4 de octubre de 2007

MICROS

En ese instante, todos supimos que jamás volveríamos a vernos. Nos lanzamos al agua henchidos de miedo. El mar nos recibió frío, cruel. La luna nos guiaba con su ficticio calor lechoso y mientras el océano nos mecía suavemente hacia la orilla. En la noche solo se escuchaban las olas y nuestros jadeos, entre brazadas desesperadas. Nunca supe cuantos más alimentaron la leyenda del Estrecho. Las rocas se defendieron como gatos acorralados, a dentelladas y zarpazos. Cuando la arena del nuevo mundo, juguetona, acariciaba mis dedos, tuve el temor y a la vez la certeza de que, realmente, nada había cambiado. Fue cuando escuché una voz gritar. Entonces corrí y corrí; hasta hoy no he dejado de hacerlo.

1 comentario:

ralero dijo...

Acorralados, perseguidos, así viven, así vivimos, aunque, al menos, nosotros no pasamos hambre... por el momento.

Un abrazo.