La emigración (la inmigración) es un tema recurrente en mi teclear. Siempre que leo, o escucho, o veo una historia sobre emigrantes, sobre personas que lo dejan todo por buscarse un nuevo futuro, un futuro incierto pero lleno de esperanza, en un lugar hostil a priori, siento una extraña afinidad, yo, que he vivido toda la vida en la misma ciudad. Por eso me llamó la atención la historia de Mario, super Mario. Un ídolo en un pequeño pueblo granadino (Albuñán) y ahora también en Stuttgart, ciudad en la que juega, y al parecer muy bien, al fútbol. Es hijo de un español y de una alemana y ha vivido toda su vida en el país germano. Aunque, como buen hijo de emigrante, ha pasado grandes temporadas en su pueblo, con sus abuelos. Tiene mérito el chaval, que durante un tiempo esperó incluso la llamada de la selección española, y en vistas a que no llegaba ha decidido marcar los goles, que no son pocos, con la alemana. La abuela se ha aficionado al fútbol para ver, o más bien para sufrir, a su nieto. Es una historia que no es nueva. Pero me toca la fibra sensible, como ocurre con todas las que llevan el sello del abandono forzoso de tus raíces. Ahora en su pueblo preparan un homenaje para este verano. Y allí se verá las caras con sus amigos de la infancia, los amigos del verano que lo veían como un bicho raro, el alemán. Esta es la cara amable de la historia. La triste, la cruel, la viven a diario centenares, que digo centenares, miles, cientos de miles de personas que por una u otra razón tienen que hacer un mísero hatillo con sus recuerdos para buscar un lugar mejor, o simplemente para sobrevivir. Por ellos todos los goles de Super Mario serán especiales para mí. Ójala marques muchos, Mariete.
19 de junio de 2007
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