8 de noviembre de 2007

PINTADAS


Así firmaba en la infancia (preadolescencia). El significado (Música Heavy A Tope) es tan pueril que no merece más explicación sobre lo que pienso. Nunca usé espray. No por convicción o por principios éticos, sino por economía. Pintaba con edding (mi gran pasión) y con alcanfor (¿sabéis lo que es?), que era una especie de bote con esponja para tintar los zapatos. Los pocos actos delictivos que he cometido en mi vida fueron robando aquellos pequeños botes. No hacíamos grandes obras de arte, ni muchísimo menos, aunque en nuestro infantil universo, nos imaginábamos decorando grandes paredes adoradas por todos los viandantes. En el fondo residía un poso artístico en nuestra sucia actividad. Duró poco, entre otras cosas porque la competencia (mucho más preparada) era feroz. Nosotros buscábamos notoriedad. Ahora puedo reconocerlo. Queríamos ser alguien en un mundo donde un tipo de trece o catorce años no era más que un mico incómodo y lleno de granos. Teníamos nuestras normas (que algunas veces nos saltábamos, que para eso éramos niños) y solo firmábamos en espacios públicos.
Ahora me da la impresión de que el mundo del graffiti no es cosa de niños. Hay auténticos profesionales y el reto forma parte del propio arte de ensuciar (con o sin arte se ensucia). Sigo pensando que hay prioridad por los espacios públicos. Sino, ¿por qué no pintan los coches?, por ejemplo. Son presa fácil y un buen lugar para dejarse llevar. Lo hacen con algunas furgonetas, y supongo que sus grandes puertas blancas son una tentación demasiado grande. Lo que pasa es que las tiendas, aunque estén en la calle, no son de todos y no es el ayuntamiento quien las limpia. En mi barrio no hay pintadas y yo tengo dos teorías para eso. Creo que los grafiteros se mueven en transporte público, y mi barrio está bastante mal comunicado. Y tampoco me imagino a una pandilla espray en mano planificando: ¿en qué metro quedamos mañana para pintar?¿Pan Bendito?, ¿Carabanchel?. Me da que no.
¿Qué es lo que opino realmente sobre esto?. Creo que la masificación desvirtua una expresión rebelde e incontrolada que en muchos casos puede engrandecer el entorno. Lo que ocurre es que la pared está ahí, y nadie regula si lo que se pinta o no es apropiado. Porque es una cuestión estética, nada más (algo económica también, claro, por el coste de limpieza, pero esa es secundaria, porque nadie se plantea suspender las campanadas en Sol por lo que cuesta después limpiarlo). Y al ser un lugar público, que pagamos todos, nos sentimos en el derecho a opinar si está o no bien. Claro, que si quien la pinta se cree en su derecho a hacerlo, más lo tengo yo a criticar su acción. ¿A quien le gustan las pintadas?. A quien las hace, por lo tanto es un colectivo muy pequeño el que se beneficia y uno muy grande el que se perjudica. Pintar una pared no es un acto democrático, es un acto dictatorial, yo tengo la pintura, yo pinto. Por eso no me gusta, porque para el que pinta la pared es suya y siempre he sido más defensor de los espacios comunes. Además, ayer estuve junto al muro de la casa de campo y reconozco que esa histórica piedra no se merecía tanta pintada, ¡ si es que no se veía un solo ladrillo!. En fin, a lo mejor es que me hago viejo.

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