13 de julio de 2007

SAN FERMINES


Vaya por delante que odio los toros. Hasta ahora de forma pasiva, lo que suponía no tener parte activa alguna en su mantenimiento, pero con el tiempo parece que la pasividad va perdiendo terreno frente a lo que considero una barbaridad. Sé que a muchos (menos de los que creemos) les parece arte que un tipo se juegue la vida para torturar a un animal hasta la muerte, una tradición (como lo eran en tiempos de los romanos, o eso nos cuentan, los leones y los cristianos), pero para mí no es más que una muestra de la sinrazón del ser humano frente a la naturaleza, a la que exprime y desprecia con un desdén que no tardará en pasarnos factura definitiva. Somos un virus, el más resistente y peligroso del universo, y en algunos casos lo somos por diversión.
Digo, por tanto, que es conveniente partir de esta premisa, pero igual que odio los toros los encierros en general y los de San Fermín en particular, han despertado siempre mi interés. Hay algo de envidia hacia aquellos que se atreven a correrlos, pero una envidia aderezada con una incomprensión. Hace mucho tiempo que decidí que por diversión no voy a poner mi vida en peligro, que ya lo hago, y más veces de las que me doy cuenta, por obligación, como para darle más vueltas a la ruleta por ocio. Puede que lo que no me gusten sean las emociones fuertes, aunque claro, para eso habría que definir emoción fuerte. Pero el caso es que cada tarde, después de comer, descargo el encierro y lo disfruto. Puede que haya morbo e incluso decepción cuando es, lo que llaman, un encierro limpio. Puede que lo que busque sean los pitonazos, los golpazos y al típico guiri despistado y borracho sacudido por la bravura del astado. Puede que sí, pero no hay encierro que no vea un par de veces. Me gusta la plasticidad de los jóvenes en masa corriendo y abriéndose como mantequilla al paso de los animales. Me gusta ver como los pastores se toman su trabajo en serio e incluso me gusta ver como no tienen contemplaciones con quien en su afán de protagonismo acaba poniendo en peligro la vida de los demás. Todo eso me gusta, pero después, cuando veo que los toros llegana a la plaza, cuando sus desgraciadas pezuñas pisan la arena del coso me doy cuenta de que su destino está escrito, que les queda lo peor del camino, la tortura de una muerte-espectáculo y me conjuro para mañana no ver el encierro.

6 comentarios:

ralero dijo...

Pues a mí, taurófilo arrepentido (como pasa a menudo con los ex-fumadores, los más intolerantes), se me encoge el corazón de ver esto, así que lo evito casi siempre.

Un abrazo

Dudu dijo...

Antes de poner mi comentario indicar que me encantan los toros y todos los espectáculos donde participan, con lo que mi visión no es objetiva.
Una cosa son los encierros, otra distinta las corridas de toros y otra muy distinta tirar una cabra desde un campanario. Si Larrey quiere que monte un pequeño debate, en el que estaría encantado de intervenir.
No creo que en este tipo de espectáculos, a los encierros me refiero, se maltrate al toro, porque la misión de los pastores es primero la seguridad de las personas y segundo la integridad de los animales, que económicamente valen una pasta. Quizás sufran cierto estrés, pero no creo porque son animales, no tienen la misma conciencia que el humano del yo y del ser, no conocen las prisas ni llevan reloj ¿Por qué un ser humano se juega la vida en una carrera? pues supongo que por un motivo parecido al de un montañero que sube un 8.000 con riesgo de congelación.
Ciñéndonos a los encierros me parecen un espectáculo sin igual. Invito a todo aquel que no los haya disfrutado en directo, que lo haga. No sólo en Pamplona, en cualquier pueblo de España. La subida de adrenalina en los momentos previos al paso de los toros, es tremenda, incluso desde la barrera.

Larrey dijo...

Pues puede que el toro no tenga una conciencia del yo al estilo piscoanálisis, pero tiene el instinto de todo ser vivo de seguir siéndolo y por tanto corre porque cree que su vida está en peligro. Y eso debe aumentarse por mil cuando entra en la plaza y ve que uno por uno va saliendo gente a hacerle daño, a hacerle sufrir. Lo que no sabe, porque no tiene conciencia real de su propia imperdurabilidad, es que va a morir, pero se defiende porque se lo dice su instinto. Y todo esto, él no lo sabe porque no tiene conciencia, televisado en directo, y visto por expertos espectadores que han pagado por verle sufrir y morir. El no tiene conciencia, pero yo sí.
Y sigo sin pillar la diferencia entre torear a un toro y matarlo y tirar una cabra por un campanario. ¿Es que a la cabra le preguntan?¿ella se descojona?

Dudu dijo...

Una diferencia reside en que el toro bravo es un animal seleccionado genéticamente por el humano para una función determinada, la del espectáculo mientras que con la cabra en todo caso se seleccionan aquellas que producen mayor cantidad de leche. Con la selección genética me refiero a que el toro actual no se parece en nada al que existía hace 500 años. En las ganaderías se seleccionan los mejores ejemplares para el toreo, no para dar leche.
¿Por qué no habres un "post" del tema?

Dudu dijo...

HABRES, HABRES, HABRES,HABRES..... ¡¡¡¡¡SOCORRO !!!!

Larrey dijo...

Lo de la selección genética también lo he escuchado, y que la especie estaría condenada a la desaparición. Sería tan absurdo como frenar las mejoras en seguridad en los vehículos para que los fabricantes de sillas de ruedas no se quedaran sin trabajo. Evidentemente es una exageración, pero si la especie está condenada a la desaparición habrá que tratarla como tal, como se hace con el lince, o con el burro, que ya ha perdido su utilidad. El dolor no puede ser la justificación de una existencia.