11 de marzo de 2007

PREJUICIOS


Ya que en el artículo anterior no he opinado me permito hoy escribir ración doble. Voy a contar lo que he hecho esta mañana. He ido a una tienda especial, en un lugar especial. Pleno Chamberí, Santa Eugenia, Madrid. Ibamos a esta tienda, de ropa infantil, por referencias. Por quien nos venía la sugerencia una idea podíamos hacernos de en qué mundo íbamos a adentrarnos, pero solo al llegar a la escalinata de la coqueta tienda he sido consciente. Tengo prejuicios. No lo puedo negar, y lo que es peor (¿o mejor?) no lo quiero negar. Creo que todos los tenemos, la diferencia está en la prioridad que le demos a los mismo y hasta que punto pueden condicionar nuestras respuestas. Al entrar en la tienda algo no me encajaba, de verdad, que a los diez segundos no era más que una sensación. Como cuando llevas una camiseta al revés y no te has dado cuenta, te sientes incómodo pero todavía no sabes por qué. Eso me ha pasado. Después han llegado los primeros niños con abrigo y pantalones cortos, qué atrocidad por estética retrógrada de un padre que un hijo pase frío. Muchos móviles, mucha ropa de marca, muchas parejas jóvenes a las que no costaba, ni lo más mínimo, imaginar unas horas después coreando canciones contra Zapatero. No encuentro las palabras justas para describir como eran, pero eran lo que eran, no había ni una sola nota discordante. Bueno, sí, nosotros. Mientras buscábamos la ropa yo lo que buscaba era cualquier excusa para salir de allí. Que sí, que sí, que no os preocupéis, yo me quedo fuera con los críos. Y venga a entrar y salir gente cortada por el mismo patrón. No tenía, por el momento, más elementos para el juicio que lo que veía. Y no me gustaba. Y punto. No estaba en juego ningún momento trascendente, ninguna decisión vital, por lo que me limitaba a darle prioridad a mis prejuicios y que pasaran a ser juicios: aquella gente no me gustaba. Y seguro que son todos (y si no lo son no tiene nada que ver como mi prejuicio) buenas personas, buenos ciudadanos (¡ eso seguro !), pero a mi no me gustaban. Podría sentirme mal por ello, pero mi reflexión se quedaba dentro de mis pensamientos, por lo que el sentimiento de culpabilidad volaba. Después, si es cierto, algunos de ellos se empeñaron en darle la razón a mis principios, cuando aparecieron las primeras banderitas españolomanifestivas y, sobre todo, cuando el dueño de un lujoso todoterreno apuraba su pañuelo de papel con sus carísimos mocos y se lo regalaba a la ciudad en forma de papel arrugado en el suelo.

Son mis prejuicios, sí, y creo que los quiero.

1 comentario:

Caminante dijo...

Yo ... yo también tengo "esos" prejuicios. Parece mentira que así que pasen 30 años, sigan cortados por el mismo patrón, igualitos entre ellos, igualitos los hijos a los papás, igualitas las hijas a las mamás. Llevan la impronta en el cuerpo.
PAQUITA