9 de enero de 2009

VIAJAR EN TREN

Hacía tiempo que no viajaba sólo en tren. Cuando lo haces sin compañía es cuando realmente eres consciente de si un sistema de viaje te gusta o no. A mí el caballo de hierro me encanta. No sólo por su puntualidad (suelen serlo más que otros medios). Me gusta porque pareciera que vas en un cuchillo que abre la tierra como un melón para ofrecerte sus jugosos secretos. Los entramados de vías de la salida de las grandes estaciones, esas incomprensibles telas de araña metálicas, esos hangares, ese personal siempre con trajes reflectantes que parecieran perdidos entre tanto amasijo de hierro. La periferia de las ciudades medianas también ofrece estampas curiosas, desde una zona que bien pareciera un pequeño pueblo olvidado en el que lo mismo puedes encontrarte a un hortelano trabajando la tierra como una profesional trabajándole el sexo a un cliente en un parking inexistente, hasta casas diseminadas como si alguien las hubiera tirado desde un avión y hubieran tenido la suerte de caer de pie. La costa es también un entorno maravilloso para deslizarse por los ventanales de un vagón, creo que visualizar el mar desde el asiento de un tren es una experiencia maravillosa. ¿Hay algo más misterioso que una vía de tren que se adentra en un angosto túnel? Si ya tienes la suerte de viajar en invierno y que haya nevado, el precio del billete te parecerá una ganga. Las estampas del campo nevado, en su grandeza, con los árboles coronados con la paz blanquecina de la nieve son de nuevo estampas únicas que el coche o el avión no pueden ofrecerte. Desconozco si el tren es el sistema más ecológico de los que utilizamos, pero sí que tengo la sensación de que es el que mejor comunión logra con su entorno, y como digo, pareciera que te deslizaras formando parte de un todo. Tanto es así que si viajo sólo me gusta prepararme con mi mp4, el periódico, un buen libro, hasta alguna película, y al final, la gran mayoría del tiempo lo empleo en mirar por la ventana. Esto, ahora mismo, lo estoy escribiendo mientras Ávila me ofrece sus reses retozando sobre el campo blanco y los árboles yermos de hojas sosteniendo la nieve entre sus ramas. Y para este medio centenar de líneas estoy empleando medio viaje. La ventana, y el mundo, que está al otro lado...

6 comentarios:

Ángela dijo...

Qué bonito viaje nos has descrito, Larrey.
A mi también me encanta viajar en tren, pero fíjate, me atrae tanto el paisaje interior del vagón como el exterior. Hace unos días escribí sobre ello en un blog que comparto con otras dos personas (lástima que sea privado porque me encantaría que lo leyeras).

Feliz 2009.
Un beso.

Larrey dijo...

¿Cómo funciona eso de los blogs privados?¿Qué sentido tiene?¿cómo un facebook?

Ángela dijo...

Funciona igual que estos, pero sólo tienen acceso los miembros (previa verificación de la casilla correspondiente).
Tienen el sentido que se le qutera dar. En este caso somos tres mujeres a las que nos gusta escribir y sobre una imagen que ponemos cada vez una de nosotras, dependiendo de lo que nos inspire, escribimos (poesía, prosa, cuento...) Te puedo asegurar que es una experiéncia muy gratificante.
No sé muy bien que es un facebok.

Anónimo dijo...

probando

Anónimo dijo...

Hola, Larrey:
El tren está muy unido a mi infancia. La casa de mi abuelo se estrujaba en una estación, entre las vías y el río Miño que nos separaba de "A parte de alá", que es como llamamos a Portugal en esa aldea.
El mugido del tren curioseaba en mis sueños de niño fluvial.
De cativo viajaba mucho en el Shangai, haciendo la ruta del tren de la canción de Andrés Dobarro, "o tren que me leva pola beira do Miño ..."
Se veía el mar, las rías (qué gozada la Isla de San Simón, evocando cantigas medievales, al fondo el estrecho de Rande, con sus galeones hundidos, cargados de tesoros que aún nadie rescató), los verdes campos del É-meu y el padre Minho, acompañándonos paseniño paseniño..
Como siempre fui muy inquieto, muy restless, o "fervellasberzas", solía escaparme del compartimento e ir al pasillo, asomarme a la ventanilla, más bien ventanal, y saborear todo lo que magistralmente describes, hasta que se me metía en un ojo la carbonilla, y mi madre me la sacaba con la punta de un pañuelo.
En el tren, además, me pasaron muchas aventuras. A veces, las "galdrucheiras", o contrabandistas a muy baja escala se aprovechaban de la aparente inocencia de mi nenez y, cuando un guardia civil asomaba por el vagón, me pedían que les guardase el "galdrucho" (un paquete de café Sical, "o melhor de Portugal").
Me pasaba unos momentos de suspense que me río de Hitchcock, hasta que el benemérito desaparecía, mientras el corazón se me salía por la boca, sin otro aroma que el del pánico.
Tambien usaba muy a menudo el caminho de ferro que mis paisanos portugueses llamaban, con la verborreica ampulosididad en nosotros habitual, "Companhia Internacional de carruagems-camas e dos Grandes Expressos Europeos".
Larrey, yo suelo escribir comments muy largos, pero hoy voy a parar el carro aquí.
Te dejo con una canción de Cohen, pues me acaba de entrar carbonilla en el alma, y mi madre no está aquí ahora :
"I am cold and rainy,
I am dirty as a glass roof in a train station"

I´m_another_solitary_mourner

(((Esto te lo dedico a ti, minha bonequinha, Mantinha)))

Larrey dijo...

pues largos o cortos, si son como este, tan cargados de poesía y nostalgia, merecen la pena.