Un niño de tres años muere atragantado con un trozo de salchica delante de sus padres. Lo escucho por la radio. Siempre pensé que la expresión se te encoge el alma era una metáfora, una hipérbole. Pero no, es verdad, puede ocurrir. Lo he notado, he notado como se comprimía por dentro, como se aplastaba, como se arrugaba como una hoja seca. He notado en la garganta su presión, su angustia, sus ganas de salir. Los niños, los hombres no lloran, ya lo dice Miguel Bosé en una canción. Me he mordido el labio, he pegado un puñetazo a la radio para apagarla y he seguido conduciendo. Me he cambiado de carril, he salido del túnel, he enfilado la autopista. Pero qué va. Dos tozudos y ardientes lagrimones han zanjado la discusión. Lo siento Miguel, pero los niños lloran, y vaya si lloramos.
Estas cosas me atenazan minutos y me condicionan durante horas. No lo puedo evitar. Es como si mi subconsciente, ese cachondo que por las noches, cuando bajo la guardia, me repite las pesadillas recuerrentes de siempre (cuando acabé la mili que tenía que repetirla, cuando acabé la carrera que me quedaba una eterna asignatura...) encontrara un resquicio y se atreviera a salir a al palestra. Me tortura una y otra vez imaginando que soy yo ese padre que le da la cena, que nota que se atraganta, que se angustia, que se asusta, que se desepera cuando la ambulancia les lleva a un hospital, que pierde la razón cuando le dicen que han hecho todo lo que han podido...No puedo imaginarme un dolor mayor que ese, y no sé si después uno es capaz de encontrarle un solo sentido a la existencia. Por favor, dame un respiro, esperate al menos a esta noche, durmiendo encuentro en consuelo al despertar y comprobar que todo ha sido una pesadilla.
1 comentario:
La verdad que es increible lo que seríamos capaces de hacer por nuestros hijos. Es un sentimiento que hasta que los tienes no lo conoces. Estas cosas no me gusta ni leerlas.
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