18 de diciembre de 2008


¿UN DÍA CUALQUIERA?

Se levantó como en un día cualquiera. Había pasado una noche horrible dándole vueltas a todo lo que se le había venido encima en los últimos meses. A los problemas personales se le habían unido en los últimos meses, los económicos. Las cosas andaban muy mal en su empresa.

Cansado por no haber descansado prácticamente, se dirigió al cuarto de baño a afeitarse y ducharse. Una vez de vuelta en su cuarto descolgó del armario el traje negro y la corbata roja que tanto le gustaban. Después tomó su abrigo. Solamente él sabía lo que tenía entre manos.

Salió de casa, aún era de noche, ni siquiera habían dado las siete. El frío embriagador de Madrid entró por su cuerpo como una primera toma de contacto con la realidad, pero no le importó, poco podía importarle a esa hora y en ese momento.

Con parsimonia, mucha más de la habitual, se dirigió hacia la calle Bailén hasta llegar a las inmediaciones del Viaducto. Justo antes de pasar por él entró en un bar y pidió un café, el camarero le sirvió y le instó por si quería comer algo, unas porras, y se las comió tranquilamente.

Después de pagar y dar los bueno días salió de nuevo a la fría calle y marchó en dirección al Palacio Real. Una vez llegó al centro del Viaducto giró la cabeza a la izquierda y contempló la maravillosa estampa que nos deja esa vista, aunque la noche desluce todo el fondo del cielo, las casas iluminadas son signos de vida, de intensidad, de trasiego, de humanidad. Eran las siete de la mañana.

Una vez detenido se agachó, el cristal que protege la barandilla de piedra no llega al suelo, y como era un hombre relativamente delgado se escabulló entre el suelo y el vidrio, y reptó hasta el otro lado. Delante de él sólo quedaba el precipicio.

Escuchó a lo lejos como alguien se dirigía a él, justo en el momento en el que, de nuevo incorporado, se abalanzó a la baranda y se tiró de cabeza...

Cayó al vacío durante más de veinte metros para frenarse en seco sobre el asfalto de la calle Segovia, un autobús que subía esa calle frenó de golpe y evitó que el cuerpo de ese hombre cayera sobre el mismo autobús.

La imaginación es una utopía de los hombres vivos.

Esta mañana cuando he sacado a mi perro he hecho el recorrido de siempre, bajando por la calle Segovia suelo pasar por debajo del viaducto y luego asciendo desde allí hacia los parques de la Cuesta de la Vega. Hoy, al llegar a la altura de la tienda de bicicletas desde la que se ve el Viaducto, he visto muchas luces de emergencia de policía y ambulancias a esa altura.

Al llegar allí he visto que en medio de la carretera había una manta térmica que cubría un cuerpo. Justo en ese momento un policía ha levantado la manta y he podido ver un hombre vestido con traje y una corbata roja que yacía inerte.

En menos de un mes es el segundo cuerpo de hombre que he visto muerto allí.

Hay gente que en su más absoluta desesperación decide tomar la decisión más dura que puede elegir un hombre, su propia muerte. Nadie dirá nada salvo que sea alguien conocido, sólo una mera reseña en el periódico o en la radio mañana mismo.

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