9 de julio de 2007

EL REY DE LA TIERRA Y EL DEL CESPED


Todos maldecimos de los cánceres que asolan el deporte: el doping en el ciclismo, el falso divismo y la mercadotecnia del fútbol, las barbaridades a las niñas de la gimnasia...pero luego hay momentos como el de ayer en el que a uno le dan ganas de pegar un puñetazo en la mesa y grita ¡ que viva la madre que os parió !. Una tarde de domingo de las que el asfalto parece chicle al sol. El ventilador, ese dinosaurio de la alteración climática que sobrevive al tifón acondicionado, calmaba la canícula en mi salón. La siesta rondaba las orejas como un moscardón, pertinaz y concienzuda, terrosa en los ojos. Pero ahí estaba ellos. Seamos pedantes, ahí estaban Rafa y Roger, ¡ qué digo !, Dos Rafael y Don Roger. Nadal y Federer, Federer y Nadal. El cuerpo atlético de nadal, su helénica figura danzando por la la hierba de Wimbledon. La figura estilizada de Federer cortando la lógica con una precisión milimétrica, donde pongo la raqueta pongo la bola...a la que Nadal llega. El tenis es un deporte elitista e individual, pero posee una carga de belleza como pocos. Los grupos musculares, el nivel de coordinación suponen una exigencia máxima para cuerpo y mente. Cuando dos genios tan diamentralmente opuestos se enfrentan, cuando a la furia inteligente se le enfrenta la precisión perfecta, el duelo está servido. Ayer la modorra perdió la batalla, en el segundo set comprendí que aquellos monstruos no tenían la más mínima intención de dejarme dormir. Una derecha, un revés, una dejada maravillosa y me rendí a la evidencia. Tres horas y cuarenta y cinco minutos después aplaudía al emocionado ganador, Federer. Había perdido el mío, sí, pero había ganado el tenis. Gracias, campeones, momentos como el de ayer me recuerdan porque me gusta tanto el deporte.

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