Ayer dieron una medalla a un ejecutivo que en el atentado de la T4 en Madrid estuvo durante más de tres horas ayudando a la policía y dirigiendo a las personas hacia lugares más seguros en los primeros instantes de la explosión. Se ofreció voluntario (es hijo de policía) y un agente le indicó como ayudar y en caso de necesitarlo, que dijera que era policía. El ser humano, cuando le aprietan las tuercas, rezuma entereza y capacidad de análisis y respuesta. No lo hace necesariamente para salvar su vida o la de los seres queridos, lo hace, supongo, porque en nuestra información genética está que preservar la especie es un bien propio, algo así como un instinto de supervivencia colectivo.
Me gustan los héroes anónimos. Como el montañero que no hará mucho se lanzó por un terraplén para sacar a un conductor de su camión en llamas. Tengo guardada en la memoria una imagen como de película, (lo será y de más de una, seguro) la de un hombre entrando y saliendo de una casa en llamas con heridos en brazos hasta que una de las veces entra y la casa se derrumba. El caso es que a mi me ocurre algo extraño en esas situaciones. No soy, ni mucho menos, un líder, pero cuando ocurre algo así, una desgracia que nos pilla a todos descolocados, tengo la tendencia a tomar el mando, a organizar, a buscar soluciones. No reflexiono sobre ello, me sale sin más. No es morbosidad ni deseo de protagonismo, es algo que simplemente está ahí dentro. Y creo que esto mismo les ocurre a muchas personas. El 11M está lleno de ejemplos y todos guardamos imágenes impactantes de héroes anónimos trasladando heridos con los bancos de una estación o consolando a otros tirados por el suelo. Me gusta ver como el ser humano antepone la de los demás a su propia tranquilidad y por altruismo es capaz de entregarse sin que haya religión alguna de por medio. Me gusta descubrir que la naturaleza nos dotó de una recompensa interna que nos hace rentables estos actos, que nos llena de satifacción cuando todo ha pasado y nos invita a seguir comportándonos así.
En fin, que algunas veces recupero la esperanza en el género humano, aunque haya otras en las que nos sigo considerando el peor virus que jamás dio la naturaleza.
Me gustan los héroes anónimos. Como el montañero que no hará mucho se lanzó por un terraplén para sacar a un conductor de su camión en llamas. Tengo guardada en la memoria una imagen como de película, (lo será y de más de una, seguro) la de un hombre entrando y saliendo de una casa en llamas con heridos en brazos hasta que una de las veces entra y la casa se derrumba. El caso es que a mi me ocurre algo extraño en esas situaciones. No soy, ni mucho menos, un líder, pero cuando ocurre algo así, una desgracia que nos pilla a todos descolocados, tengo la tendencia a tomar el mando, a organizar, a buscar soluciones. No reflexiono sobre ello, me sale sin más. No es morbosidad ni deseo de protagonismo, es algo que simplemente está ahí dentro. Y creo que esto mismo les ocurre a muchas personas. El 11M está lleno de ejemplos y todos guardamos imágenes impactantes de héroes anónimos trasladando heridos con los bancos de una estación o consolando a otros tirados por el suelo. Me gusta ver como el ser humano antepone la de los demás a su propia tranquilidad y por altruismo es capaz de entregarse sin que haya religión alguna de por medio. Me gusta descubrir que la naturaleza nos dotó de una recompensa interna que nos hace rentables estos actos, que nos llena de satifacción cuando todo ha pasado y nos invita a seguir comportándonos así.
En fin, que algunas veces recupero la esperanza en el género humano, aunque haya otras en las que nos sigo considerando el peor virus que jamás dio la naturaleza.
1 comentario:
A veces el instinto de supervivencia colectivo -como tu bien dices-, depara agradables y emotivas sorpresas. Y es ahí cuando un@ vuelve a tener fe en el ser humano.
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