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No me parece justo y tampoco me parece práctico. La represión no ayuda, todo lo contrario, incentiva, da un motivo extra. No hay que alentar el comsumo, pero tampoco tenemos que esconderlo y divinizarlo. Nuestros hijos van a tener que probarlo, está ahí, forma parte de nuestra cultura, lo que tenemos que intentar es que lo hagan de forma inteligente, teniendo en cuenta desde el primer trago del paso que están dando, y, sobre todo, que valoren las consecuencias a corto, medio y largo plazo. Que no se la jueguen, en una palabra. Pero tenerlos a las doce en casa hasta los treinta no me va asegurar, ni mucho menos, que a las siete de la tarde no esté cantando el carrascal, carrascal, en alguna fuente de mi barrio. Hay que buscar el equilibrio, y el conocimiento siempre es mejor que la represión, la confianza mejor que la tiranía. Hay que confiar en nuestros hijos, darles valores e información, pero también dejarles, siempre dentro de una medida que no ponga en peligro su vida ni la de los demás, que se equivoquen. No podemos negarles ese derecho, es la base de la ciencia, el ensayo error.
Se me ocurre, así como última idea, una nueva campaña, sale una familia tradicional, en una cena de navidad, ¿quien quiere cerveza?, ¿más sidra?, un vinito abuelo, que es de tu tierra, ¡ vamos esos cubatas que se nos juntan con las uvas !. Todo esto lo observa un niño, que mira con cara atónita, después hay un fundido de su entorno y el niño aparece rodeado de otros niños, están haciendo un botellón, que en el fondo están imitando a sus familias...¿no?, me parece lo mismo.
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