7 de diciembre de 2008

LA CUENTA PENDIENTE

Ha pasado al doblar la esquina. Ella iba pensando en el trabajo, la última reunión ha sido agotadora. Él en su cambio de turno. Se han tropezado, quince años después. ¡ No me lo puedo creer ¡, sonríe ella. Él ha tardado más en reconocerla, detrás de esas gafas de diseño, de ese traje de chaqueta y ese pelo largo y rizado se escondía la niña de trenzas rubias y aparato en la boca. Pero ¿eres tú?. Un beso, ella. Un abrazo con tintes sinceros él. ¿Tienes prisa? Sí, ha estado tentada de responder, hasta hace un minuto, cuando me he tropezado con un pedazo de hermosa carne de mi pasado sí, ahora ya no tanta. Pues si no tienes podríamos tomarnos un café. No fue un café, sino tres cañas y mucha nostalgia. Pues tú me gustabas de toda la vida. Maldita sea, esconde su frustración en un nuevo trago de cerveza, ya podrías habérmelo dicho entonces, capullo. Estás tan atractivo como entonces, piensa, cuando era el capitán del equipo, el niño más idolatrado del colegio y no me hacías ni puto caso. Pero no dice nada, sonríe, ahora que no tiene brackets. La hora del gimnasio ya había pasado de largo cuando rechaza una nueva cerveza. ¿Por qué no nos la tomamos en otro sitio?. Él ha tenido que tragar saliva, ha sonado a algo más que invitación etílica. En el coche, de ella, porque él no tiene, no saben donde ir. Sus manos se han rozado en la caja del parking. Ambos están al borde de los cuarenta y si fueran sinceros no están para juegos. Pero solo ella toma la iniciativa. Vamos a un hotel. Quizá sean las palabras más hermosas que hubiera escuchado en su vida, y ella las más arriesgadas que haya pronunciado jamás. Hay silencio en el camino, pero la mano de él acaricia su pelo, su pierna. Ella no puede evitar sentirse excitada, enormemente excitada. En el hotel no hay preguntas, una habitación doble. En el ascensor coinciden con una pareja de turistas holandeses de avanzada edad. Ella, que no se reconoce, le mete la mano en la bragueta. Él, además de una inmediata excitación siente unas irrefrenables ganas de reír. En el pasillo, camino de la habitación, llegan los primeros besos. Sabe a caramelo de menta, ¿habrá dejado de fumar?. Le ha quitado la chaqueta, que se ha quedado en el suelo, entre beso y beso. Ella le desabrocha los pantalones, lo que le obliga a dar saltitos. Ahora vuelve a tomar el control y lo lanza contra la cama. Él se deja caer con los brazos abiertos, disfrutando de la imagen, una preciosa rubia desnudándose a los pies de una cama en la que él espera. Se deja hacer, los pantalones, las zapatillas, la camiseta, todo menos los calzoncillos. Ella se ha dejado también la ropa interior. Se sienta sobre él, colocando sus cuerpos perfectamente para que su pene se centre entre sus piernas y comienza a moverse, apretándose todo lo que es capaz. Él ya ha empezado a gemir y ella se quita el sujetador, liberando unos pechos sobre los que, y ella nunca lo supo, él se ha corrido en innumerables noches solitarias. Quiere tocarlos pero no le deja. Es ella misma quien se acaricia, incluso los chupa, ladea la cabeza, deja que el pelo la haga todavía más sexy, y entonces sí, entonces deja que los dedos de su sueño de infancia invadan su piel. A ella también le gusta lo que ve, un cuerpo musculado, de los que adivina en su gimnasio, que decide acariciar, besar y morder. Cuando lo hace en los pezones él suelta un pequeño gruñido. Se pone de pie sobre él. Le gusta la escena, se siente poderosa, enorme frente a su cuerpo jadeante. Se baja de la cama, mientras le pide que se quite los calzoncillos. Rebusca un preservativo que por un cúmulo de casualidades lleva en el bolso y lo deja a los pies de la cama. Él intenta tomar el timón, inocente, todavía no ha entendido que es ella quien manda. Lo vuelve a dejar sobre la cama y recorre su cuerpo con la lengua y los labios, incluso algunos besos tímidos en el pene, que hubiera dado medio millón de vasos capilares por meterse en su boca. Después vuelve a ponerse sobre él, pero justo sobre sus labios, para que su boca pueda juguetear con su sexo. A él le ha encantado la idea y la coge con fuerza del culo mientras mete la lengua con todas sus fuerzas. Ella, tremendamente excitada, se mueve, se roza, se aplasta contra su cara. Algunas veces le cuesta respirar con el sexo de ella invadiendo totalmente su rostro, pero no le importa. Ella, cada vez más excitada, perdida toda timidez, le coge una mano para humedecer uno de los dedos. Después lo lleva a su culo, invitado a que entre dentro. Si se viera desde fuera no entendería de dónde ha sacado tanto arrojo. Lo está haciendo muy bien, piensa, mientras él sigue con la lengua y el dedo llenándola por completo. La excitación es suficiente, recupera el preservativo, cubre la polla con maestría y se sienta sobre ella, que entra como si fuera un cuchillo en la mantequilla caliente que ya es su cuerpo. Empiezan los empujones, las embestidas salvajes, los mordiscos, los arañazos, el cuello que busca el techo, los labios que se anhelan. En este arrebato de ardiente igualdad él retoma el control, la da la vuelta y la pone de rodillas, invitándola a apoyar las manos. Está tan excitada que no es consciente de la pérdida del control y menos cuando la penetra por detrás. Los empujones son brutales, pero tiernos a un tiempo, la tiene tomada por la cintura y clava los dedos como la polla, con certeza de francotirador. Después es él quien quiere que ella humedezca su dedo para llevarlo al sexo, donde el clítoris se convierte en el nuevo rey, entre tanto empujón pélvico. Sabe lo que se hace. Es lo último que logra recordar, o pensar, después esconde su rostro en la almohada hasta que un salvaje orgasmo le va rondando el cuerpo. Se detienen entonces. Espera, espera, dice él, espera un segundo. Qué maravillosa parada. Unos instantes después vuelven las embestidas. Me voy a correr, grita él, espera suplica ella, me corro, insiste él, espera reclama ella. Hasta que un gemido sordo lo derrumba sobre su espalda. No, por favor, no, no te pares. No, no me paro. Saca fuerzas de flaqueza y, fuera ya su polla, la da la vuelta, abre sus piernas y la mira a los ojos. Correte en mi boca. Le ha sonado como la más tentadora de las invitaciones. Se inclina y comienza a besarla, con rapidez la lengua juguetea con el clítoris y dos dedos, en forma de anzuelo, se adentran en el pozo de los deseos. No tarda en sentir un orgasmo especialmente húmedo, y aun así ha cogido con fuerza la cabeza de su amante para sacarle los últimos estertores al placer. Se dejan caer, recuperada la calma, en la cama. Él pretende algo así como un abrazo. Perdona, zanja el asunto, tengo prisa. ¿Prisa? Sí, tengo prisa, no te preocupes, la habitación está pagada. Se viste mientras él no puede entender lo que ocurre, como un cuerpo al que partía poco menos que en dos hace unos minutos ahora se viste tan distante. Ya en la puerta lo mira por última vez. No volveremos a vernos jamás, pero me ha gustado mucho, adiós. En el ascensor suena el móvil, su marido, que si quiere que se acerque con el niño a buscarla a la salida del gimnasio. Sonríe tranquila, acaba de cerrar una cuenta pendiente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es malísimo dejar cuentas pendientes!!!jajaja
Un abrazo larrey, me gustó el relato.