23 de junio de 2007

GIGOLO; Capítulo cuarto. Agencia Luzman

Ha pasado por el gimnasio. Como ayer. Como casi todas las tardes. Pero no ha tocado las pesas. ¿El objetivo?, una buena ducha, porque le gusta sentirse limpio. Considera su aroma y su sabor parte de su encanto. Un ritual maravilloso, porque precede, es la vigilia al encuentro. Si va a estar con una mujer disfruta intensamente desde el momento en el que es consciente. Lo hace mientras limpia con paciencia su cuerpo, cuando lo unta de cremas sin olvidar rincón alguno, cuando se afeita a conciencia, cuando se cepilla los dientes con obnubilación. Y recordando el cuerpo de Luz, su sabiduría para encontrar los resortes del deseo, sabe que merece la pena. Frente al espejo se siente impecable, guapo y sería capaz de entender lo que le ocurre a las mujeres. Soy un hombre atractivo. Corbata moderna, traje de corte italiano, zapatos relucientes. Recuerda, y sin ser consciente de ello no hay rastro del billete. Lo ha aparcado. Es jueves, por la noche volverá a ver a María. En cambio, no ha pensado en ella. Las cremas, la ducha, el afeitado, esta vez no han sido para ella, esta vez son para otra, que aunque no lo recuerde, también pagó por sus servicios. Podría pensar que con María hay una relación estable, peculiar, pero estable. No entraría en el elenco de relaciones tradicionales, pero no dejan de ser un hombre y una mujer que acuerdan encontrarse en momentos determinados. Quizás no acaben conociendo a sus familias, pero cada jueves se acuestan en la misma cama, como cualquier otra pareja. O en el sofá, o en la alfombra, o en el ascensor, o en el trastero. Con Luz, de momento, las cosas son distintas. Y así debe ser, piensa cuando rebusca la tarjeta. Luzman, agencia de modelos. Un lugar muy peculiar, sin duda, para trabajar, a unos quinientos metros de donde se encuentra. Un edificio acristalado, oscuro, de apenas media docena de plantas. Sigue sin querer recordar el pequeño detalle del pago, como si su cerebro hubiera decidido que no era propio de Luz, o temiera que con la reiteración, Luz María, María Luz, se convirtiera en evidente lo que no es más que un caprichoso y huidizo recuerdo.
Mientras se acerca, baraja las posibilidades. Tal vez tenga el coche en el parking y de aquí nos marchemos a un hotelito, o a su casa, aunque claro, si nos acabamos de conocer, tampoco sería muy prudente, tal vez lo hagamos en su propio despacho. Le gusta, es la idea con la que decide quedarse, imaginar a Luz desnuda, arqueada la espalda, con la ciudad al fondo, tal vez hasta pueda adivinar la silueta de la sierra, eso sería genial. En la recepción, un aprendiz de vaquero lo detiene. Eh, jovencito, le gustaría decir, que subo a ver a Luz, tu jefa. ¿A dónde dijo?. A Luzman. El aprendiz de John Wyne mira a su compañero, parapetado tras el mostrador, y esboza una irónica y molesta sonrisa antes de indicarle. Ultima planta, ala derecha. Comprende inmediatamente que el edificio no es sólo de Luz, lo que le invita a pensar que, tal vez, los pistoleros se rieran de eso. No se queda tranquilo, hay algo que no cuadra en esta historia. Déjate de chorradas, Adrián, se dice en el ascensor, vas a echar un buen polvo, con una tía que está como un queso, que se hagan una paja los dos vigilantes, y si lo pueden ver por la cámara mejor, seguro que me miran con otra cara cuando baje. Efectivamente, el ala derecha de la última planta pertenece a Luzman, agencia de modelos. Es un lugar de aire moderno, diáfano, con columnas plateadas y grandes plantas en enormes macetas. Preciosas señoritas corretean de un lado para otro, sonrientes, dedicándole alguna que otra curiosa mirada. También hay mujeres, y hombres, de esculturales cuerpos, de sensuales miradas, capturados en inmensos carteles en blanco y negro. Piernas que se cruzan, escotes que se adivinan. Él también las mira, a las presas en cuché y a las que caminan. Son, evidentemente, modelos, pero no tan delgadas como critica Eduardo. Buenas tardes, señorita. La joven del mostrador es muy atractiva, como si esta fuera una condición indispensable para estar en la nómina de Luzman. Se fija mejor y no solo hay mujeres, también hombres igualmente atractivos, elegantes, pasean de un lado a otro, con papeles en la mano, hablando por teléfono o con la mirada perdida. El ambiente es mucho más relajado que en su oficina, donde todo parece ocurrir con extremada urgencia. Al fondo, a la derecha, hay una especie de centralita, donde cuatro señoritas con cascos contestan amablemente. Agencia Luzman, le atiende Mirta, ¿en qué puedo ayudarle?. La recepcionista le pregunta con la mirada y una nueva sonrisa. Sí, verá, quería ver a la señorita Luz. Disculpe. Consulta su ordenador y vuelve a sonreír. Adrián Molina, ¿verdad?. Sí, intenta ocultar su sorpresa, no recuerda haberle dicho a Luz su apellido. Muy bien, señor, Luz está en su despacho y le está esperando. La joven parece menos atractiva cuando se descubre del mostrador, algo entrada en carnes e insuficientemente alta para pensar en ella sobre una pasarela. Aunque no por eso, se corrige, carente de atractivo, con un rostro dulce, rebosante de salud y simpatía. Si me acompaña. Atraviesan la oficina y llegan hasta una puerta de elegante madera. La joven sonríe por enésima vez y retoma en silencio su particular reinado, donde su rostro brilla con especial belleza. Llama a la puerta. Una voz reconocida pero fría le da la entrada. Es un despacho enorme, de suelo enmoquetado, color crudo, distinto al resto de la oficina. En las paredes cuadros de deslumbrantes modelos, también mujeres y hombres desnudos, en blanco y negro. Alguna subida de tono, y al tiempo cargada de simbología, como la que descansa, curiosamente, sobre la cabeza de Luz, un primer plano de un pene estrujado por cinco dedos femeninos. Es tan cercano el plano que Adrián tarda un par de segundos en reconocer la escena. Luz está hablando por teléfono. Sí, te aseguro que estarán, no te preocupes, ¿te he fallado alguna vez?...sí, claro, pero eso no eran negocios... ya, ya, los viejos tiempos son viejos por eso, Luiggi, anda, cuenta con los cuatro modelos y los dos chicos para tu fiesta. En mitad de alguna frase ha sonreído, pero tan brevemente que no ha podido asimilarlo. Hola, Adrián. Ahora sí que sonríe con cierta cordialidad. Tampoco demasiado, piensa él, para una mujer que veinticuatro horas antes ha estado haciendo malabares con sus genitales. Hola, Luz, impresionante esta oficina. Sí, la verdad es que estoy muy orgullosa. Hay demasiada distancia entre ellos, no sólo por la enorme mesa, repleta de papeles, ficheros y fotografías. Imagino que entenderás que ésta es una entrevista estrictamente profesional. Pues no, no lo había adivinado, aunque ahora que analiza todo lo que ve le cuesta entender como no se dio cuenta antes. Sí, claro. Es más apropiado mentir. Bueno, no me gusta generar confusiones. Entonces, ¿lo de ayer?, dicen los ojos de Adrián. Luz se levanta. Él analiza su belleza desde la nueva perspectiva. Elegantemente hermosa. Traje de corte masculino, con finas rayas blancas, camisa también blanca, de enormes cuellos puntiagudos, y zapatos rojos. El pelo, impecable. El rostro, reluciente. La piel de aspecto terso. Está hermosa, confirma Adrián, mientras ella se sienta, coqueta, en el borde la mesa. Sigue la distancia, pero ya no la siente tan lejos. Ayer me sentí especialmente plena. Continúa acomodada de nuevo, con las manos cruzadas sobre una de las rodillas. Fue algo intenso, verte, mirarte, saber que me estabas mirando, seducirte, que me sedujeras, amarte, fue hermoso, pero...Se pone en pie y camina hacia la enorme cristalera, tras la que se adivina la Ciudad deportiva del Real Madrid. Es como si estando sentada hubiera escrito en el aire una frase y ahora viniera otra. De pie, punto y a parte. Soy una mujer de negocios, supongo que es evidente, señala su entorno. Adrián recuerda ahora esos euros defenestrados por la memoria. Cuando conozco a un hombre como tú, atractivo, dispuesto, entregado, capacitado para hacernos gozar, no puedo evitar que se construyan ilusiones en mi cabecita de inversora. Claro. Adrián empieza a entenderlo todo. Por eso follaste conmigo. Follar, chasqueda la lengua, follar es una palabra fea fuera de los gemidos de un hotel, a mí me gusta más pensar que nos amamos, si quieres que pasamos un buen rato, pero follar, ya no follan más que los actores porno. Ya, lo que tú quieras. Se siente ciertamente incómodo. No, de verdad, no soy mujer de mentiras piadosas, follé contigo, que parece que te gusta más, porque me moría de ganas. ¿Y el dinero?, pregunta ansioso por descubrir qué significa todo esto. El dinero es otra cosa. Vuelve a su cómodo sillón y tercia entre ellos otra vez la mesa. Podía haberte pagado perfectamente en agradecimiento, ¿por qué no?, hay mujeres que lo hacen, pero en mi caso era una prueba, quería saber si te sentías incómodo en ese trueque. No es justo. Su dignidad, su moral, le obligan a defenderse. Si me lo hubieras dicho en la sauna, antes de entrar, si me hubieras dicho, folla conmigo por cincuenta euros...Se queda en silencio. Luz sonríe. ¿Hubieras entrado?. No, niega rotundamente. Por esa razón te pagué después. Además, vuelve a ponerse en pie, no debía pagarte hasta saber si merecía la pena el esfuerzo. Te sientes poderosa con todo esto, ¿verdad?. Hay más bilis de la que quiere reconocer en su pregunta. No, me sentí poderosa cuando estaba sobre ti, cuando te tenía en la boca, ahí me sentí poderosa, después, inteligente, aunque no te lo parezca, entré a la sauna por placer, que luego saliera satisfecha también por trabajo, fue otra consecuencia. No vas a convencerme. Pero el enfado no basta para levantarse y dejarla ahí, sentada, sola. Pues es lo que estoy intentando hacer, quiero convencerte. ¿De qué?. Vamos a ver, Adrián, no me hagas perder el tiempo, no me hagas confesarte lo evidente. ¡ Yo no soy un chapero ¡. Ahora sí que enfurece y ha querido evidenciarlo con la voz. No te alteres, cariño. Está muy tranquila, ha vivido esta situación muchas veces, sabe como se siente. Él, ellos y ellas, los que se indignan, los que no quieren hincar la rodilla ante la evidencia, no saben que Luz conoce muy bien sus sensaciones. Años atrás, una dulce jovencita inocente llamada Adoración pasó por la misma indignación. No es necesario que te enfades, estamos manteniendo una conversación, dos personas adultas que voluntariamente han decidido reunirse, no intentes disfrazarlo de engaño con tu enfado; ayer no hablamos de nada, ayer hubo sexo y dinero, olvida tu dignidad. Ya, pero yo no soy un puto. La memoria lo traiciona trayendo a María, sus juegos, su dinero, y también el de Luz, por eso su voz no es tan firme como debiera. Nadie quiere que lo seas, no somos una agencia de prostitución, ni un centro de proxenetismo; somos una agencia de modelos, trabajamos en el cine, en la publicidad, en la moda, y también ofrecemos otros servicios requeridos por personas de alto nivel que no pueden permitirse el lujo de que sus costumbres salgan a la luz, o están tan ocupados, o son tan engreídos, que prefieren pagar por compañía; y por compañía no quiero que entiendas lo que tú llamas follar, te sorprendería saber lo que una mujer de cincuenta años busca cuando acude a nosotros. No le gusta lo que escucha, y sobre todo no le gusta su propia respuesta, ese silencio y la mirada perdida en la moqueta. No se siente incómodo, ni ofendido, es más, analiza lo que escucha y le parece razonable. Eso es lo que no le gusta. No se trata de prostitución, se justifica a sí mismo, sino de compañía, mujeres solitarias que buscan a alguien que las acompañe, inteligente, atractivo, que las haga reír, que las haga soñar. Una vez más Luz parece adivinar sus pensamientos. No se trata de carne, Adrián, ellas buscan quien las quiera, quien las haga sentir especiales. Hay un breve silencio y una sonrisa, la de Luz, que lo llena todo de un brillo especial, y eso incluye sus propias palabras. Nadie como tú para hacer sentirse especial a una mujer. El halago, contra lo que espera, surte un efecto ligeramente contrario, hace que Adrián se despierte y el recelo vuelva. ¿Y sueles probarlos a todos?, porque con el volumen de negocio que parece mover esto no sé si tendrás tiempo si quiera de respirar. La ironía no ha sentado nada bien a Luz, pero disimula, porque sabe lo duro que se hace estar al otro lado. No es necesario que intentes hacerme daño, tengo la edad y la experiencia suficiente como para sacarte de aquí ahora mismo con el rabo entre las piernas. ¿Y por qué no lo haces?. No busca respuesta, es más, si ella lo hiciera, si ahora lo dejara ahí, con dos palmos de narices, se sentiría verdaderamente decepcionado, por alguna inesperada razón desea continuar. Pues no lo hago, responde Luz, porque me pareces un hombre extremadamente atractivo que malvive de una beca y un trabajo basura y que te mereces algo más, poder comprarte ropa cara, tal vez otra moto, ayudar a tu madre. Eh, eh, eh, se dice a sí mismo, esto se está pasando de castaño oscuro. No metas a mi madre en esto, además, es consciente ahora mismo, ¿cómo narices sabes todo eso de mí?. Adrián, por favor, no me hagas pensar que eres menos inteligente de lo que pareces, ¿tú crees que un inversor dejaría su dinero en unos valores sin comprobar antes la viabilidad, la solvencia y las posibilidades de futuro de su inversión?. Se siente desnudo, pero no esa desnudez que precede al sexo, sino una mucho más incómoda, nacida de dentro. Veo que te tomas muy en serio tu trabajo. Por su puesto. ¿Incluyendo lo de ayer?. Mira, te lo digo otra vez, vamos a olvidarnos de eso, me gustó y punto, ahora centrémonos en los negocios, que es para lo que estamos aquí. Empieza a cansarse de la actitud de Adrián. Se hace tarde y tiene una comida de negocios en menos de una hora. Vamos a hacer una cosa, que el tiempo se nos echa encima, la semana que viene hay una fiesta; es una fiesta especial, habrá mujeres y también hombres, personas con mucho dinero, caprichosas, y necesitamos camareros. ¿Camareros?. Ahora sí que está desconcertado. ¿No pensarás que esto es como un mercado de ganado, que os exponemos en una página web y que llaman para que les hagáis un trabajo?, por favor, Adrián, me estás decepcionando, tienes que abrir tu mente, dejarte llevar, confiar un poquito en mí, y ver algo más de seriedad en ésto. No se trata de confianza, Luz, o sí, pero para que la haya, tengo que creer y para eso necesito saber. Vale, vamos a ver, las cosas son del siguiente modo, en esas fiestas digamos que hay de todo, y eso incluye camareros como tú, de cuerpos impresionantes, muchos de ellos verdaderos modelos que se sacan un sobresueldo con esto, y las mujeres y los hombres, bueno, pues buscan algo más que una copa, lo que consigas, lo que saques y hagas, es cosa tuya; en cierto modo, tú pones los límites, nuestra relación comercial termina en la puerta, a los pies de la cama, para ser más explícitos; digamos que ellos pagan por estar ahí y nosotros les ofrecemos la posibilidad de encontrarse con maravillas como tú. Ahora lo entiendo, vamos allí a ligar con las cuarentonas para tenerlas contentas y que os sigan pagando. Si lo quieres ver así, a mi me gusta más pensar que somos intermediarios que ponemos fácil las cosas a quien busca y a quien quiere ser buscado. ¿Y todos los camareros acaban follando con las viejas?. Tienes que empezar a controlar tu forma de expresarte, suelen ser personas muy cultas, muy sensibles y muy altivas, no soportarían una insolencia de no ser que verdaderamente pagasen por ella. No tengo por qué cambiar mi forma de hablar, no he dicho que vaya a ir a esa maldita fiesta. Tampoco lo he dado por hecho, te abro simplemente la posibilidad, tú decides, puedes decir que no y tal vez no volver a vernos, o decir que sí y ver que sale de todo esto, convertirnos en jefe y empleado, por decirlo de algún modo, que algún día, igualmente, puede que sí, puede que no, acaben sudando juntos. Esa es la mirada que recuerda de la sauna. Luz acerca la mano con una tarjeta. Adrián se pone en pie. Piensa que no le falta razón, verdaderamente tiene dos posibilidades muy claras, meridianamente distantes, opuestas. Se lo piensa, hasta el dolor. Después, extiende la mano, con gesto pétreo. Esto no significa que vaya. Desde luego. Luz sí que sonríe, mientras ve a Adrián desaparecer tras la puerta. Después suena el teléfono y se olvida por completo de él. Luz, directora de luzman, ¿con quién hablo?.

1 comentario:

Dudu dijo...

¿Y cúal decías que era el número de teléfono de esta agencia?