9 de junio de 2007

GIGOLO; capítulo segundo. Otra noche en tu terraza


Rebasa la cansada verja con la habilidad acostumbrada y atraviesa con sigilo la terraza de la señora Remigia. Si el radar funciona tendrá que escuchar los bramidos de rigor, que si no tiene vergüenza, que si la policía, que si algún día vamos a tener un disgusto. Ha habido fortuna. Al otro lado, en la siguiente terraza, está Eduardo. Casi todas las noches el mismo ritual, ¿por qué iba a ser ésta distinta?. Eduardo espera a la salida del trabajo, a la misma hora, en el mismo sitio. Cuando llega, el hachís y el tabaco descansan presos en el papel, a punto de caer bajo la tiranía final del mechero. ¿Qué pasa tronco?. Ni tan siquiera ha levantado la vista, secuestrado por los últimos retoques. Una vez cerrado el envoltorio lo agita desde un extremo para comprimir el contenido contra la boquilla. Entonces sí que levanta la vista y sonríe. ¿No te ha dicho nada la bruja?. No, debe de estar enganchada con la tele. Eduardo es su mejor amigo. Juntos desde la infancia, el colegio, el instituto. Han pasado muchas cosas juntos. Ahora sus vidas se han distanciado: Adrián, universitario, buscando un futuro mejor; Eduardo, heredero de la profesión paterna, charcutero, con el futuro resuelto y llano, gris. Dos vidas que se distancian, pero siguen teniendo en estos momentos la intimidad necesaria para que la vieja amistad no muera del todo. Con el cielo como techo y las terrazas del resto del vecindario como únicos testigos, con sus ropas tendidas, sus macetas, sus sillas para el calor del verano, sus miserias, sus vidas escondidas tras los precarios muros. Una hilera de terrazas presas entre ellas, patios de casa vieja de un barrio que los vio nacer y hacerse adultos, y que ahora, como las terrazas, parece apresarlos también a ellos. ¿Qué tal en el curro?. El ritual se cumple. Eduardo admira mucho a Adrián, envidia su forma de rebelarse contra el destino. Una rebeldía que no deja de ser una lucha contra los muros de estas casas bajas, contra las terrazas oprimidas y opresoras, contra las estrechas calles del barrio, contra el futuro escrito. Una rebeldía más práctica que sus camisetas reivindicativas, sus pelos desaliñados, su perilla alargada, sus pendientes o sus creencias políticas. Haría cualquier cosa por él, y lo que es más importante, daría cualquier cosa por parecerse a él. Adrián suele contarle las aventuras de su día a día en la multinacional. Un trabajo rutinario, para el que se hace innecesaria su formación universitaria, pero, tal y como está el mercado, la única forma de buscarse un sitio, empezando de cero. Eso o toda la vida de pizzero. Allí, en las modernas oficinas, ocurren cosas. Hay mujeres atractivas, solteras, casadas, con pareja o sin ella, y el tiempo juntos hace que se crucen los caminos y también el deseo. No deja de ser el becario, pero hasta eso puede convertirse en un arma de seducción, en pimienta para un guiso. Como ocurrió aquella tarde de invierno con la directora de marketing, de la octava planta. Una mujer madura, alejándose de los cuarenta, de las que dedican tanto tiempo a su aspecto y al trabajo que parece imposible que la vida les de para más. Bajó indignada con un asunto laboral. Le ocurre a muchos entre los muros y las cristaleras, la gente siempre quiere las cosas para ayer, lo suyo siempre es lo más importante, y no entiende como no está hecho antes incluso de ordenar que se haga. Intuición, señor Molina. Anticipación. Pues así bajó ella, le contó aquella noche a su amigo, en la misma terraza, bajo las mismas estrellas, que si no había guardado todo el material que me había pasado para archivar. Y sí, lo había guardado, así que nos fuimos los dos al archivo general, que está en el sótano, tío, un lugar oscuro, enorme, lleno de estanterías de metal petadas de carpetas, libros, materiales, chorradas que luego no sirven para nada, pero que ahí están, perfectamente ordenadas por el menda lerenda. Eduardo escucha con atención. Siempre lo hace, es como leer un libro, con la ventaja de saber que todo es cierto y de ver cómo se emociona el protagonista al contarlo. Es una tía impresionante, ya la había visto por el gimnasio, y por la ofi, de las que si te dan los buenos días te puedes sentir el tipo más afortunado del planeta. Abajo la cosa cambió. Empezó a preguntarme por el trabajo, por lo que había estudiado, por si tenía planes, novia, boda, y todas esas cosas. Estaba claro, o así lo vi, tío, allí abajo ya no era curro. Ya no éramos la directora de marketing y el becario, no sé si me entiendes. Sabía que estaba allí, que los lunes me quedo hasta tarde, que apenas hay nadie, y le dio morbo. El caso es que mantuve el tipo, porque es un campo farragoso este del curro, te pueden buscar las vueltas a poco que te precipites o te quedes corto. Hay que ir con mucho tiento, un mal polvo no debe terminar con meses de trabajo bien hecho. Buscamos las carpetas que le había archivado, curiosamente, estaban al fondo del todo, en un vericueto de lo más oscuro, que no sé en qué piensan los arquitectos. El caso es que ella misma se subió a la escalera cuando le indiqué dónde estaban, en la parte más alta. Hazte a la idea, falda ajustada, a la altura de las rodillas, piernas morenas, medias, zapatos de tacón alto, a medio metro de mis ojos, subidas en una diminuta escalera. No dije nada, te lo juro que no le dije nada. La tía se dio la vuelta y me soltó, ¿qué le pasa, Molina?, ¿ le incomoda tenerme así?. Primer quite, me dije, ahora estás en mi terreno, que esta tía no sabía con quien se estaba jugando el polvo. No, incomodarme no es la palabra, lo que pasa, le dije, es que si uno no quiere comer intenta no pasarse por el escaparate de una pastelería. Se bajó y, muy pegadita a mí, me dijo que si yo no quería comer. No es que tenga unas tetas muy grandes, ya sabes que tampoco me gustan enormes, sino perfectas embutidas en ese sujetador negro con encaje. El escote, el justo, que deja entrever un poquito del precipicio. No es cuestión de hambre, respondí, sino de que lo que hay en el escaparate te subyugue o no. ¿Y te subyuga?. Se lo dije con un beso, uno de esos largos, ¿sabes Eduardo?, y la agarré por el culo, para que sintiera bien el asunto entre las piernas. Se abrió como una flor. Me despeinó y empezó a gemir y a decir guarradas, ya sabes, de esas que se vuelven locas. Ni tan siquiera le comí las tetas, ni ella tampoco me hizo nada, estábamos tan calientes que saqué el preservativo y se la metí. Estaba chorreando, te lo juró que entré como si mi polla fuera un cuchillo y su coño mantequilla caliente. ¿Se corrió?. ¿Por quién me tomas?, hasta que ellas no gimen mi hermano no escupe, chavalito, que estas ante un profesional. Ni por asomo pensaba aquella noche, cuando, aderezado todo por el humo del hachís, le contaba la última batallita, que esa frase hecha podía ser estricta y momentáneamente cierta y, sobre todo, desconcertantemente cierta. Después, la mujer madura de la octava se recompuso el aspecto y desapareció de su vida. Y ahí acabó la aventura para Edu, como otras veces. No hubo decepción, ni la hay cuando ahora el trato es más profesional y frío que antes si cabe. Sabe que las cosas son así, que todo vale, que son puntos, y que a lo mejor otro lunes dentro, de unos meses, la ejecutiva vuelve a necesitar de sus servicios. Y él estará ahí, porque todo vale. Hasta entonces, vuelven a ser la ejecutiva casada y el becario de una multinacional.
Esas son las aventuras que le gusta contar. Y también las que Eduardo busca cada noche, porque él es mucho menos afortunado con las mujeres. Por costumbre, por falta de atrevimiento, de convencimiento, o simplemente por falta de práctica, su relación íntima con el sexo opuesto suele ser reducida, y en algunos casos preocupante si se deja fuera el tema prostituta-cliente. Curiosamente hoy Adrián no trae en la mochila chascarrillos de la oficina, sobre si la chica de compras llevaba un escote de muerte, o si uno de contabilidad asegura que se folló a la de legal en la fiesta de navidad. Todavía tiene fresco el sabor en los labios, en la lengua y en todo el cuerpo, de María, la desconocida amante que le ha pagado cien euros a cambio de sexo. Ese recuerdo es incompatible con cualquier otro. Hay demasiada confusión en su cabeza. No solo por las circunstancias, alguien que le ha puesto las cosas tan fáciles, sino por la puesta en escena, él masturbándose, el semen por el suelo, el coño ardiendo en su boca. Y, sobre todo, el dinero. El dinero, superado el orgullo y la satisfacción de la nueva conquista, y también el acostumbrado placer de haber estado a la altura, es el elemento más activo en esta brumosa sensación. Es como si la memoria se esforzara por ennegrecer los posos del recuerdo con la intención de engañarlo con que no ha ocurrido, y en cierto modo lograr así que no haya ocurrido. Sin embargo hay algo con lo que la memoria no puede, la prueba clara, plausible, en su bolsillo. Un billete nuevo y delator que retuerce una y otra vez, como si temiera que en una de esas curvas desapareciera y con él la evidencia de lo vivido. Eduardo, mientras tanto, ausente de tanta tribulación, saborea el triunfo de la maravillosa ilegalidad. El humo palidece la luz de las farolas, que como dientes de una cremallera surcan, en perfecta hilera, las dos filas de terrazas, un diente de luz por cada dos de ellas. Es un lugar curioso. Siempre lo han dicho, con su dosis de amor y de odio. Casas viejas, de dos plantas, que en su día debieron ser dignas residencias, y que ahora, simplemente, se resisten a morir. En una especie de planta interior se disponen las terrazas, en el segundo piso, formando una enorme azotea partida en pequeños panales cuadrados. Dos hileras, una frente a la otra, separadas por una fina verja, cansada de dividir los mundos de cada terraza. Se adivinan las que resisten los envites infantiles, las que acogen a agotados abuelos, demasiado cansados tan si quiera para regar las plantas. O las llenas de vida y luz, como la de la pareja que vive frente a Eduardo, él pintor de brocha fina, pelo largo, ropas viejas; ella preciosa y sonriente siempre, ¿qué más da a que se dedique?. La vida que va y la que viene, así ha sido siempre. Tal vez sea un lugar poco íntimo, el devenir de cada familia, de cada casa, rebosa por las ventanas y se esparce por el aire desde las terrazas. Pero la noche es tranquila, de noche ellas son su reino, cuando se sientan en las sillas de plástico robadas, para darle la vuelta al día. Pues mira, tío, recuerda la pregunta, difuminada con el humo, hoy ha sido un día muy tranquilo en la oficina, ya sabes, fotocopias, y archivos y llamadas a clientes, picar datos y sandeces por el estilo. Joder, tronco, es que no te entiendo. Y realmente le cuesta hacerlo. ¿Qué es lo que no entiendes?. Adrián sabe perfectamente de que habla su amigo. Joder, pues que siendo tu padre como era, tan así, que molaba, que le ponía huevos al asunto, pues que andes prostituyéndote. Que palabra más inapropiada, piensa Adrián. Pero calla, a sabiendas del contenido acostumbrado de estos discursos. Además en una multinacional, prosigue Eduardo, de becario, haciendo un trabajo para el que tenían que tener a un licenciado, como tú, pero pagándole, no bien, que bien nunca pagan, que para eso son una empresa y no una cooperativa, sino lo justo, lo que dicta la lógica, ni más, ni menos. No empieces otra vez con esas monsergas, tío, que no me apetece escuchar charlas, ahora no, ya tengo bastante en el curro. En el fondo le gusta ese interés, que alguien le recuerde de dónde viene, para no olvidarlo cuando llegue donde tiene intención de hacerlo. Claro, claro, y yo no tengo las tetas de la de mensajería, ni el culito de la de marketing, aquella que te apretaste en el archivo. Sigue sorprendiéndole la memoria de Eduardo para algunos detalles. Pues no, la verdad es que no las tienes. Le hace gracia imaginárselo. Y no te quedarían igual, todo hay que decirlo. Vale, que no tienes nada que contar, o no tienes ganas de hacerlo. Incisivo, esa es la palabra que busca Adrián mientras da una nueva calada al porro. Incisivo y acertado, casualmente acertado. No quiere romper la tradición, aquella no escrita que le obliga a contar sus aventuras, a adornarlas si es necesario, con el fin de ayudar a su amigo a sobrellevar lo que él mismo llama, paupérrimo historial amoroso. Pero el caso es que no sabe como afrontar la historia que le ha sucedido hoy. No sabe si lo mejor sería hablar tan solo del encuentro, omitiendo los detalles. Pero esa actitud lo delataría demasiado pronto, ya imagina la mirada de su amigo. Seguro, diría con sorna, llegaste, te miró, te la follaste y te fuiste, ¿en un avión al estilo 007 o en bicicleta, como un cartero del siglo pasado?. Hay que echarle valor. Me ha pasado algo increíble. Se lanza con la esperanza de encontrar la táctica adecuada en el camino. ¿En el curro?. A Eduardo ya le gusta el tono. Sí, pero no en la ofi, sino con las pizzas. Joder, eso es nuevo. Hay decepción, los dos lo han notado, lo que alimenta el ego narrador de Adrián. ¿Te han intentado robar o algo de eso?. Bueno, la verdad es que es una forma de decirlo, pero no es eso, no al menos exactamente. ¿Tendría sentido haberle dicho, así, como si se tratara de un escritor de medio pelo, que lo que le han robado ha sido la inocencia?. No, no habría tenido sentido. Vamos, coño, que no tenemos toda la noche. Inquiere ligeramente intrigado. Pues era el último pedido de la noche. Toma las riendas, y los dos se acomodan en el poyete de la ventana, forzando el plástico de los respaldos. A tomar por culo, que no sé como hacen pedidos tan lejos, allá por la zona nueva del parque. Una pasada de kely, tío, un edificio nuevo, con pisos de la leche en medio de casas como las nuestras, que no pega nada. Creo que sé dónde dices. Es una simple frase demostrativa, estoy atento. Pues subo, y, joder, porque eres mi amigo y sé que me vas a creer, sino no te lo contaría. Ahora la curiosidad se ha tornado en impaciencia. Me abre una tía, ¿cómo decirlo?, vamos, vestida como tú vestirías a la que te quisieras follar. ¿Desnuda?. Ahora sí que ha despertado su curiosidad definitivamente. Peor, vestida para gustar y te den ganas de desnudarla. Joder, trata de imaginárselo. Y no me lancé, ya sabes, pues que piensas que está con su pareja, que está reponiendo fuerzas, ¿cómo coño imaginarse otra cosa?. Pero, que va. Venga, tío, no me pongas los dientes largos, y suelta de una puta vez, ¿te lo has montado con una tía a la que le ibas a llevar las pizzas?. Adrián duda un instante. Solo uno. Sí, me la he follado...bueno, no, no me la he follado, que es lo raro. Ahora, al contarlo, le resulta más raro todavía. Me dejas flipado. ¿Cómo crees que vengo yo?. No, ya imagino. De lo que te estoy contando, ni una palabra, a nadie, eh, a nadie, ni a esta gente, ni a compañeros del curro, ni nada. Que sí, joder, que sí. Le extraña tanta insistencia. Pues que la tía quería que me hiciera una paja delante suya. Eduardo se atraganta con el humo y no sabe si reír o respirar, debe elegir una. Vete a tomar por el culo. Intenta respirar pero tose con estridencia, llevándose la mano al pecho cuan viejo minero jubilado. Pensaba que me estabas contando algo serio, coño, no una peli del Rocco. La leche, parece mentira, tú que me cuentas las movidas que les haces a tus amantes virtuales, que si correrte en su pelo, que si meterle no sé que por el culo, y ¿te extrañas de eso?. De verdad se extraña. Ya, pero eso no pasa, es un mundo inventado, está en nuestras cabecitas, por eso podemos fantasear, cabrón, jugamos a superar los límites, nada más. Realmente le gustaría no creer a su amigo, no aceptar que le pasan todas esas cosas en la vida real, como las que él fantasea, sólo, frente al ordenador. Bueno, pero entenderás que hay gente muy rara por ahí. No, sí, eso sí, hay gente por ahí rara de cojones. Piensa en él mismo para darse un ejemplo. Pues hoy me ha tocado una de ellas, ya ves. Y ¿te has hecho la paja?, ¿ahí, sin más, delante de ella?. Le cuesta imaginar la escena. A Adrián también le resulta complicado emularla en su cabeza. No, sin más no, que la tía se ha puesto a hacerse un dedo delante mía, a dos metros, en el puto sofá. Eduardo continúa sin creérselo del todo. La madre que me parió...es que tiene cojones, mira que tienes suerte, eres un hijo de puta lleno de suerte, tienes todas las pivas que te sale de la punta de lo más sagrado y yo haciéndome pajas cibernéticas. Ha tomado la decisión de creer que es verdad. Me lo curro, Dudu, que me lo curro. Venga, no me toques los cojones, que si yo tuviera tus ojos y tu cuerpo se iban a cagar. Pero, a lo que vamos, ¿te has corrido?,¿y ella?. Está cansado de ser siempre el perdedor en estas historias. Sí, tronco, me he corrido y he manchado el suelo, luego la zorra ha ido y lo ha tocado, y se ha chupado los dedos, después ha salido el jefe, y la he tumbado y le he comido todo el temita hasta que la muy guarra se ha corrido. Vale, ¿a qué hora tienes que devolver la película esa que has visto? Joder, Edu, sabes que no te miento. Vale, vale, te creo, supongo que habréis hablado, o algo, digo yo. Quiere escuchar el final de la historia. Os habéis corrido los dos y ¿ya está?. Ahora viene la parte complicada, admitir la verdad, es su amigo, su amigo del alma y sabe que contárselo supone convertirlo en realidad definitiva, indiscutible, con lo que es la memoria de Eduardo para estas cosas. Retuerce una vez más el billete en el bolsillo y se decide. No, hay algo más, traga saliva, me ha pagado cien putos euros. Era eso, justo era eso lo que necesitaba para dejar de creer en todo lo creíble. ¿Qué dices?. Lo que has oído, que me ha pagado cien putos euros por comerle el coño y correrme en el suelo de su casa. Eduardo apura el porro, mira a su amigo como escrutándolo, como valorando qué es lo que tiene que no tenga él. Joder. Es lo único que se escapa con el humo. Después, apaga la colilla en una maceta, la misma de cada noche, donde descansan las evidencias de sus costumbres. Y mira al cielo. Mira al cielo porque le parece que contar las estrellas le resultaría mucho más sencillo que entender por qué su amigo tiene tanta suerte.

7 comentarios:

Elena dijo...

te leí que uno al principio escribe sobre cosas de su propia vida, pero al leer hoy a DUDU me he sonreido,... tíos ¿que tal os sentó el cigarrito? ja,ja,....

besitos para los dos. Larrey, me ha gustado ¿próxima entrega?

Larrey dijo...

Bueno, los nombres son más casualidad que otra cosa, y cuando hay personajes inspirados en alguien suelo cambiarle los nombres, para evitar conflictos. Ahora, autobiográfico no es este libro, pero yo he pasado por muchos lugares (fuera y dentro del cuerpo de una mujer) por los que ha pasado (y pasará adrian). Ahora, que cada uno piense qué parte es la real y que parte la inventada.

Elena dijo...

no te me piques, que voy de vacile, ja,ja....

el nombre me ha hecho gracia, nada mas.... y experiencias todos tenemos, mas-menos, lo importante es tenerlas, eso significa que vivimos la vida... besos

Anónimo dijo...

Estimado Antonio,

Muy bueno, esto engancha... y quieres leer mas. Que llegue el sabado ya!

Ah! y mis amigas han dicho que de ahora en adelante de quedar y salir a cenar nada... todas venga a quedarse en casa y a pedir pizzas... jajaja...

Un cordial saludo,
mega

Larrey dijo...

jejeje, no voy a anticipar nada, pero me da que no será Adrian quien las lleve...

Dudu dijo...

Ayer me leí el segundo capítulo y al terminar me jodió no tener más para seguir leyendo. ¿Por qué tarda tanto el sábado en llegar?
Menos mal que dejé el curro de charcutero... je,je,je,

Elena dijo...

muy bueno dudu,!! ja,ja....