11 de julio de 2007

EL HÉROE INVOLUNTARIO


Se cumplen diez años de la mediática, brutal e inútil (como todas) muerte de Miguel Angel Blanco. El tiempo pasa deprisa, y las heridas cicatrizan. Mal o bien, se van cerrando. Pero estas fechas, estos aniversarios, avivan los rescoldos e invitan al recuerdo y la nostalgia. Tenía 24 años y trabajaba aquel verano de socorrista. Tenía la radio para las mañanas, mientras limpiaba la piscina, para escuchar el final del Tour o algún que otro evento deportivo. No pensé que una noticia de este tipo me tendría 24 horas enganchado a los cascos. Al borde de la piscina y de la lágrima, iba escuchando la evolución del proceso, el duelo absurdo al gobierno y la más que previsible muerte de un muchacho que, que se sepa, solo cometió el delito de pensar, y eso es para algunos merecedor de la pena de muerte. Miraba a la gente, que seguía bañándose, los niños correteando y jugando y me preguntaba como ellos podían estar ahí, tan tranquilos, como no estaban como yo, aterrados por lo que estaba pasando, por un secuestro y una vida con fecha de caducidad. Pero notaba en las conversaciones la congestión, los gestos reprimidos y la rabia, las ganas de gritar hijos de puta. Si me fijaba más nada era como otros días, las madres y los padres no se bañaban, hablaban y todos lo hacían con un recogimiento extraño. Pasaban las horas y las noticias no eran buenas. Los vecinos al pasar con la toalla y el gesto triste me preguntaban, como si fuera el resultado de un partido. No, todavía no se sabe nada. Y torcían el gesto, porque como yo, sabían que el tiempo jugaban en contra de la libertad. Aquella tarde viví la primera gran manifestación de mi vida, la primera que no era una fiesta, como aquellas de estudiante, la primera que iban con el alma en vilo. Poco después supimos que nuestro esfuerzo, nuestra vigilia no había servido de nada. Un hombre y una mujer decidieron terminar con la vida de Miguel Ángel, y en cierta medida con sus disparos se llevaron también mi inocencia. Estaba cerca de terminar la carrera, aquel verano había muerto mi abuela y uno de mis mejores amigos (todavía nos acordamos de tí, David) decidió dejar de luchar por ordenar el caos de su cabeza y nos dejó con dos zarpazos en sus venas. Era como si la madurez me estuviera dando capotazos. Y entré al trapo. Creo que aquel verano me hice definitivamente adulto.

3 comentarios:

Elena dijo...

Aquel día yo tenía una boda a la que asistir, y aunque íbamos vestidos de fiesta, todos estábamos pendientes de aquel muchacho....la noticia nos sobresaltó en la mesa comiendo, los novios se levantaron y ante el silencio de los invitados nos anunciaron que habían asesinado a Miguel Angel,... guardamos 1 minutos de silencio en su memoria. ¡qué rabia, qué impotencia!...

Anónimo dijo...

Francamente me has hecho brillar las ojos, cuanto cierto es todo lo que dices, aquel día lo vivimos todos muy intensamente, y por mi parte, hasta el último momento no creí que lo mataran, tal vez porque tenía confianza que aquellos "personajes", tendrían un poco de sentimiento, pero al final, actuaron, iba decir bestias, pero ellas son mas sensibles, no se que calificativo darles, todos me parecen poco, para expresar mi repugnancia.

Isabel Catalán.

Anónimo dijo...

Yo estaba en Barcelona, en un nuevo trabajo. Recuerdo que a media tarde mi hermano y yo nos fuimos a la mani de allí. Fue impresionante. Como tú dices, fue una manifestación diferente, todos estábamos tristes, impotentes. Pobre Miguel Ángel. Aunque hoy aquí, me gustaría recordarle no solo a él, que al final se ha convertido en mártir sin quererlo, sino a todos los que han muerto por la locura terrorista.
El día que mataron a Miguel Ángel Blanco fue uno de esos días que siempre se recuerdan, igual que el 11S o el 11M, son días en los que hubiera sido mejor no despertarse.