Hay momentos que por si mismos justifican la existencia. El beso que le das a tu hijo al irte a dormir, esa sonrisa, ese abrazo. Cada uno tiene su rincón del día a día que es como un pequeño bote salvavidas, y a él te aferras para que la marea de la rutina no te lleve mar adentro. Para mí uno de esos momentos es el sofá y la noche. Esa hora donde el cerebro queda aparcado de forma definitiva, y los malos humos y el estres encuentran una barrera infranqueable. Suele venir acompañado de alguna serie bajada de internet y de lo que nosotros llamamos el rascoteo. Puede que de puertas para fuera sea frío porque apenas hay conversación, pero en el silencio, através de la piel pueden los cuerpos hablar tanto como con las palabras. Ese despreciado acto de rascar es para mí toda una terapia. Tanto que si las circunstancias no acompañan y durante un par de días no tengo mi ración diaria, mi carácter y mi cuerpo lo notan. Es como el sexo, que además del buen rato aporta unos nutrientes al árbol de la felicidad que hacen que este crezca y crezca.
Tenemos diversas variantes de la acción de ser rascado. Porque sí, así es, soy yo el meloso que necesita, que demanda esos dedos en la piel. Pero el rascado por escelencia, el más terapeútico, es el de la cabeza. El cuero cabelludo recibe un estímulo tal que, sin saber la razón científica, si es que la hay y no se trata solo de una consecuencia más de la felicidad, jamás hay dolor de cabeza y se baja uno despacito hasta el sueño con un relax que solo una buena sesión de cuerpo a cuerpo puede regalarte. No hay mucho misterio en lo que cuento, solo dos personas que se quieren, dos cuerpos sobre un sofán, una cabeza sobre una cintura y unas manos que como pura y maravillosa rutina van de un lado al otro, ora suave, ora fuerte. Evidentemente el momento en sí mismo, la intimidad, la relación entre dos personas, es por si solo especial. Pero aquí lo que busco es destacar las maravillas del acto de ser rascado, con paciencia, con tiempo, como una terapia más. Otro día hablaremos de otras terapias de la intimidad que nos ayudan a que la hipoteca sea ,al menos durante unas horas, un triste recuerdo. ¿Nos cuentas la tuya?.
Tenemos diversas variantes de la acción de ser rascado. Porque sí, así es, soy yo el meloso que necesita, que demanda esos dedos en la piel. Pero el rascado por escelencia, el más terapeútico, es el de la cabeza. El cuero cabelludo recibe un estímulo tal que, sin saber la razón científica, si es que la hay y no se trata solo de una consecuencia más de la felicidad, jamás hay dolor de cabeza y se baja uno despacito hasta el sueño con un relax que solo una buena sesión de cuerpo a cuerpo puede regalarte. No hay mucho misterio en lo que cuento, solo dos personas que se quieren, dos cuerpos sobre un sofán, una cabeza sobre una cintura y unas manos que como pura y maravillosa rutina van de un lado al otro, ora suave, ora fuerte. Evidentemente el momento en sí mismo, la intimidad, la relación entre dos personas, es por si solo especial. Pero aquí lo que busco es destacar las maravillas del acto de ser rascado, con paciencia, con tiempo, como una terapia más. Otro día hablaremos de otras terapias de la intimidad que nos ayudan a que la hipoteca sea ,al menos durante unas horas, un triste recuerdo. ¿Nos cuentas la tuya?.
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