21 de julio de 2007

GIGOLO; Capítulo octavo: tum, tum


Así es imposible que me centre. Maldice junto a la moto, en cierto modo su casa. Todavía inquieto. Excitado. Está mujer es la hostia, joder, puto casco, parece más pequeño, me voy a tener que cortar el pelo. Ruge al fin el motor y ese ruido consigue serenarlo. La hace rugir varias veces, porque necesita algo así. Recuperado el pulso y la respiración se monta. Se siente más seguro, más Adrián, como si su yo firme se hubiera quedado junto a la moto y no hubiera subido a casa de María. Pero él sí. Esta mujer me desconcierta, me supera, me alucina, me engancha. Es inquietante, intentaba explicarle a Eduardo. No le miente, pero tampoco le cuenta toda la verdad. Es la primera vez en la que una parte de su vida permanece oculta deliberadamente. Le comenta que sí, tiene detalles con él, pero no que cada jueves, desde hace tiempo, acude a su cita, entre excitado y asustado, y que ella, además de someterlo al placer, le paga cantidades cada vez más interesantes. No está preparado para enfrentarse a la verdad. Tampoco le habla de las nuevas clientas, aquella mujer, por ejemplo, que acudió a la agencia porque quería que cuatro hombres llenaran su rostro de semen, como en las películas, les explicó Luz. Tampoco le habla de Rocío, tan tierna y sensual. Rocío le gusta, le encanta pasar el tiempo a su lado. Es inteligente, como María, pero de una forma menos agresiva y rencorosa con el mundo. Con ella habla y eso es desconcertante y placentero, puede que el desconcierto venga precisamente de ahí. Trabajo y placer unidos desconciertan. También le da miedo que las cosas se compliquen, que ella se enamore o se encapriche, o que él mismo pueda caer en cierta dependencia anímica, como le ocurre con María y su forma posesiva de vivir y sentir, que es a un tiempo alimento y veneno. Hay más clientas, pero rara vez repiten. Para muchas no es más que un capricho. Con cada una ha de reinventarse a sí mismo para recrear su fantasía. La de quien no quiso encender la luz porque odiaba su propio cuerpo, aquella obsesionada con los multiorgasmos, parejas que buscan un tercero, maridos que miran, la sorprendente Teresa, minusválida y entregada como ninguna. Pero solo con María tiene miedo de no estar a la altura, de no responder a sus exigencias. Es algo más que orgullo, hay cierto miedo que no tiene el valor de asumir. A veces se detiene, en la indefensión absoluta de una felación, la mira a los ojos y la imagina cometiendo una barbaridad. Lucha por alejar esos pensamientos, porque son intuiciones que inhiben su deseo. Todo esto es lo que no le cuenta a Eduardo. Ni que sigue acudiendo a las fiestas de Luz, fiestas en las que ha conocido a mujeres maduras y poderosas que buscan algo más que sexo, que incluso ni sexo buscan, sino aprobación, cariño, respeto, afecto y figurar. Acudir a fiestas con un jovencito apuesto del brazo es para muchas un pellizco de felicidad que no tiene precio. Prestigio. Que te miren. Que hablen de ti a tus espaldas. Oculta ese mundo del que ya forma parte a su mejor amigo y realmente no sabe la razón. Quizá le falten fuerzas para explicarle como ha llegado hasta ahí o para contestar a un ¿qué diría tu padre de esto?. En cambio le habla de Sofía, la enfermera. Para mí que estás enamorado, lo cual sería más que comprensible, porque está como un queso, o como dos, o como toda la quesería si me apuras. En el fondo, le encantaría que su amigo se enamorara, sería como un órdago del destino, una forma de igualarlos a todos, muy bien, tú ligas más que quieres ¿no?, pues toma, fidelidad impuesta por el corazón. Y Adrián, no solo jamás reconocería estar enamorado, sino que realmente no se siente así. Es cierto que a su lado encuentra una felicidad muy especial. Una sensación de paz parecida a la que se instala en su alma después de hacer el amor con Rocío, como si estuviera en una cápsula y el resto del mundo, con sus problemas, sus prisas, sus maldades, quedara fuera. Pero ¿así es el amor?.
Se volvieron a ver una tarde, cuando su prima salió del hospital. Estaba muy guapa de calle, nada ajustado ni espectacular, más bien discreto, como si quisiera esconder su belleza y, encima, le saliera mal. Hablaron con cordialidad. Ella estaba asustada, pero él no se dio cuenta. Para Sofía esa cita, disimulada con la necesidad de coordinar una plan de ayuda para Susana, era algo muy importante. Cristina, le confesó a su amiga, estoy muy nerviosa, voy a volver a ver al primo de Susana. ¿El macizo?, joder, mira que tienes suerte, si te gusta, olvida por una vez tus prejuicios, tus moralinas y toda esa mierda y lázate, por favor, seguro que el chico lo merece, no estarías así de nerviosa de no ser así. Le hubiera dicho que no, que ella no es de esas. Pero no pudo. Toda la noche estuvo dándole vueltas. Seguía en su memoria el turbador recuerdo de esa primera mañana que no tuvo el valor de confesar a nadie, ni tan siquiera al cura de toda la vida. Era demasiado íntimo, Dios debía entenderlo sin intermediarios. Además, no le parecía pecado, o peor, le daba rabia que un momento tan especial, tan lleno de sensaciones, tan maravilloso, fuera algo malo, una falta, una ofensa a nadie. No quiere pensar que su Dios, el que ha querido toda la vida, la condene a no poder gozar. ¿No te masturbas nunca?, le ha preguntado alguna vez Cristina, sorprendida, ansiosa por ver despertar los sentidos en ella. Pero Sofía jamás habla de eso. Tal vez ahora ya no tenga tanto miedo y, como dice su amiga, se lance. Intentaba hablar con Adrián, aquella tarde, de lo que había venido a comentar, pero entre palabra y palabra, entre frase y frase, una parte de su cerebro se descolgaba, como si el fragmento de una nave quedara suspendida en el espacio y no perdiera de vista las facciones masculinas de quien la escucha, los ojos claros, la barbilla poderosa y masculina, el cuello, la barba perfectamente olvidada. Esa parte del cerebro descolgada mandaba un mensaje claro, aquí cerebro, aquí cerebro llamando a tierra, este es el hombre más atractivo e interesante que te has encontrado nunca. Alarma, alarma, diría la parte no descolgada, la que permanecía fiel al cuerpo. Lo malo, o lo bueno, era que le fallaban las fuerzas. Sobre todo cuando se sinceraron. Porque Adrián lanzó el anzuelo, como siempre. Tal vez no estuviera enamorado de ésta mujer, pero no dejaba de ser una persona, femenina y atractiva susceptible de caer. No te voy a decir, comenzó el ligero asedio, que no me interese el futuro de mi prima, aunque crea que lo tiene más que escrito, pero hay más razones por las que he venido a comer contigo. ¿Los menús del V.I.P.S?, bromeó para sacudirse su nerviosismo, poco acostumbrada a ese tipo de juegos. Total, su relación con el sexo opuesto se limitaba, por un lado, a las constantes negativas a todo aquel que le propusiera algo, con mayor o menor sequedad en función del momento, y a la que mantuvo con el único novio en su casillero, el de toda la vida, el que le encantaba a su madre y a su padre. Sí, la verdad es que lo que realmente me apetecía era volver a verte. Gracias, le dijo con los ojos y una tímida sonrisa. ¿Sabes lo que nos ha pasado a Eduardo y a mí?, mi amigo, el que vino con la moto, pues que no nos acordábamos de tu nombre. Mintió, deliberadamente. Y hemos decidido llamarte la enfermera preciosa. Sofía estaba abrumada y encantada ¿por qué negarlo?. Fue una comida muy especial que le dejó muy clara una cosa. Cristina, le comentó por la noche, tómate esto con cautela, lo que te voy a decir, vamos, pero...estoy enamorada. Pareciera como si a su amiga le hubiera tocado la lotería. ¡Ya era hora!, ¡me cago en la leche!, ya era hora. Vale, vale. Estaban dando un espectáculo, pero encantadas. Adrián, a su modo, también salió confuso de aquella comida. Está como un tren. En este caso eran una terraza, la de siempre, un porro y su amigo los interlocutores. ¿Sabes lo preocupante?, te juro que en toda la comida no he pensado en follármela. Ay, que mi niño se enamora, que mi niño se enamora. Desde entonces han estado en contacto prácticamente todos los días, o una llamada, o una cita, o un correo electrónico. Ella, además de enamorada, se siente en desventaja, pues imagina a Adrián como un don Juan lleno de experiencia. Lo que no sabe es que todo esto, los mensajes al móvil, los textos cariñosos por e-mail, las citas para no tener sexo, hasta una película en versión original, son mayor novedad para él, porque chocan frontalmente con el concepto que de sí mismo tenía en relación con el sexo opuesto. Sofía, a fin de cuentas, lleva toda la vida esperándolo.
Así están, los dos, metidos en esta vorágine parecida al amor, cada uno a su modo, cada uno con sus miedos. No ha habido sexo, pero sí deseo contenido, lo que a los ojos de Eduardo es una prueba irrefutable de lo que le está pasando al corazón de su amigo. Solo un beso, la última vez, cuando la dejó en el taxi. Un beso tierno. Y fue ella quien lo abrazó y lanzó sus labios. Y en medio de todo este huracán de sensaciones está su doble vida, por llamarla de algún modo. Y María, sobre todo María. Es como si en una esquina de una especie de balanza se hubiera puesto Sofía, la serenidad, el futuro, la tranquilidad, y al otro María, sus desplantes, su despotismo, su cuerpo generoso, su dinero y la indudable atracción que ejerce sobre él. Con otra mujer, con o sin dinero, hubiera puesto tierra de por medio meses atrás. ¿El resultado?, equilibrio, entre esos dos polos tan opuestos hay un perfecto equilibrio, como si dos poderosas fuerzas tiraran cada una de un brazo y lo mantuvieran en el aire, sometido y tenso. En este juego de medias verdades María sería el demonio bueno, o el ángel malo. Quien bien te quiere te hará llorar, reza el dicho popular, y él con María ha decidido transformarlo quien bien te haga daño te hará gozar. Se siente especialmente viva sometiendo, e igualmente siendo sometida. Situaciones de riesgo, ser descubierta, o simplemente sentirse observada. Un jueves quedaron a la hora de siempre. Al entrar en casa había un hombre, más bien bajito, con poco pelo y aspecto de no haber gozado demasiado de la carne fuera de una parrilla. ¿Qué coño hace este tío aquí?, preguntó, muy ufano. No te pago para que hagas preguntas. Entra. Así es María. Tal vez me quiera poner celoso, con semejante personaje, por Dios. El hombre estaba nervioso, se le notaba en el pulso y en el sudor que hacía brillar su calva. Siéntate, mi vida. Lo trataba con cariño, algo sorprendente. Ven, le decía a él, imperativa y directa, como siempre. Se desnudó sin mediar palabra alguna. El hombre se acomodó y sonrió por primera vez. Miró a Adrián, que asistía estupefacto al espectáculo, y se bajó los pantalones. Era patético verlo ahí, expectante, con los ojos como platos, esperando, con los pantalones por los tobillos y los calzoncillos enormes y blancos por las rodillas. Tú también tienes que desnudarte. Adrián se lo pensó. Hasta entonces había accedido a todas sus excentricidades, por morbo y por dinero, pero entrar en ese juego era otra cosa. María recurrió al argumento de siempre. Habrá un premio especial para ti, tómate esta noche como horas extras. Tal vez me arrepienta, se dijo, justo antes de dejar su ropa sobre el sofá. María no se anduvo con rodeos, se arrodilló, sin dejar de mirar al hombre calvo, que había comenzado a masturbarse, y se metió la polla de Adrián en la boca gesticulando y gimiendo como si de una actriz del género se tratara. Mira como me gusta comerme esta polla. Pero se lo decía al calvo, que sudaba y sudaba mientras agitaba su poco agraciado miembro. Adrián no gozaba de la situación, lo superaba, su excitación no era la adecuada y su pene se resentía. María y el calvo, en cambio, seguían a lo suyo. ¿Ves como me la como?, me cabe entera, mira. Aprovechando la no plena erección intentaba llevarla entera a su boca. Se sentía ridículo, como un mono de feria. Además, María, en su afán de espectacularidad, no estaba haciendo las cosas bien. Por eso decidió tomar el control. Así que quieres ver como me follo a esta zorrita. El calvo sonrió entusiasmado y María se apartó, primero sorprendida, todavía con la polla en la boca y después encantada. No sólo él lo quiere. Se tumbó en el sofá y abrió las piernas, dejando una sobre la mesa baja y otra sobre el respaldo del propio sofá. Se acariciaba en espera del sexo de Adrián, que recuperado el control de la situación tampoco tenía tanta prisa, por fin su propia erección aumentó su seguridad. Mira, se la meto sin necesidad de tocarla. En una alarde, con las manos en la cintura, dirigió su polla hacia el sexo que esperaba, en una pose muy torera. Hubo un ligero contoneo de ambos y el tenaz roce de sus sexos hasta que se produjo el acoplamiento. María, muy en su papel, gemía efusivamente. Adrián no pensaba en ella. Era extraño, hasta divertido. Al sentirse observado por el hombre calvo que gemía igual que María, con descaro y exageración, no pensaba en el placer del sexo que penetraba, ni del cuerpo que se convulsionaba. Pensaba en la escena, en lo que ese espectador observaba. Por eso no se abrazó, como haría naturalmente, a María, ni la besó, ni se ciñió a su cuerpo buscando el roce. Se separó por completo, incluso saliéndose del sexo, para volver a entrar, una y otra vez, con cierta brusquedad. Así, el clítoris quedaba marginado, no había contacto, pero el cerebro de María, sorbido por el morbo, compensó con creces esa ausencia y estaba tan excitada como siempre, presa de su propio juego. Se agarraba a los antebrazos de Adrián, que se empeñados estos en la ardua tarea de mantener el equilibrio. Quizá a ella este movimiento, fuera del impulso psicológico del morbo, no la estimulara en exceso, pero a él, sorprendentemente, le estaba gustando mucho. Tanto que no tardó en sentir los primeros arrebatos del orgasmo. Normalmente trata de controlarse, de buscar el momento adecuado para descargar el placer, pero aquel día no, aquel día fue uno más, otro amante egoísta que solo piensa en su placer. Cuando creyó que iba a llegar el momento justo, cuando ya no aguantaba más, se desembarazó de María, al menos entre las piernas, y le ofreció su polla. Miró hacia arriba, al techo, y esperó, tal vez a empapar su rostro, como otras veces hizo con sus pechos, o su espalda, o tal vez, como comprobó al instante, María quería llenarse la boca con su leche. Apenas se movía. Él tampoco. La polla en la boca, y la lengua ligeramente juguetona bastó para que el semen se desparramara en la garganta, en la lengua, entre los dientes. Aguantó los empellones sin gesticular, manteniendo el líquido en la boca. Sonrío a Adrián y se puso en pie. Mientras se acercaba, el hombre calvo, que lo había presenciado todo a dos metros, también se corría. Dos gotas tristes, blancuzcas, se deslizaban por su mano, perezosas. Un gemido animal, y el silencio. María llegó hasta él, todavía con el semen en la boca, y le dio un beso. Todo el caldo de su boca pasó a la boca del calvo, que la saboreó, extrañado de su propia valentía. El beso fue largo, y Adrián se dejó caer, todavía erecto, en el sofá, sin fuerzas para hacer absolutamente nada, ni si quiera sorprenderse. El hombre, cuando se había tragado todo lo que ella le había regalado en el beso, se puso en pie apresurado. Parecía nervioso. Se subió los calzoncillos, los pantalones, buscó la cartera y le dio tres billetes a María. Gracias, ha sido genial. Es todo lo que Adrián y ella le escucharon decir. Toma, le dijo cuando volvió de despedir al aturdido, que había escapado como si no quisiera que su imagen se relacionara con semejante espectáculo. Parecía arrepentido. Esto es para ti, es tu paga extra. ¿Te ha pagado por esto?. Claro, ¿qué te creías?. No entiendo nada. En verdad no entendía nada, dinero era, precisamente, lo que María menos necesitaba, ¿qué significaba ese absurdo juego?. Pues es sencillo, estaba ojeando el periódico y vi el anuncio, se busca pareja a la que le guste ser observada mientras hace el amor, se asegura discreción. Y ahí lo tienes, este era el hombre del anuncio. Adrián hizo intención de ponerse en marcha, vestirse y salir lo antes posible. Una vez que el sexo termina, la proximidad de María se vuelve extrañamente incómoda. Eh, eh, eh, ¿dónde crees que vas?. Adrián esperó lo peor, una sorpresa de última hora. ¿Me has escuchado gritar?. No, la verdad es que no. Y se dio cuenta de cuan alejado había estado de sí mismo, del tipo atento y generoso que busca siempre correrse después que sus amantes. Pero estaba cansado. María no. ¿No pensarás que hoy has venido para eso, para correrte en mi boca mientras un tipejo se hace una triste paja?. No lo sé. Estaba harto de tanto misterio, de tanto juego. Nunca sé para lo que vengo. Parecía un niño pidiendo explicaciones. Bueno, pues te lo digo yo, has venido para que yo me corra, así de sencillo, no lo olvides, tu polla, le dio un toquecito cariñoso, tu cuerpo y todo lo demás, estáis hechos para hacerme gozar, ¿todavía no te has dado cuenta?. Esto no son más que juegos, continúo, juegos para que no nos aburramos, para darnos morbo, para que todo siga siendo fascinante. Pero tú solo debes vivir para follarme, esa es tu meta en la vida. Volvió a tumbarse María entonces y lo miró con ojos retadores. ¿Serás capaz de follarme otra vez?. Lo conocía muy bien, y eso a él le fastidiaba, sabía que con ese tipo de retos, el Adrián orgulloso de su sexualidad, iba a poner a trabajar a su polla al instante. La postura era muy parecida, ella recostada, él ligeramente de pie, a los pies del sillón. Pero el roce nada tenía que ver. Ya no había espectacularidad, ni imágenes para terceros. Los cuerpos se fusionaban al completo, los sexos nacían y morían el uno en el otro, en una baile donde siempre había contacto, donde los pasos se daban por dentro. María arqueaba su espalda, como siempre, ayudando a la pelvis de Adrián, que se afanaba una y otra vez en poner a prueba la resistencia del sofá. No iba a correrse otra vez, era una cuestión de orgullo profesional. Y eso era una ventaja para el desempeño de su papel, porque se concentró por completo en las necesidades de María, en las demandas de su cuerpo, en las plegarias de sus gemidos, que como un eficaz marcapasos le indicaban la velocidad de las embestidas. María tuvo un orgasmo especialmente discreto, tal vez para contrarrestar tanta bestialidad forzada de minutos atrás. Después pagó, religiosamente, porque lo de antes era un extra, le dijo con una sonrisa, y se fue a la ducha, como siempre, en silencio.
Así ocurre cada noche con María, una sorpresa, un miedo, una pérdida de control, un desconcierto. Hoy no podía ser de otro modo. Le sigue dando vueltas, aunque según avanza por la ciudad, surcando la autopista sobre el río a toda velocidad, la noche madrileña sola para él, piensa de vez en cuando en Sofía, la tierna Sofía, la dulce Sofía, y sonríe, olvidando el desconcierto. Son pensamientos fugaces que se cruzan, como trenes que circulan por vías diferentes, paralelas un instante, formando parte de una misma realidad reconocible, hasta que se disocian, una a la izquierda y otra a la derecha, y aun manteniendo el contacto visual se va evidenciando el paulatino alejamiento, que no es total, porque las vías vuelven a ponerse paralelas, y a repetirse una y otra vez esta situación. Así le ocurre mientras conduce la moto. Va en el tren del recuerdo cercano, el de la casa de María, pero de vez en cuando se acerca el de Sofía, que siempre parece tan sereno, y no sabe en qué pensar. Vence María, como casi siempre. El recuerdo sigue muy reciente. Hoy ha llegado a su casa puntual, no quiere malas caras y ningún juego rencoroso por el simple hecho de llegar tarde. Además, tenía una cita con la enfermera pasada la media noche, así que cuanto antes llegara, antes se iría. Sofía tiene algo importante que comentarle y quiere decírselo en persona. Le asusta, no debe ponerse en lo peor, pero tal vez aparezcan, piensa, entre ellos expresiones como amor, complicándolo todo y, conociéndose, tal vez estropeándolo de forma definitiva. María lo recibió desnuda. No es una novedad en sí misma, de no ser por un pequeño detalle. Ah, aquí está mi butanero favorito ¿viene con la bombona bien llena?, pasa, anda, pasa, que tienes una labia. Lo filmaba todo como una diminuta cámara digital. Vamos, pasa, no te quedes ahí. No hay día donde no ocurra algo, así que debería estar preparado para estas sorpresas, pero siempre lo pillan en fuera de juego. No sabía que fuéramos a filmar una película. Sí, se llama el butanero que las tenía a todas locas y que acabó con la más loca de todas. En ese momento dejó caer el brazo con la cámara y pudo ver su rostro, y sus ojos, y tuvo la misma sensación de miedo que algunas veces lo embargan, como si temiera que María perdiera el control. Pasa, anda, pasa. Solo lo hizo cuando la cámara estuvo otra vez sobre el ojo y los miedos se alejaron. En realidad, continuaba divertida, estoy haciendo un documental, creo que lo voy a titular las ventajas de tener al mejor amante del mundo, ¿qué te parece?. Que me halagas. La verdad es que no lograba sentirse a gusto. Ella lo notó. ¿Te molesta que te grabe?. ¿Perdona?. Era tan raro verla así, preguntando, esperando opinión, que su cerebro no fue capaz de traducir la escena. ¿Qué si te molesta lo dejo?. No, no, perdona, se apresuró a corregir, estoy un poco cansado, nada más. Muy bien, volvió al objetivo, en ese caso sigamos con el documental. Él estaba en medio del salón, de pie, y ella giraba a su alrededor sin dejar de filmar. Entonces está usted considerado el mejor amante del mundo. Era complicado responder, no solo por la pregunta, por la peculiaridad de quien la hacía, sino porque quien esto preguntaba estaba desnuda y grabando con una cámara. Pues, bueno, yo creo que son rumores. Entonces María se detuvo y giró la cámara hasta ser ella el objeto filmado. Tenemos con nosotros a su amante, a su única amante, porque el resto son juegos, lo dejó bien claro con el tono de voz, ¿qué opina de esos rumores que sitúan a Adrián como uno de los mejores amantes de la historia?, estoy convencida, se respondió a sí misma, de que de a esa frase tarde o temprano le quitará usted, a poco que sea sincera, las palabras uno de los, para dejar tan sólo el mejor. Volvió entonces a centrar el objetivo en él. Quizá deberíamos empezar por conocer cuales son esas cualidades, visualmente hablando, para poder iniciar un juicio serio. Se quedó en silencio, esperando. Que te desnudes, coño, soltó entre risas. Adrián le hizo caso, cada vez más tranquilo e implicado. Por eso se demoró y la ropa tardó en desaparecer de su cuerpo. Ahí lo tienen, se acercó más una vez que estaba desnudo, sobre todo a aquellas partes que considero dignas de un buen zoom. Un pectoral de deportista, cuidadosamente depilado. Pasaba la mano por la zona mencionada. Un cuello poderoso, el rostro de un dios griego, las espaldas de una nadador. El culo, dios mío, ese culo debería de estar protegido por el gobierno, como La dama de Elche, esto sí que debería ser patrimonio de la humanidad, y no las cuatro piedras para el agua de Segovia. No suele ser tan divertida, y mucho menos tan aduladora, así que Adrián pensó que sería cosa de la cámara, que en cierta medida la estaba transformando en otra María más cercana y menos violenta. Los pies también cuidados, continuó, y las piernas de quién ha cuidado su imagen con horas de pesas y carreras. Pero, señoras y señores, sobre todo señoras, que van a poder valorar con más objetividad de lo que hablo, la verdadera virtud de nuestro amigo, la verdadera arma que lo ha convertido en el ganador imbatido del concurso al mejor follador del año durante la última década, está aquí, justo donde ahora se centra mi cámara. Y se arrodilló para enfocar la polla, hasta ahora tranquila, crecida ya por el recién adquirido protagonismo. Miren señoras, que de esto entenderán y comprenderán, la maravilla que tengo entre las manos. No es solo su tamaño, que crecerá según la estimulemos hasta una dureza que puede parecer arrogancia, sino su sabor, su piel suave, y sobre todo, señoras, me entenderán en mi entusiasmo, este pedazo maravilloso de carne es tan tozudo y considerado que jamás se rendirá y escupirá antes de tiempo, permanecerá ahí, impertérrito, esperando su momento estelar. ¿No me creen?. Nada mejor que un caso práctico, ¿verdad?. Entonces, todavía de rodillas, con el pene en la mano, suavemente, como si fuera una ofrenda posada sobre sus dedos, le entregó la cámara. Él hizo intención de dejarla en la mesa. No, no, filma, quiero que lo grabes todo, que no pierdas el más mínimo detalle de lo que te haga. Como siempre accedió a sus peticiones, e intentó mantener la cámara más o menos estable mientras ella se ponía, no solo manos, sino boca y labios a la obra. Primero la humedeció con mucha calma, lo que le indicaba a Adrián que estaba ante algo nuevo, pues ella suele tratar este tema con bastante violencia, con cierta ansiedad, como si fuera un trámite apresurado, metiéndosela en la boca a toda velocidad. Hoy en cambio ha tenido mucha paciencia, como a él verdaderamente le gusta. Sin olvidar ningún punto, como los genitales, tan denostados en este tipo de juegos. María, así, parecía tenerlo todo realmente controlado. Con la mano izquierda mantenía toda la piel del pene en la base, dejando el prepucio, reluciente por sus lametazos, como un ariete de barco al sol. Con la mano derecha acariciaba suavemente la piel inferior de los genitales, estirando de ella, pellizcándola. Después, la boca, cansada de las alturas, sustituyó a la mano con esa piel, a la que mordisqueó y chupeteó como si necesitara de su sustancia para alimentarse. La mano izquierda nunca perdía el control, presionando la piel hacia abajo, con fuerza, levantando ligeramente esa presión y volviéndola a ejercer. Tal vez la cámara, que seguía en las temblorosas manos de Adrián, fuera incapaz de captar ese movimiento, pero él sí, él notaba esa presión, que iba y venía como las olas del mar. Cuando María, siempre sin prisas, se cansó de mordisquear los genitales, volvió al pene. Sacaba la lengua, tanto que sobrepasaba su propia barbilla, y después la deslizaba desde la base hasta el final. La mano izquierda, la que hasta entonces había mantenido el prepucio al aire, ahora se colocaba en la parte superior, para ejercer de contrapeso y la derecha volvía a los genitales. Una y otra vez, con lentitud, repetía el juego, la lengua que sale como una ofrenda, después se desliza y vuelve a su guarida, a su ermita, dejando en el camino un rastro húmedo de placer. La cámara le temblaba cada vez más en las manos y le costaba mantener el enfoque. Cada lametazo aumentaba los temblores, los jadeos y el placer. María entendió perfectamente que iba a llegar el orgasmo. Por eso se detuvo. Adrián estaba preparado para llenarlo todo y se sintió desconcertado. Ella le sonrió. Todavía no, le dijo en silencio, todavía no. Y volvieron los lametazos, más intensos, más profundos, pero igual de sosegados, uno tras otro. Volvió a predecir el orgasmo y volvió a detenerse, con una pericia que lo estaba dejando sin aliento, era como si ella tuviera un acceso especial a sus centros sensitivos. Repitió ese proceso varias veces hasta que consideró que había llegado el momento. Entonces desaparecieron los lametazos, y la lengua se concentró solo debajo del prepucio, justo donde la piel estaba más tensa, sometiendo al frenillo a un juego de presión que despertó la definitiva tormenta de sensaciones. Apenas se movía la lengua, presionaba, se ladeaba, sin más. Con la mano izquierda María abrazó de nuevo el pene por la base, para tirar de la piel con fuerza, dejando así el prepucio otra vez al viento, como si un arrogante misil a punto de ser disparado. No había más movimiento que el de las respiraciones y la lengua, hasta que Adrián sintió el orgasmo. Fue largo y seco, muy largo, eterno, y durante todo él fue incapaz de respirar, solo pudo hacerlo un instante después de terminar, justo cuando llegaba la eyaculación, que por la pericia y paciencia de María se había disociado del propio orgasmo. Fue un golpe intenso de semen que le cruzó el rostro de lado a lado, llegando hasta el pelo. Después un instante de calma mecido por las respiraciones y los gemidos. Tras esta ficticia serenidad otra dentellada blanca, y una tercera, que se quedó en el labio. Las últimas gotas, que María esperó con deleite, cayeron en la boca y ella las llevó con la lengua junto al resto. Estaba sonriente, y Adrián desconcertado, con el corazón botando como un potro desbocado en su pecho. Sigue filmando, sigue filmando, por favor, y ven, ven conmigo. Seguía la respiración entrecortada, le costaba andar y filmar a un tiempo, con esfuerzo intentaba no perder la estela de María, más bien la de sus nalgas, un culo especialmente hermoso al otro lado del objetivo. Fueron hasta el salón. María seguía con el rostro empapado de semen y cada vez que se cruzaban Adrián sentía la tentación de limpiarlo. Pero ella estaba feliz, así, impregnada de la victoria de otro orgasmo del que ya considera su hombre. Ahora dame la cámara y vete al sofá. María conectó un par de cables y por la televisión se vio su propia imagen, con el rostro todavía virgen de semen. Ahora, decía a la cámara inmóvil, llamará Adrián, que es el hombre más guapo y el mejor amante del mundo. Y suena el timbre, después la cámara que pasa a las manos de María y él, en la puerta, sorprendido. Ah, aquí está mi butanero favorito ¿viene con la bombona bien llena?...María entonces se acercó a él, lo recostó en el sofá, justo frente a la televisión. Se dio la vuelta, ofreciéndole la espalda y se colocó con una pierna a cada lado, justo sobre sus rodillas. Adrián se dejó caer un poco más para que su polla quedara así justo debajo del sexo. Tuvo que sujetarla desde la base, porque la erección no era lo suficientemente potente como para que entrara sin ayuda. El coño de María se iba acercando, sin prisa, ayudado por unas rodillas que se flexionaban. Era una postura incómoda. Él tenía que dejarse caer del todo y ella recostarse contra su pecho. Una vez logrado el objetivo, la polla de Adrián surcando las profundidades de María, se quedaron en silencio, viendo la grabación, ...hasta una dureza que puede parecer arrogancia, sino...Adrián esperaba, tal y como estaba apenas si podía ejercer fuerza sobre el cuerpo de ella. Tampoco era preciso, María no necesitaba de movimientos bruscos. Acaríciame con las dos manos, le dijo cuando inició un ligero vaivén. Humedeció, solícito, sus dedos y comenzó a surcar a ciegas el sexo cálido. Primero el clítoris, donde dejó de avanzadilla dos dedos bailando circularmente, y con la otra mano los labios que abrazaban su polla, asegurando así que, pese a la erección no plena, todo funcionara como tenía que funcionar. Mientras tanto, en la televisión, María jugueteaba entregada con el sexo erecto, el mismo que se afanaba por mantener el tipo dentro de su cuerpo. Llevaba todavía la eyaculación en su rostro, y esa sensación le resultaba excitante, como un juego del tiempo en la noria del sexo y el futuro, saber lo que va a ocurrir y tener al tiempo la evidencia reseca en su propia carne. Los movimientos eran lentos y poco pronunciados. Ella se elevaba ligeramente sobre los tobillos, él jugaba con los dedos y ayudaba a que el sexo volviera a entrar por completo. María no necesitaba más, no quería más, cualquier otra cosa la hubiera molestado, que él acariciara sus pechos, o cualquier otra parte de su cuerpo, o simplemente que desaparecieran los dedos del verdadero y único campo de batalla en esta noche. Su propia imagen hacia el resto, verse excitada, excitando, juguetona, experta, diosa, le gustaba mucho. Quería esforzarse, sentir el orgasmo justo cuando en la televisión el semen de Adrián se esparciera sobre su rostro, ese semen que todavía caldeaba sus mejillas. Y lo logró. Aceleró en el momento justo, cuando la cámara más zigzagueaba en las manos de Adrián, cuando más fuerte se escuchaba su respiración a través de los altavoces, y gimió, esta vez con discreción, cuando el semen era lanzado al tiempo dentro su coño y sobre su alter ego televisivo. En contra de lo que era costumbre hasta hoy, con el orgasmo no llegó la separación. Adrián permanecía expectante, esperaba su salida, el sonido de la ducha y el silencio como un hasta el jueves que viene más. Pero no, María siguió moviéndose, mientras en la pantalla todavía quedaba imagen por ver. Después, de golpe, casi de un salto, salió disparada hacia la televisión y dejó en pause su rostro, un primer plano con las dentelladas de semen. Miró a Adrián, que estaba como hipnotizado con la imagen, sonrió y entonces, sí, entonces repitió el ritual. Con el sonido de la ducha como fondo. Fue cuando Adrián, con la imagen de ese rostro clavada como una saeta en la retina, bajó al fin a la calle, a hacer rugir su yamaha.
Todavía ahora, más cerca de la cafetería donde ha quedado con Sofía, no lejos del hospital, intenta alejar esa imagen de su cabeza. No acaba de entender a María. Unas veces parece como si los hombres, en este caso él, no fueran más que la parte necesaria para mantener erecto un pene y activa una lengua, y otras, en cambio, parece condicionar su comportamiento a las supuestas necesidades y a los supuestos gustos masculinos. ¿A qué sino tanta afición a los orgasmos en cualquier parte del cuerpo?, tan masculinos, tan de película porno. Pareciera todo fachada, como si quisiera agradarlo a él, para lograr algo, porque tras cualquier gesto o acto intuye que siempre hay un segundo objetivo. Nada parece gratuito con ella. Y como apenas hablan, como no hay comunicación, no hay momento en el que poder poner sobre la mesa estas cuitas. Con Rocío, en cambio, con la que mantiene igualmente una relación basada en el sexo y el dinero, siempre hay una flujo constante de impresiones, no es un monólogo de empujones, lengüetazos y orgasmos. Me gusta mucho acariciar tu cosita. Así la llama, con buscado y morboso aire infantil. Me gusta que me abraces después de hacer el amor, que no te marches, dormirme con tu respiración en la nuca. Así resulta más fácil, aunque de cierto miedo. Con María todo funciona a golpes, es como un torrente descarriado que cada nuevo encuentro se desborda y desaparece, quedando tan solo en su turbado recuerdo alguna evidencia. Cada jueves una nueva tormenta de verano. Nada más. No hay señales de la batalla anterior cuando las armas entran otra vez en juego. Ni rencores aparentes. Ni agradecimientos residuales. Cada día es el primero y el último. Tal vez por eso se siente tan atraído, tan sorprendentemente adicto a su sudor, a las curvas generosas de su cuerpo, a su placer, a su miedo, a su domino.
Cuando aparca la moto y ve a Sofía al otro lado del cristal, saboreando un café con la misma dulzura con la que lo hace todo, como si no necesitara tan siquiera posar sus labios en la taza, decide olvidarse del resto. Con un manotazo aleja del cerebro el acostumbrado desconcierto y, sobre todo, el rostro empapado de María capturado en el televisor. Le da la impresión de que cada día que pasa Sofía está más guapa. Es como si su belleza fuera un idioma, y según pasa el tiempo va aprendiendo más palabras, más términos, más frases y haciendo que la belleza se le presente más clara. Hola, preciosa, siento haberte hecho esperar. Hay un cruce extraño de rostros, un beso en la mejilla, otro en los labios, tímido, eléctrico, fugaz. Y nervios, muchos nervios. Tiene cojones la cosa, a mi edad y poniéndome nervioso con una mujer, pero claro, que mujer, joder cada día está más guapa. Sofía, en cambio, está nerviosa por motivos nuevos. No tenía que haberle dado el beso, como el otro día, parece como si él no quisiera, parece mentira, yo la lanzada, de verdad es que no lo entiendo, ahora va a pensar que estoy desesperada, o que estoy loco por él, que claro, ¿para qué voy a engañarme?, eso es lo que me pasa, y como dice Cristina, tengo que asumirlo, ya, sí, pero él no tiene porqué saberlo, así que mantén la calma. Bueno, tenías algo importante que contarme. Le tiembla la voz, pero no reflexiona sobre ello. Bueno, sí, tengo una muy buena noticia. Ahora el corazón de Adrián empieza a latir con fuerza en sus sienes, un tam tam que precede al peligro. Que no lo diga, por favor, que no lo diga, que todo siga como está, que todo siga como está. Un breve silencio. Tum, tum en sus sienes. Han admitido a tu prima en el proyecto hombre, en la granja, para una rehabilitación en toda regla, y te aseguro que de allí han salido muchos perfectamente desintoxicados, nuevos. Menos mal...¿menos mal?, piensa. Porque se siente decepcionado, le hubiera incomodado la evidencia del amor, las palabras futuro, juntos, tú y yo, pero esa ausencia ha herido su orgullo, y ¿tal vez algo más?. ¿No me digas?. Tiene que bucear en lo más profundo de su yo mentiroso para encontrar la dosis de entusiasmo que parece apropiada. Me alegro mucho. Es una buena noticia ¿verdad?. Sofía le cogería la mano, le daría una abrazo, lo besaría con ternura. Pero permanece ahí, quieta, tan nerviosa como él, pero feliz, muy feliz de tenerlo tan cerca. No pierdas la cabeza, se dice, no la vuelvas a fastidiar, ya llegará todo, ya llegará. Adrián traga saliva, no entiende como ha podido creer que Sofía hablaría de amor. Pues eso tendremos que celebrarlo con una cena, con una cena y con una noche especial. Esas palabras, más de su estilo, y sobre todo imaginarse lo que para él sería una noche especial, lo serenan, digamos que ya tiene el control. Un zarpazo para volver a ser el mismo. Rutina. ¿Una noche especial?. A Sofía le tiembla el ojo, es apenas un tic tac imperceptible, pero que por dentro la sacude y la inquieta. No lo ve, no lo puede ver, maldito ojo, maldito ojo. Sí, creo que voy a invitarte a cenar al mejor restaurante de la ciudad, te lo mereces. ¿De verdad?. Sí, en serio. Le coge la mano y Sofía siente una descarga eléctrica que la recorre una y otra vez, desde la mano, hasta los pies, por el cerebro, el corazón y se instala en el estómago. Creo que te has portado muy bien conmigo, y con prima, sobre todo con mi prima, y sin conocernos. ¿No nos conocemos?, le gustaría decirle, pues yo llevo toda la vida esperándote. A Adrián le encanta estar así, no quiere tan siquiera asumirlo, pero ahora es el hombre más feliz del mundo, a las dos de la mañana, en una cafetería, con una mujer a la que esta noche, como otras tantas noches, no tendrá desnuda y jadeante bajo su cuerpo. Está hecho, sentencia, te invito a cenar, tú pon el día. ¿El día?. Sí, cuando quieras, menos los jueves. Dios, María, piensa como un relámpago en su rostro lleno de semen. Menos un jueves puedo cualquier día. Vale, no te preocupes, a mí me viene bien cualquiera mientras no tenga guardia. Perfecto. Sí, perfecto. Silencio. Tum, tum. No están incómodos, todavía está la mano de Adrián sobre la de Sofía, y las dos están serenas, felices del contacto. Perfecto, vuelve a decir Adrián. Sí, perfecto, sonríe Sofía.

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