DESCONCIERTO
Las imágenes no podían reflejar más fielmente la realidad. Era una persona, como tú o como yo, pero yacía en el suelo cubierta por una manta térmica. Al abrirse el plano de la cámara de televisión se podía ver a dos o tres personas rodeándole arrodillados. Le intentaban devolver la vida, pretendían que su corazón volviera a latir.
Un locutor narraba la noticia pero yo no le escuchaba, solo tenía ojos para ver a aquella mujer que se esforzaba en masajear el pecho de aquel hombre. De pronto se detuvo, separó sus brazos del corazón del hombre y miró a sus compañeros. Un gesto de desesperación se le escapó en la mirada y con la cabeza hizo un movimiento de negación. El hombre había muerto.
Aquel hombre había llegado a lo que él creía que era el paraíso ya sin aliento para seguir viviendo. En su desesperación, acompañado de bastantes hombres, mujeres y niños habían embarcado en un cayuco rumbo al Primer Mundo y las corrientes marinas les habían desviado de su trayectoria. La comida y el agua habían acabado hacía más de tres días.
El frío helador de la noche, el agua salada y el desconcierto se transformaron en una luz de esperanza cuando apareció aquel barco que los trasladó hacia la costa. Algunos tuvieron suerte y llegaron con vida, otros no.
Murió un hombre africano, era de algún lugar pero nunca sabremos exactamente de dónde porque ese hombre ya murió, fue noticia unos segundos para aquellos que lo vimos en televisión, pero después, a los quince segundos, desapareció.
Cada día, hora y minuto muere un ser humano debido al hambre. La desesperación les lleva a cometer heroicidades con el objetivo de alcanzar el paraíso que supone Europa.
Esos hombres luchan por sobrevivir, nosotros luchamos por tener y solo nos diferencia una cosa, el azar de dónde han nacido ellos y dónde nosotros.
Algo está fallando desde hace mucho tiempo, ¿no creéis?.
Las imágenes no podían reflejar más fielmente la realidad. Era una persona, como tú o como yo, pero yacía en el suelo cubierta por una manta térmica. Al abrirse el plano de la cámara de televisión se podía ver a dos o tres personas rodeándole arrodillados. Le intentaban devolver la vida, pretendían que su corazón volviera a latir.
Un locutor narraba la noticia pero yo no le escuchaba, solo tenía ojos para ver a aquella mujer que se esforzaba en masajear el pecho de aquel hombre. De pronto se detuvo, separó sus brazos del corazón del hombre y miró a sus compañeros. Un gesto de desesperación se le escapó en la mirada y con la cabeza hizo un movimiento de negación. El hombre había muerto.
Aquel hombre había llegado a lo que él creía que era el paraíso ya sin aliento para seguir viviendo. En su desesperación, acompañado de bastantes hombres, mujeres y niños habían embarcado en un cayuco rumbo al Primer Mundo y las corrientes marinas les habían desviado de su trayectoria. La comida y el agua habían acabado hacía más de tres días.
El frío helador de la noche, el agua salada y el desconcierto se transformaron en una luz de esperanza cuando apareció aquel barco que los trasladó hacia la costa. Algunos tuvieron suerte y llegaron con vida, otros no.
Murió un hombre africano, era de algún lugar pero nunca sabremos exactamente de dónde porque ese hombre ya murió, fue noticia unos segundos para aquellos que lo vimos en televisión, pero después, a los quince segundos, desapareció.
Cada día, hora y minuto muere un ser humano debido al hambre. La desesperación les lleva a cometer heroicidades con el objetivo de alcanzar el paraíso que supone Europa.
Esos hombres luchan por sobrevivir, nosotros luchamos por tener y solo nos diferencia una cosa, el azar de dónde han nacido ellos y dónde nosotros.
Algo está fallando desde hace mucho tiempo, ¿no creéis?.
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