9 de febrero de 2008

LA VIEJA NOVELA


No suelo escribir los sábados. Me doy descanso el fin de semana. Pero hoy me he sentido en la obligación, y eso ha podido con el peso de mis rutinas.
Tengo solo dos de mis novelas convertidas en ejemplares de libro real, con sus tapas y su formato de libro de verdad. Con ambas me une un vínculo especial. Una es, por así decirlo, la primera de todas. La escribí el primer año de carrera y está insuflada del virus de historiador que en esos años latía en mis venas. Se llama (uso el presente por orgullo) Diez caminos y un paseo y es una historia político policial en el tardofranquismo, con una peculiar forma de ser contada. El protagonista nunca aparece pero todos hablan de él en alguna forma o medida hasta que se cruzan, casualmente, con otro personaje que guarda alguna relación con él. La otra es mucho más intimista y creo que tiene el aire (más tímido y menos sexual) de la serie Californication (con ocho años de distancia entre mi novela y la serie). Un escritor de fama se reteira a un pequeño pueblo de Cáceres para reencontrar el escritor que un día fue, simbolizado todo por la perdida capacidad para escribir poemas.

De ambas novelas tengo una copia en la entrada de mi casa, y hoy me ha dado por releer las primeras páginas de esta última, El poema de luz. Me han gustado, y mucho. Son anteriores al efecto Bolaño (ya he hablado de él, de cada tres palabras sobran dos) pero me ha gustado. Y una de sus estrofas es la que me ha invitado a escribiros hoy:

- De verdad, quiero que te lo quedes (un teléfono móvil) Sé que no es un regalo muy bueno, a ninguno de los dos nos hace gracia esta clase de aparatos de tortura, pero es que estoy cansado de él, me gustaría que lo guardaras y que te sirviera de recuerdo. La verdad, a tí no te queda mal, pero yo parezco un traficante.

Me ha hecho mucha gracia esa comparación. Estamos hablando del año 1999, y un móvil era un lujo en manos de muy pocos y algunos, con traje, tenían cierto aire de traficante. La novela ha perdido vigencia, porque no hace refencia a internet, a los móviles y a tantas cosas cotidianas. Me he sentido maduro, pero, por contra a la nostalgia que otras veces me invade con esta evidencia, me he sentido muy bien, como dándome cuenta de lo que fui capaz de hacer un día. Creo que la volveré a leer y quien sabe si algún día me atreveré a digitalizarla, porque de esta no tengo copia.
Siento este acceso de intimidad, pero sentía la necesidad de sacarlo, por ella, por la novela, por el poema de luz, por Luz, esa niña sensual y soñadora del pequeño pueblo cacereño...

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