EL BESO QUE NUNCA TE HAN DADO

Te voy a dar un beso que no te han dado nunca. Él se quedó expectante, porque su novia otra cosa no, pero era cariñosa como ninguna, así que no se le ocurría una cuenta pendiente en cuanto a besos se refiere. Preparó sus labios para recibir esos carnosos trozos de carmín que tan loco lo volvían. Pero se sentó en el sofá, lo atrajo hacia ella y le bajó los pantalones. Él respondió con una sonrisa y una erección que se hizo evidente bajo el calzoncillo. Vaya, pensó, no me esperaba un beso de este tipo, aunque de estos también he tenido muchos. Pese a todo se dejó hacer. Ella se lo tomó con calma. Jugueteó con los labios sin quitarle la ropa interior. Aprovechando el intermediario mordió aquel sexo erecto y jugueteó con sus genitales. Cuando se cansó se deshizo del calzoncillo y con la mano sujetó la polla. La miró con ternura, no obstante las dos habían pasado muy buenos ratos en todos estos años, no podía más que haber agradecimiento mutuo. Con la lengua la humedeció por completó y empezó a masturbarlo. Mientras tanto con los labios jugueteaba con los genitales, incluso con los dientes, dando ligeros mordiscos que generaban en su dueño unos sordos gemidos. Después se centró de nuevo en la polla, sin que la mano abandonara el ritmo, se metió parte de ella dentro, dejó que se posara sobre su lengua, abrazó la carne con su boca y siguió el movimiento. Como si de un ritual se tratara, o de una danza aprendida, cada ciertos movimientos la sacaba de la boca y la recorría con la lengua de arriba abajo, sin que la mano perdiera jamás el ritmo, es más, cada vez eran más profundos los movimientos. Y vuelta a empezar, la boca llena, los movimientos, vuelta a la lengua que sube y baja. Era cuestión de segundos que aquella danza acabara en una eyaculación. Él empezó a sentir la presión entre las piernas, un ligero temblor en el ojo, signos todos de un inminente orgasmo. Niña me voy a correr. Pero la niña no tenía intención de parar el juego, se la sacó ligeramente de la boca, dejándola sobre la lengua, mientras con la mano seguía el movimiento, invitada por los gemidos y espasmos de su novio. La primera descarga llenó su boca, las dos o tres siguientes cayeron sobre su lengua. Sin prisa, después de algún que otro movimiento buscando las últimas gotas del líquido caliente, se incorporó, abrazó el cuello de su novio y buscó sus labios. Él, sumido todavía en la locura del orgasmo, se sintió algo desconcertado. Pero el desconcierto desapareció cuando sintió el calor de su propio caldo en los labios y la boca de su mujer y se dejó llevar en un fascinante y cálido beso, con una mezcla desconcertante de sabores y sensaciones. Entonces entendió que siempre puede haber un beso nuevo si uno se abandona y se deja llevar por completo.