23 de noviembre de 2007

DE DERECHAS


He tenido una dolencia (supongo que la sigo teniendo) relacionada con los niveles de ácido úrico. Como venía acompañada o disfraza de dolor de tobillo, pensaba que era algo relacionado con el deporte y la edad (combinación que invita al caldo con Jerez o, a lo sumo, a la tapita y la terraza serena y tranquila). La evolución no era normal, así que anduvimos preguntando y consultando (con internet todo el mundo creer saber de medicina) y al final un hospital nos confirmó el diagnóstico. Además del intenso dolor este proceso me ha dejado un regusto amargo. Resulta que la solución (relativa a mis males) pasa por no comer una serie de alimentos que van desde el alcohol, hasta el marisco, pasando por todo tipo de caza (corzo, gamo, jabalí), nada de lo que, paradójicamente, sazona me menú. En definitiva, lo que he tenido es algo así como la enfermedad de los ricos. Y claro, en un ataque de Juanjosemillanismo, me he puesto a reflexionar. Yo pensaba, ingenuo de mí (ingenuidad que me empeño en demostrar casi a diario) que para sentirse de izquierdas (serlo o parecerlo es harina de otro costal) bastaba con pensar como una persona de izquierdas, sentir, si se quiere, la vida como una persona de izquierdas. Pero me da que no. O es eso o mi hígado es un cachondo. Porque, claro, ¿quien me dice a mi que mi hígado no es de derechas?, por empezar por el cumpable de mis recientes achaques. Por mucho que yo me empeñara desde mi cabeza en dar órdenes inclinadas a la siniestra, el hígado (es una venganza, sí) las transformaba infielmente en soflamas diestras. Quien me dice a mí que dentro de mi organismo no hay una crispación similar a la de nuestro tapete político. Las visceras, me váis a permitir el partidismo, serían nuestros amigos Zipi y Zape, digo Acebes y Zaplana, criticando todo el día al sistema linfático. El simpático y el parasimpático, que bien podrían ser Moratinos y Rubalcaba (¿por qué al final los que menos luces nos parecen tener son los ministros de exteriores) a la defensiva. El hígado criticando la falta de medidas leucócitas y los glóbulos blancos manifestándose en contra del sistema inmunológico, que deja entrar demasiada basura a mi organismo. Tal vez los dolores de cabeza sean eso, el cerebro cansado de tanta batalla intestina (y nunca mejor dicho) que da cuatro gritos y me deja aturdido. Seguro que las fuerzas defensoras de la tradición saltaron en cólera la primera vez que tomé un kebabb. Los músculos no me duelen con el sofreesfuerzo, no, que va, duelen porque está a la gresca con el estado óseo, que ha declarado su independencia apelando a la tradición: ¿qué queda cuando os váis?, espetaba en el congreso el Fémur, su presidente, ¡ nosotros !, gritaba orgulloso en el estrado.
En fin, podría seguir, pero la mano derecha ha dicho que rompe la baraja, que en 35 años de existencia no había leído tanta sartajá de sandeces, a lo que la izquierda le ha dicho que es un acto sin precedentes, abandonar al cerebro de ese modo. Y claro, yo que estoy en medio me doy cuenta de que escribir solo con una mano es harto peligroso...

No hay comentarios: