tal precio.mor.enfer. Tarda unos instantes en hacer la asociación. Mi prima. El hospital. La preciosa Sofía. Tu prima perfecta. Mñna proy.hombre, ven ocho desymos y hblams. Bss. Mira el reloj. Son las tres de la mañana. Tiene poco tiempo, una ducha, algo de sueño y volver a empezar.
Cuando surca el barrio en busca de esa ducha, piensa que últimamente la vida está cambiando mucho. Se siente bien y acelera, como la vida, a todo gas...

29 de junio de 2007

HACER EL TONTO


La adolescencia y la juventud son un campo abonado a la tontería, a hacer el idiota. Lo pensé ayer al ver una serie de videos de esos que circulan por ahí con porrazos de adolescentes (casi siempre) que intentan hacer una proeza que da con sus dientes en el suelo. Y lo comenté en una cena reciente con viejos amigos, mientras recordábamos las locuras que habíamos hecho en nuestra juventud, todas ellas muy moderadas, todo hay que decirlo. Partimos de la base de que un adolescente se cree inmortal y su fortaleza física no conoce, normalmente, límites, al menos en su cabeza. Algo así me ha pasado a mi, es más, ahora me frustra evidenciar que mi fortaleza, la real y la ficticia, se fueron con los años. El caso es que en la cena salió a la palestra una noche, un noche que va a servirme para resumir lo que quiero expresar en este artículo. Nosotros inventamos el botellón y nunca reclamamos derechos de autor. Ocurrió por casualidad cuando abrieron la primera tienda 24 horas en la gasolinera del barrio (estoy hablando de hace 20 años). Aquella noche hicimos (lo de botellón vino mucho más tarde) un Seven (seven eleven, se llamaba la tienda) con el pack acostumbrado: DYC, vasos (éramos unos señoritos), sprite y hielo. Yo acababa de conocer a la madre de mi hijo, así que terminamos la noche tres (Foche, Nono y yo...me permito poner sus motes porque espero que no los conozcan en sus trabajos, donde son reputadísimos profesionales) en un parking junto a su casa. Supongo que fanfarroneábamos y hablábamos sin parar, hasta que en un momento Foche cometió un error. ¿A que no te haces doscientas flexiones?, ¿que no?, y ahí me tienen, borracho y haciendo flexiones en la acera. Dos, tres, cuatro. La noche de la cena no fuimos capaces de aclarar quien ganó la apuesta (aburrida, por cierto, 200 veces lo mismo), pero no me exrañaría que hubiera sido tan cabezota de haberla ganado. En la cena no comentamos más sobre aquella fiesta, pero hoy quiero yo incluir algunos detalles más. Habíamos ido al parking cercano a la casa de mi chica porque estaba en esa fase de enamoramiento (que me dura, todo hay que decirlo ¡mira que te quiero, niña!) tonta que implicaba que todo lo que hiciera tenía que ver, necesariamente con ella. No lo confesé jamás (lo hago ahora) pero en un momento de la noche (no sé si antes o después de las flexiones) me acerqué a su casa, justo a un punto donde se veía la ventana de su cocina y la vi. Hermosa, como siempre, con su larga melena morena, esos ojos color aceituna. Era un quinto, pero la reconocía a la perfección. Estuvimos mirándonos largo rato, supongo que hasta que mis amigos se dieran cuenta o nos fuéramos de allí. Solo un tiempo después descubrí que le había estado hablando de amor en silencio a un grifo. Y la noche no acabó ahí. A altísimas horas de la madrugada de un día laborable (era puente) quisimos saber si nuestro amigo Nonitri quería tomarse la última con nosotros. No había móviles, así que fuimos directamente a su casa. Vivía en un bajo, y muchas veces habíamos hablado con ellos calle-ventana. Y yo sabía que una de las ventanas no cerraba bien, así que dije, no preocuparse, yo me cuelo y le doy un toque. Os podéis imaginar la escena. Cuatro de la mañana, abre la puerta de tu habitación mientras duermes y ves a tu colega, completamente borracho que te dice, tronco, vente a tomar una copa con nosotros. Su hermano, que dormía en la misma habitación, me miró y dijo, no es verdad, esto es un sueño y se dio media vuelta. Nadie más se enteró, entre otras cosas porque mi amigo me echó de su casa por el mismo camino que había entrado, pero si su padre se hubiera despertado imagino que no me hubiera dado un abrazo en el pasillo, coño, Larry, ¿cómo tú por aquí?.

En fin, que ya se sabe, la adolescencia es un campo abonado a la tontería, así que padres de adolescentes, tranquilidad y esperanza, pese a todo, hoy soy un padre respetable...bueno, eso creo.

MICROS

Arriba las manos. Dame todo lo que tengas. No solo ahora, sino para siempre, quiero que me vayas dando todos los meses, hasta que me canse, y tengo mucha paciencia...¿Perdón?, nada, que si es tan amable, firma abajo y formalizamos la hipoteca.

EL CULTURETA



Es una película diferente. Eso dice el cultureta, que echa de menos sus sesiones dobles semanales de cine. Dice que ahora son dobles también, pero anuales. El caso es que fue al cine (¡ si es en color !, bromeó). Eligieron en la taquilla, síntoma de consumidor esporádico. Bajo las estrellas. Es española, y si algo sale mal que al menos entendamos de que iba la historia. Y es muy original la misma. Un trompetista (a estas alturas) que retorna a su pueblo (vasco) por la posible muerte de su padre (no adelantemos acontecimientos) y allí se encuentra toda una serie de personajes que van desde su ex alcohólico hermano, hasta un viejo amor incompleto de juventud. Está contado todo con un toque muy original, con planos muy valientes, y los actores, todos y destacando de forma especial Alberto Sanjuan, bordan su papel. Enma Suarez, que fue icono erótico de la juventud del cultureta, no está tan bella pero sí que trabaja con el rigor que la recuerda.


No es una película fácil de ver, advierte el cultureta, es más bien una película para personas que se manejan bien en las salas de cine, que han ido mucho a ver películas en versión original y que esperan del cine algo más que una presentación, nudo, desenlace y algún beso y tiro de por medio.

28 de junio de 2007

¿NOS PREOCUPA TANTO?


Otra vez una carta al director que me ha parecido muy interesante:


Acabo de leer un artículo de EL PAÍS en el que informa de que la renta de los trabajadores o asalariados ha disminuido desde el año 2000 el 4% y el aumento del capital ha sido en el mismo periodo del 71%. Con todos mis respetos, señor presidente, esto no es la justicia distributiva ideal de un Gobierno socialista. Por tanto, le sugiero que atienda este grave problema, que afecta a mucha más gente que los estatutos de autonomía, los pactos electorales e incluso me atrevería a decir que el terrorismo, siendo consciente del problema que es. Somos muchos los que pensamos que no basta con que la economía vaya bien para algunos, sino que tiene que ir bien para todos, que cuando ha habido que apretarse el cinturón hemos sido los trabajadores los primeros en hacerlo. Ya son varios años, al menos desde el 2000, en los que la economía, dicen ustedes, los políticos, va muy bien y a nosotros no sólo no nos ha aumentado nuestra renta, sino que nos ha disminuido. Señor presidente, estamos cabreados, decepcionados, desmotivados... y si esta situación no se atiende y se soluciona nos veremos obligados a tomar ciertas medidas de presión y de votación (las elecciones generales están a la vuelta de la esquina). La cuerda no es bueno tensarla demasiado, ya que se puede romper.

No puedo estar mas deacuerdo con Gerardo, el autor de la carta. Siempre me ha sorprendido, cuando salen los resultados de la encuesta sobre las preocupaciones de los españoles, que en primero término aparezca, de forma recurrente, el terrorismo. No diré que no es un problema serio, ni mucho menos, sobre todo porque las personas que viven atemorizadas en el País Vasco podrían pensar que les falto al respeto. Me refiero proporcionalmente. Matemáticamente, si quieren. Cada semana, solo en Madrid, mueren tres personas en accidentes laborales. Las muertes por accidente de tráfico se miden en miles cada año. La media de parados en el país raro baja de dos millones. Los salarios bajan, las hipotecas suben, irse de casa antes de llegar a los treinta es una escena de película de ciencia ficción. Realmente ¿a quien le interesa que el terrorismo nos preocupe tanto?. Creo que a los gobiernos. Siempre he pensado y que se rasgue las vestiduras quien quiera, que de todos los problemas a los que se enfrenta un gobierno (de cualquier nación) el terrorismo (la seguridad nacional, que suena más internacional) es el más rentable. Auna esfuerzos, adormece conciencias combativas, es un problema casi perfecto, sino fuera por las vidas que nos cuesta. Nunca me han preguntado en una de esas encuentas, pero, le duela a quien le duela, cada mañana, cuando me levanto, jamás pienso en el terrorismo. Es más, si no fuera por la prensa, que leo a diario, es difícil que me acordara de ese problema. ¿Vivo en los mundos de Yupi?

MICROS

El delantero falló el penalti más importante de su carrera. Un par de horas después, abrazado a un cuerpo de hombre, susurró al oído: crees que si no lo hubiera tirado mal intencionadamente te lo hubieras parado.

EL EXTRANJERO


Emilio llegó tarde. Cuando los demás contábamos por decenas las muescas en forma de novela en nuestro intelecto, él apenas era capaz de juntar una docena de palabras para darlas sentido. Llegó tarde pero lo hizo con prisa. Como quien pirde un autobús y tiene la esperanza de, corriendo, llegar antes que él a la siguiente parada. Ahora, que tiene quien le ayude, sale a borbotones un mundo interior repleto de sensaciones y lo hace en pequeños relatos que el extranjero nos regalará durante unas semanas. Gracias, Emilio.


Aplastado, en mi ventana de este Carabanchel sin vistas al mar, Colgado, como ropa tendida que se airea al sol con miedo a la tormenta, Drogado, con el humo de la chimenea y sus trazos efímeros, Inclinado, igual que los tejados dejando que solo me acaricie y resbale por mi piel esa lluvia que desaparece en las aceras, Duplicado,en todos y en cada uno de los seres que deambulan queriendo instalarse, Plantado, trentaidos años en este mismo lugar, coetáneo de mi árbol preferido, Sitiado, entre dos bloques que apenas me regalan unos rayos de sol y un pedacito de cielo que conozco, como tu cuerpo pulido.

27 de junio de 2007

FRASES HECHAS


La ocasión la pintan calva, así que aunque el ingenio suele brillar por su ausencia, quise dar en el clavo, que no me dieran gato por libre ni dar palos de ciego, en una palabra, que no me las dieran con queso. No se trata de dorar la píldora, ni de mantenerme en mis trece sin más, porque pongo la mano en el fuego por un pelillos a la mar y vuelta a empezar. No siento la espada de Damócles sobre mi, aunque muchos me miren y piensen quien te ha visto y quien te ve. No me importa, hoy no hay moros en la costa, y aunque perdí la silla por irme a Sevilla, he decidido entrar con el pie derecho, pensando que esto es jauja, que aunque esté en babia y erre que erre, es el tiempo de las vacas gordas; y a buen entendedor pocas palabras bastan. Es verdad que no las tengo todas conmigo, sino otro gallo cantaría, es una verdad de perogrullo, pero ya se sabe, zapatero a tus zapatos, que yo me lavo las manos. Todo esto después de una noche en blanco, que me dieron ganas de echar la casa por la ventana y colgarle el muerto a otro. Pero me dije, ¿y si a la tercera va la vencida?; tranquilo, me serené, que no hay dos sin tres, así que calma, que las paredes oyen. ¿Poner los pies en polvorosa?, no, no va conmigo, soy un tonto de capirote y tengo muchos humos, pero dar la espantada es otra cosa. Se me ve el plumero, por su puesto, apaga y vamonos si no fuera así. Me limito a poner los puntos sobre las ies, a hacer el primo si quieres, pero no tomo las de Villadiego tan fácilmente. Y como no hay tu tía, entro a matar en un santiamén, porque son habas contadas y es verdad que Zamora no se ganó en una hora, y lo dejo todo, porque escucho la música celestial y lo pongo todo en tela de juicio y que salga el sol por Antequera. Me lo dijo un pajarito, ¿y si cambiara de chaqueta?, ¿se armaría la de Dios es Cristo?. Sí, pero es que el movimiento se demuestra andando, y dejar a uno en la estacada no estaría bien, pero ver el cielo abierto, irse de picos pardos para un culillo de mal asiento vale lo que pesa, que no hay que tener vista de lince para no mear fuera del tiesto, aunque estés a dos velas y valga el ojo de buen cubero, hay que salir a la palestra, recoger el guante, aunque sea de pascuas a ramos, de uvas a peras, para no acabar por los cerros de Úbeda. Al final, me da el baile de San Vito y pienso que a la vejez viruelas, que tampoco es moco de pavo, que eso es como todo, que al ver las orejas al lobo el que no corre vuela. Si estoy con la mosca detrás de la oreja no me complico, me voy con la música a otra parte y aquí paz y después gloria, que lo de estar entre la espada y la pared no van conmigo, así que cierro el libro, que ya va siendo hora.

MICROS

Tum tum, tum tum. Se alejó del pecho, miró sus premios, sus guitarras, el piano y pensó que el compositor más maravilloso del mundo es la naturaleza.

APAGA LA LUZ, ANDA


ADRIAN: Creo que tu hijo está llorando.

ADRIANA: ¿Mi hijo?.

ADRIAN: Sí, tu hijo.

ADRIANA: Madre, que susto, no me digas.

ADRIAN: Bueno, mujer, supongo que será una pesadilla

ADRIANA: No, si no es por eso, es porque anoche cuando estabas bañándolo le viste la cola y digiste ¡ cómo se nota que es mi hijo !. Así que si el que llora es el mío, debe de ser porque el tuyo, el de la cola, le ha pegado.

ADRIAN: ¿Eso significa que me levante yo?

ADRIANA: Más o menos.

ADRIAN: Ah, vale.

26 de junio de 2007

MORIR ¿POR QUÉ?


Odiaba el ejército de forma teórica hasta que hice la mili (algún día hablaré de esta parte de mi vida). Era poco más que una pose (que sirvió de lanzadera moral, todo hay que decirlo) algo así como una puesta en escena de un video de Jonh Lennon. Escribía y hablaba sin entender del todo la magnitud de mis palabras. Pero esas palabras, esas pintadas en el pupitre, en mis pantalones, en cualquiera carpeta que se pusiera a tiro, son el germen de la persona que ahora razona lo que escribe. Después de nueve meses empecé a odiar el ejército de manera práctica, concienzuda y argumentada. Además de no entender en absoluto su utilidad. Y vayamos a términos prácticos: si se hiciera una auditoría al estilo empresa privada el 80% de los trabajos que se realizan dentro de los cuarteles son meridianamente inútiles. Nos contaban en la Base Naval de Puntales (vaya, ya me estoy adelantando a mi confesión) una anécdota, que es algo así como una leyenda militar. Había un cuartel chiquitito en Galicia. Allí un día el comandante decidió pintar todos los bancos. Para evitar que los soldados se mancharan puso una guardia en cada uno de ellos. En la parte más sur del cuartel había un banco no muy lejos de la garita. Aquella fue la única guardia que se mantuvo. Se sucedieron los relevos por años, desapareció el banco y décadas después se seguía haciendo aquella guardia sin saber para qué ni por qué. Esa anécdota resume la sinrazón de la mayoría de las actividades militares que yo vi.

Todo esto se me amalgama en el estómago con una buena dosis de bilis cuando un soldado español muere en el extranjero. No es falso patriotismo, es que el dolor que creo se puede evitar y es más cercano es el que más me duele. Digo que se puede evitar porque a los gobernantes los ponemos y quitamos nosotros. No sé realmente cual es la utilidad del ejército, pero me gustaría que fuera como la Guardia Suiza del Papa, algo simbólico y útil para las emergencias. No entiendo de tanques, aviones, misiles, tácticas. Entiendo de paz y es de lo único que quiero entender. No me gustan los países belicosos, me gustan los que entienden el diálogo como camino directo al entendimiento, y no el palo y tente tieso. Ya, ya sé, que hay un territorio que defender, que si vienieran a mi casa a por mi familia, bla, bla, bla. No me gustan los ejércitos, no me gustan las guerras, ni las armas, ni las batallitas, y ni cien torturadores argentinos que vinieran me harían cambiar de idea. Al primer mamporro, eso sí, cantaría la salve marinera con los pelos como escarpias y confesaría hasta la muerte de Manolete, miedica que es uno, pero jamás cambiaría de idea.

MICROS

Toda la vida diciendo "X" hasta que alguien le sugirió ¿y por qué no "Y"?. Y entonces no supo qué decir.

EL CANCIONERO


Andrés Calamaro es un artista atípico. Responde en cierta medida al perfil de cantautor rockero y atormentado tan extendido en la pampa. Toca todos los palos y ninguno a la vez, y es tan prolífico que puede llegar a aburrir. En cambio, domina la letra como pocos, lo hace desde una absurda realidad tan real como absurda. Es algo así como Sabina con exceso de psicotrópicos (y ya es decir). Creo que alcanzó su cénit como artista con alta suciedad. Por eso he elegido esta canción, entre las muchas que este cantante nos ha regalado en estos años.

El campeón tiene miedo
tiene miedo de pegar
no se quiere romper las manos porque tiene que cantar
el ritmo del protector bucalel bombo de la ciudad
le golpea en el culo
golpea y nada masalta suciedad! (basura de la alta suciedad) no se puede confiar en nadie mas
alta suciedad! (basura de la alta suciedad) no se puede confiar en nadie (mas)
babe tiene prisa por aprender a ladrar
si solo es un cerdo nadie lo respetara
es un chico muy malo y se porto muy mal! pero lo perdonamos
porque somos lo mas bajo de la alta suciedad! (basura de la alta suciedad) no se puede confiar en nadie (mas) alta suciedad! (basura de la alta suciedad) no se puede confiar en nadie (mas)
señor banquero devuélvame el dinero
por ahora es lo único que quiero
estoy cansado de los que vienen de amigos
y solo quieren rellenarme el agujero
por ahora no les debo ni la hora
cool, baby, me dice mi abogada
que por ahora no ha pasado nada
alta suciedad! (basura de la alta suciedad) no se puede confiar en nadie (mas) alta suciedad! (basura de la alta suciedad) no se puede confiar en nadie (mas).

25 de junio de 2007

EL TORPÓN


He leído una carta al director que, una vez más, me ha dejado impactado. En este caso horrorizado. La escribe una extranjera (era más cómodo que teclear su nombre) residente en España y reflexiona sobre el sistema educativo español. No voy a sintetizar, voy a transcribir una frase que ella misma incluye y que adelanta el contenido: Todos los esfuerzos del sistema escolar están concentrados en evitar la diferenciación de los alumnos torpes y vagos frente a los dotados o trabajadores. Terrorífico, ¿no os parece?. Lo contrario a mi me suena a nacismo (siendo un poco radical en el parangón). Según ella los alumnos trabajadores que no pueden acceder a la escuela privada (que imagina maravillosa, y a la que solo acuden grandísimos estudiantes...¿qué hacen los ricos con hijos vagos?¿a galeras?) están condenados a la mediocridad porque tienen que compartir espacio (público) con alumnos mucho menos lumbreras.

Hay millones (sí, millones) de argumentos para refutar su carta, amiga Nadezhada (me ha costado escribirlo, es que yo fui a la pública, ¿shave?). Esta pobre muchacha confunde educación con acumulación de conocimientos. Y no es lo mismo. Pero ni mucho menos. La tarea de la escuela no es crear campeones de matemáticas, física, literatura. La tarea de la escuela es crear unos mínimos en conocimientos que permitan al alumno elegir un camino educativo de calidad, combinado esto con otros valores entre los que se debe incluir la tolerancia, el respeto a la diferencia, al débil, al menos listo, al torpe...No sé si usted se maneja en el castellano con perfectísima soltura, pero imagino que nos tildaría de racistas si no le permitiéramos acceder a un espacio público por no ser una experta en la lengua de Cervantes. Pues eso es lo que usted le está demandando a la escuela pública, que se olvide del torpe (el que no sabe castellano a la perfección, por ejemplo) y se centre en el lumbreras, que discrimine, con lo arriesgado que es eso, (primero vinieron a por los comunistas...),¿Y si luego ese lumbreras a los veinte años decide cambiar libros por drogas o es un violador en potencia?, ¿podremos recuperar el tiempo perdido con el estudiante menos listo?. Ya puestos, ¿por qué no una selección fisiológica también?, así médicos y doctoras, dentistas, políticos, serían todos guapos y elegantes, ¡ qué bien lucirían en la televisión !.

Frente al motor del mérito la exaltación de lo mediócre. No digo yo que haya que cortarle las alas a quien se maneja con más soltura, a quien apunta maneras. Pero del niño que vemos en el patio al ser humano que luego tiene que defenderse en el mundo de los adultos, van muchos matices. Ramón y Cajal, por buscar un ejemplo cercano, fue un pésimo estudiante. Además, ¿quien me dice a mi que la torpeza de mi hijo no es más que el reflejo de la inoperancia de sus maestros?. Creo que si algo tiene de bueno nuestro sistema educativo (como lo tiene el sanitario) es que permite la inclusión de todas las diferencias. La media siempre limita al superior e incentiva al inferior. Para la sociedad es la ecuación perfecta. Porque la sociedad somos todos, no solo los listos. Y sino que solo los padres de los niños listos paguen impuestos.
Aquí os dejo el link para que valoréis si lo mío es rencor gratuito: http://www.elpais.com/articulo/opinion/Educacion/estafa/elpporopi/20070625elpepiopi_7/Tes

MICROS

El corazón decidió detenerse cuando solo debió hacerlo la máquina, justo el día que iba a jubilarse.

LAS PREGUNTAS DEL PEQUE


Papá, papá, ¿por qué le gritas si no puede escucharte?.

Una niña frente al televisor, mientras su padre ve un partido de fútbol.

24 de junio de 2007

MICROS

Cuando estaba apunto de estamparse contra el suelo se dio cuenta de que, realmente, no quería hacerlo.

23 de junio de 2007

SOBREPROTECCIÓN

¿No estaremos creando una generación de niños sobreprotegidos?. Pienso esto porque en los pocos días que llevamos de medio verano ya he visto en las piscinas de mi ciudad una nueva moda: los niños que se bañan con trajes de neopreno. No voy a hablar desde el punto de vista práctico (y esta vez desde la experiencia) para censurar el uso del neopreno en las piscinas, y sobre todo cuando este no se ajusta al cuerpo del bañista. Una sencilla teoría, no se trata de un traje estanco, por lo tanto la piel siente el contacto con el agua, es más ha de calentarla y crear una capa aislante para, entonces sí, mantener algo más caliente el cuerpo. Pero esto se usa para exposiciones largas y para temperaturas frías. Pero ¿una piscina y en Madrid?, ¿a un niño?. Por favor, no hay imagen más hermosa y tierna que los dedos arrugados de un infante que lleva horas en el agua. Nos ha pasado a todos. Y aquí estamos, sin bronquitis crónicas, sin problemas respiratorios, sin efectos secundarios. Y ocurre con otras muchas cosas. Alimentos específicos, yogures de tal y cual, cremas, ropa, juguetes, sobreprotección a la hora de salir de casa. Que no digo yo que no hayan mejorado la vida muchas medidas de seguridad relacionadas, por ejemplo, con los coches. Creo que hay que ser tajante con aquello que puede dañar seriamente sus vidas, pero intentar meterlos en una burbuja para evitar que lloren, que se dañen, que sufran, es impedir que su infancia se convierta en un trampolín para la madurez. No es que haya que aprender a golpes, pero sí que es verdad que esos golpes, esas caídas, esas frustraciones que queremos evitarles, son el motor de su maduración. Habría que dejarles un poquito de cancha. ¿No os parece?.

MICROS


Estuvo en la calle bastante tiempo jugando con la máquina elevadora, en la puerta del almacén de curtidos. Hasta que llegó el camión. Le pidió a su hijo que le diera las gracias al amable y desconocido señor. Una sonrisa. Se alejaron y vio en la solapa del conductor una pistola. Sintió miedo y comprendió que aquel camión no traía precisamente cueros.

GIGOLO; Capítulo cuarto. Agencia Luzman

Ha pasado por el gimnasio. Como ayer. Como casi todas las tardes. Pero no ha tocado las pesas. ¿El objetivo?, una buena ducha, porque le gusta sentirse limpio. Considera su aroma y su sabor parte de su encanto. Un ritual maravilloso, porque precede, es la vigilia al encuentro. Si va a estar con una mujer disfruta intensamente desde el momento en el que es consciente. Lo hace mientras limpia con paciencia su cuerpo, cuando lo unta de cremas sin olvidar rincón alguno, cuando se afeita a conciencia, cuando se cepilla los dientes con obnubilación. Y recordando el cuerpo de Luz, su sabiduría para encontrar los resortes del deseo, sabe que merece la pena. Frente al espejo se siente impecable, guapo y sería capaz de entender lo que le ocurre a las mujeres. Soy un hombre atractivo. Corbata moderna, traje de corte italiano, zapatos relucientes. Recuerda, y sin ser consciente de ello no hay rastro del billete. Lo ha aparcado. Es jueves, por la noche volverá a ver a María. En cambio, no ha pensado en ella. Las cremas, la ducha, el afeitado, esta vez no han sido para ella, esta vez son para otra, que aunque no lo recuerde, también pagó por sus servicios. Podría pensar que con María hay una relación estable, peculiar, pero estable. No entraría en el elenco de relaciones tradicionales, pero no dejan de ser un hombre y una mujer que acuerdan encontrarse en momentos determinados. Quizás no acaben conociendo a sus familias, pero cada jueves se acuestan en la misma cama, como cualquier otra pareja. O en el sofá, o en la alfombra, o en el ascensor, o en el trastero. Con Luz, de momento, las cosas son distintas. Y así debe ser, piensa cuando rebusca la tarjeta. Luzman, agencia de modelos. Un lugar muy peculiar, sin duda, para trabajar, a unos quinientos metros de donde se encuentra. Un edificio acristalado, oscuro, de apenas media docena de plantas. Sigue sin querer recordar el pequeño detalle del pago, como si su cerebro hubiera decidido que no era propio de Luz, o temiera que con la reiteración, Luz María, María Luz, se convirtiera en evidente lo que no es más que un caprichoso y huidizo recuerdo.
Mientras se acerca, baraja las posibilidades. Tal vez tenga el coche en el parking y de aquí nos marchemos a un hotelito, o a su casa, aunque claro, si nos acabamos de conocer, tampoco sería muy prudente, tal vez lo hagamos en su propio despacho. Le gusta, es la idea con la que decide quedarse, imaginar a Luz desnuda, arqueada la espalda, con la ciudad al fondo, tal vez hasta pueda adivinar la silueta de la sierra, eso sería genial. En la recepción, un aprendiz de vaquero lo detiene. Eh, jovencito, le gustaría decir, que subo a ver a Luz, tu jefa. ¿A dónde dijo?. A Luzman. El aprendiz de John Wyne mira a su compañero, parapetado tras el mostrador, y esboza una irónica y molesta sonrisa antes de indicarle. Ultima planta, ala derecha. Comprende inmediatamente que el edificio no es sólo de Luz, lo que le invita a pensar que, tal vez, los pistoleros se rieran de eso. No se queda tranquilo, hay algo que no cuadra en esta historia. Déjate de chorradas, Adrián, se dice en el ascensor, vas a echar un buen polvo, con una tía que está como un queso, que se hagan una paja los dos vigilantes, y si lo pueden ver por la cámara mejor, seguro que me miran con otra cara cuando baje. Efectivamente, el ala derecha de la última planta pertenece a Luzman, agencia de modelos. Es un lugar de aire moderno, diáfano, con columnas plateadas y grandes plantas en enormes macetas. Preciosas señoritas corretean de un lado para otro, sonrientes, dedicándole alguna que otra curiosa mirada. También hay mujeres, y hombres, de esculturales cuerpos, de sensuales miradas, capturados en inmensos carteles en blanco y negro. Piernas que se cruzan, escotes que se adivinan. Él también las mira, a las presas en cuché y a las que caminan. Son, evidentemente, modelos, pero no tan delgadas como critica Eduardo. Buenas tardes, señorita. La joven del mostrador es muy atractiva, como si esta fuera una condición indispensable para estar en la nómina de Luzman. Se fija mejor y no solo hay mujeres, también hombres igualmente atractivos, elegantes, pasean de un lado a otro, con papeles en la mano, hablando por teléfono o con la mirada perdida. El ambiente es mucho más relajado que en su oficina, donde todo parece ocurrir con extremada urgencia. Al fondo, a la derecha, hay una especie de centralita, donde cuatro señoritas con cascos contestan amablemente. Agencia Luzman, le atiende Mirta, ¿en qué puedo ayudarle?. La recepcionista le pregunta con la mirada y una nueva sonrisa. Sí, verá, quería ver a la señorita Luz. Disculpe. Consulta su ordenador y vuelve a sonreír. Adrián Molina, ¿verdad?. Sí, intenta ocultar su sorpresa, no recuerda haberle dicho a Luz su apellido. Muy bien, señor, Luz está en su despacho y le está esperando. La joven parece menos atractiva cuando se descubre del mostrador, algo entrada en carnes e insuficientemente alta para pensar en ella sobre una pasarela. Aunque no por eso, se corrige, carente de atractivo, con un rostro dulce, rebosante de salud y simpatía. Si me acompaña. Atraviesan la oficina y llegan hasta una puerta de elegante madera. La joven sonríe por enésima vez y retoma en silencio su particular reinado, donde su rostro brilla con especial belleza. Llama a la puerta. Una voz reconocida pero fría le da la entrada. Es un despacho enorme, de suelo enmoquetado, color crudo, distinto al resto de la oficina. En las paredes cuadros de deslumbrantes modelos, también mujeres y hombres desnudos, en blanco y negro. Alguna subida de tono, y al tiempo cargada de simbología, como la que descansa, curiosamente, sobre la cabeza de Luz, un primer plano de un pene estrujado por cinco dedos femeninos. Es tan cercano el plano que Adrián tarda un par de segundos en reconocer la escena. Luz está hablando por teléfono. Sí, te aseguro que estarán, no te preocupes, ¿te he fallado alguna vez?...sí, claro, pero eso no eran negocios... ya, ya, los viejos tiempos son viejos por eso, Luiggi, anda, cuenta con los cuatro modelos y los dos chicos para tu fiesta. En mitad de alguna frase ha sonreído, pero tan brevemente que no ha podido asimilarlo. Hola, Adrián. Ahora sí que sonríe con cierta cordialidad. Tampoco demasiado, piensa él, para una mujer que veinticuatro horas antes ha estado haciendo malabares con sus genitales. Hola, Luz, impresionante esta oficina. Sí, la verdad es que estoy muy orgullosa. Hay demasiada distancia entre ellos, no sólo por la enorme mesa, repleta de papeles, ficheros y fotografías. Imagino que entenderás que ésta es una entrevista estrictamente profesional. Pues no, no lo había adivinado, aunque ahora que analiza todo lo que ve le cuesta entender como no se dio cuenta antes. Sí, claro. Es más apropiado mentir. Bueno, no me gusta generar confusiones. Entonces, ¿lo de ayer?, dicen los ojos de Adrián. Luz se levanta. Él analiza su belleza desde la nueva perspectiva. Elegantemente hermosa. Traje de corte masculino, con finas rayas blancas, camisa también blanca, de enormes cuellos puntiagudos, y zapatos rojos. El pelo, impecable. El rostro, reluciente. La piel de aspecto terso. Está hermosa, confirma Adrián, mientras ella se sienta, coqueta, en el borde la mesa. Sigue la distancia, pero ya no la siente tan lejos. Ayer me sentí especialmente plena. Continúa acomodada de nuevo, con las manos cruzadas sobre una de las rodillas. Fue algo intenso, verte, mirarte, saber que me estabas mirando, seducirte, que me sedujeras, amarte, fue hermoso, pero...Se pone en pie y camina hacia la enorme cristalera, tras la que se adivina la Ciudad deportiva del Real Madrid. Es como si estando sentada hubiera escrito en el aire una frase y ahora viniera otra. De pie, punto y a parte. Soy una mujer de negocios, supongo que es evidente, señala su entorno. Adrián recuerda ahora esos euros defenestrados por la memoria. Cuando conozco a un hombre como tú, atractivo, dispuesto, entregado, capacitado para hacernos gozar, no puedo evitar que se construyan ilusiones en mi cabecita de inversora. Claro. Adrián empieza a entenderlo todo. Por eso follaste conmigo. Follar, chasqueda la lengua, follar es una palabra fea fuera de los gemidos de un hotel, a mí me gusta más pensar que nos amamos, si quieres que pasamos un buen rato, pero follar, ya no follan más que los actores porno. Ya, lo que tú quieras. Se siente ciertamente incómodo. No, de verdad, no soy mujer de mentiras piadosas, follé contigo, que parece que te gusta más, porque me moría de ganas. ¿Y el dinero?, pregunta ansioso por descubrir qué significa todo esto. El dinero es otra cosa. Vuelve a su cómodo sillón y tercia entre ellos otra vez la mesa. Podía haberte pagado perfectamente en agradecimiento, ¿por qué no?, hay mujeres que lo hacen, pero en mi caso era una prueba, quería saber si te sentías incómodo en ese trueque. No es justo. Su dignidad, su moral, le obligan a defenderse. Si me lo hubieras dicho en la sauna, antes de entrar, si me hubieras dicho, folla conmigo por cincuenta euros...Se queda en silencio. Luz sonríe. ¿Hubieras entrado?. No, niega rotundamente. Por esa razón te pagué después. Además, vuelve a ponerse en pie, no debía pagarte hasta saber si merecía la pena el esfuerzo. Te sientes poderosa con todo esto, ¿verdad?. Hay más bilis de la que quiere reconocer en su pregunta. No, me sentí poderosa cuando estaba sobre ti, cuando te tenía en la boca, ahí me sentí poderosa, después, inteligente, aunque no te lo parezca, entré a la sauna por placer, que luego saliera satisfecha también por trabajo, fue otra consecuencia. No vas a convencerme. Pero el enfado no basta para levantarse y dejarla ahí, sentada, sola. Pues es lo que estoy intentando hacer, quiero convencerte. ¿De qué?. Vamos a ver, Adrián, no me hagas perder el tiempo, no me hagas confesarte lo evidente. ¡ Yo no soy un chapero ¡. Ahora sí que enfurece y ha querido evidenciarlo con la voz. No te alteres, cariño. Está muy tranquila, ha vivido esta situación muchas veces, sabe como se siente. Él, ellos y ellas, los que se indignan, los que no quieren hincar la rodilla ante la evidencia, no saben que Luz conoce muy bien sus sensaciones. Años atrás, una dulce jovencita inocente llamada Adoración pasó por la misma indignación. No es necesario que te enfades, estamos manteniendo una conversación, dos personas adultas que voluntariamente han decidido reunirse, no intentes disfrazarlo de engaño con tu enfado; ayer no hablamos de nada, ayer hubo sexo y dinero, olvida tu dignidad. Ya, pero yo no soy un puto. La memoria lo traiciona trayendo a María, sus juegos, su dinero, y también el de Luz, por eso su voz no es tan firme como debiera. Nadie quiere que lo seas, no somos una agencia de prostitución, ni un centro de proxenetismo; somos una agencia de modelos, trabajamos en el cine, en la publicidad, en la moda, y también ofrecemos otros servicios requeridos por personas de alto nivel que no pueden permitirse el lujo de que sus costumbres salgan a la luz, o están tan ocupados, o son tan engreídos, que prefieren pagar por compañía; y por compañía no quiero que entiendas lo que tú llamas follar, te sorprendería saber lo que una mujer de cincuenta años busca cuando acude a nosotros. No le gusta lo que escucha, y sobre todo no le gusta su propia respuesta, ese silencio y la mirada perdida en la moqueta. No se siente incómodo, ni ofendido, es más, analiza lo que escucha y le parece razonable. Eso es lo que no le gusta. No se trata de prostitución, se justifica a sí mismo, sino de compañía, mujeres solitarias que buscan a alguien que las acompañe, inteligente, atractivo, que las haga reír, que las haga soñar. Una vez más Luz parece adivinar sus pensamientos. No se trata de carne, Adrián, ellas buscan quien las quiera, quien las haga sentir especiales. Hay un breve silencio y una sonrisa, la de Luz, que lo llena todo de un brillo especial, y eso incluye sus propias palabras. Nadie como tú para hacer sentirse especial a una mujer. El halago, contra lo que espera, surte un efecto ligeramente contrario, hace que Adrián se despierte y el recelo vuelva. ¿Y sueles probarlos a todos?, porque con el volumen de negocio que parece mover esto no sé si tendrás tiempo si quiera de respirar. La ironía no ha sentado nada bien a Luz, pero disimula, porque sabe lo duro que se hace estar al otro lado. No es necesario que intentes hacerme daño, tengo la edad y la experiencia suficiente como para sacarte de aquí ahora mismo con el rabo entre las piernas. ¿Y por qué no lo haces?. No busca respuesta, es más, si ella lo hiciera, si ahora lo dejara ahí, con dos palmos de narices, se sentiría verdaderamente decepcionado, por alguna inesperada razón desea continuar. Pues no lo hago, responde Luz, porque me pareces un hombre extremadamente atractivo que malvive de una beca y un trabajo basura y que te mereces algo más, poder comprarte ropa cara, tal vez otra moto, ayudar a tu madre. Eh, eh, eh, se dice a sí mismo, esto se está pasando de castaño oscuro. No metas a mi madre en esto, además, es consciente ahora mismo, ¿cómo narices sabes todo eso de mí?. Adrián, por favor, no me hagas pensar que eres menos inteligente de lo que pareces, ¿tú crees que un inversor dejaría su dinero en unos valores sin comprobar antes la viabilidad, la solvencia y las posibilidades de futuro de su inversión?. Se siente desnudo, pero no esa desnudez que precede al sexo, sino una mucho más incómoda, nacida de dentro. Veo que te tomas muy en serio tu trabajo. Por su puesto. ¿Incluyendo lo de ayer?. Mira, te lo digo otra vez, vamos a olvidarnos de eso, me gustó y punto, ahora centrémonos en los negocios, que es para lo que estamos aquí. Empieza a cansarse de la actitud de Adrián. Se hace tarde y tiene una comida de negocios en menos de una hora. Vamos a hacer una cosa, que el tiempo se nos echa encima, la semana que viene hay una fiesta; es una fiesta especial, habrá mujeres y también hombres, personas con mucho dinero, caprichosas, y necesitamos camareros. ¿Camareros?. Ahora sí que está desconcertado. ¿No pensarás que esto es como un mercado de ganado, que os exponemos en una página web y que llaman para que les hagáis un trabajo?, por favor, Adrián, me estás decepcionando, tienes que abrir tu mente, dejarte llevar, confiar un poquito en mí, y ver algo más de seriedad en ésto. No se trata de confianza, Luz, o sí, pero para que la haya, tengo que creer y para eso necesito saber. Vale, vamos a ver, las cosas son del siguiente modo, en esas fiestas digamos que hay de todo, y eso incluye camareros como tú, de cuerpos impresionantes, muchos de ellos verdaderos modelos que se sacan un sobresueldo con esto, y las mujeres y los hombres, bueno, pues buscan algo más que una copa, lo que consigas, lo que saques y hagas, es cosa tuya; en cierto modo, tú pones los límites, nuestra relación comercial termina en la puerta, a los pies de la cama, para ser más explícitos; digamos que ellos pagan por estar ahí y nosotros les ofrecemos la posibilidad de encontrarse con maravillas como tú. Ahora lo entiendo, vamos allí a ligar con las cuarentonas para tenerlas contentas y que os sigan pagando. Si lo quieres ver así, a mi me gusta más pensar que somos intermediarios que ponemos fácil las cosas a quien busca y a quien quiere ser buscado. ¿Y todos los camareros acaban follando con las viejas?. Tienes que empezar a controlar tu forma de expresarte, suelen ser personas muy cultas, muy sensibles y muy altivas, no soportarían una insolencia de no ser que verdaderamente pagasen por ella. No tengo por qué cambiar mi forma de hablar, no he dicho que vaya a ir a esa maldita fiesta. Tampoco lo he dado por hecho, te abro simplemente la posibilidad, tú decides, puedes decir que no y tal vez no volver a vernos, o decir que sí y ver que sale de todo esto, convertirnos en jefe y empleado, por decirlo de algún modo, que algún día, igualmente, puede que sí, puede que no, acaben sudando juntos. Esa es la mirada que recuerda de la sauna. Luz acerca la mano con una tarjeta. Adrián se pone en pie. Piensa que no le falta razón, verdaderamente tiene dos posibilidades muy claras, meridianamente distantes, opuestas. Se lo piensa, hasta el dolor. Después, extiende la mano, con gesto pétreo. Esto no significa que vaya. Desde luego. Luz sí que sonríe, mientras ve a Adrián desaparecer tras la puerta. Después suena el teléfono y se olvida por completo de él. Luz, directora de luzman, ¿con quién hablo?.

22 de junio de 2007

LA CANARIA O EL GALBAÑISMO


Hoy tenía claro sobre que quería escribir. Era una iniciativa divertida. Pero la realidad se empeña por colarse con su crudeza en forma de portada, con la foto del macabro hallazgo de la guardia civil, esos cien kilos de sin razón explosiva de ETA. Y he pensado, ¿cambio de planes?, ¿otra vez son ellos quienes marcarán mi ritmo, quienes decidirán que no puedo escribir de lo que tenía pensado?. Pues no, me he dicho, esta vez no me da la gana, esta vez seré yo quien lo haga. Hace mucho escuché a la viuda de un asesinado de ETA que ella lloraría lo que hiciera falta en la intimidad, pero que seguiría su vida y sería feliz, le costara lo que le costara, que de no ser así ellos lograrían su objetivo. Eso voy a hacer. Pero después va y me sale la noticia del alcalde de Torrelodones, que como dice Juan Herrera (¡ qué lastima que el año que viene No somos Nadie desaparezca!) ha inventado el Galbañismo, que es subirse el sueldo a sí mismo. Este tipo, lo primero que ha hecho al llegar a la alcaldía ha sido subirse el sueldo un 36% para pasar a ganar más que el presidente de la nación. Bueno, también ha tenido tiempo para censurar una minifalda en el pleno. Que claro, si anda con ese tipo de preocupaciones no le arriendo yo las ganancias. En fin, que me he dicho, pues por él tampoco, pero después he leído que hay tres muertes laborales a la semana en...¿España?, ¡ no !, en Madrid. Así que he cerrado el periódico y heme aquí, dispuesto a cumplir mi propósito.

Vamos como una anécdota. Esto ocurrió hace unos años. Los protaganistas son mis buenos amigos Kristel y Jesús. Ella suiza y él canario, ambos residentes ya en la isla. El caso es que se conocieron hace un tiempo y hace también algún tiempo ella tuvo su primer encuentro con la que sería después su familia política. Apenas hablaba o entendía el castellano por aquel entonces (ahora tiene un adorable acento suizo canario). Estaban en una típica comida familiar, con todos los miembros amigáblemente bromeando y comiendo productos de la tierra, entre ellos pellas de gofio (que Jesus o Kristel nos expliquen lo que son). Ella observaba todo e intentaba enterarse de lo que podía. Pero en algún momento tenía que hablar, no podía pasarse todo el día a base de monosílabos. Así que preparó una pequeña frase, unas ideas que fue madurando entre mordisco y mordisco. Cuando encontró el momento y el valor, carraspeó. Se hizo el silencio, claro, la suiza iba a hablar. Ella entonó y buscó el mejor acento y empezó su disertación...estoy muy contenta, y quiero que sepan que para mi no hay nada mejor que comerme una buena polla canaria...Os podéis imaginar, la sección masculina del convite rompió en carcajadas y aplausos, vítores a las virtudes del canario, y ellas, más solidarias siempre con el sufrimiento, mantenían el tipo como podían.

Evidentemente esto no es más que una anécdota divertida, de las que ha miles ¿por qué no nos cuentas la tuya?, esa metedura de pata inoportuna, ese tropezón, esa frase desafortunada, ese ¿estás embarazada? cuando no lo está. Venga, seguro que fue tan divertida como la polla canaria.