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Sobre esto reflexiono y me pergunto, ¿dónde está la barrera moral del mirón?. Me refiero al sexo, no al morbo que genera, por ejemplo, cualquier incidente de tráfico, un incendio, una pelea. Recuerdo que en mi infancia tuve durante un tiempo una casa frente a mi ventaba habitada por estudiantes. Tres mujeres. Era maravilloso a mis diez o doce años apostarme en la ventana un sábado por la noche y ver su trajín. Estaban lejos, muy lejos, apenas adivinaba sus siluetas, pero lo recuerdo como el verdadero despertar del deseo. Ellas no sabían que de vez en cuando me dejaba llevar por el morbo, no sentían mi mirada, ¿a quién hacía daño con aquello?. A lo mejor era inmoral, aunque inmoral bien pudiera ser que no cerraran la ventana o corrieran la cortina cuando venían sus parejas. Pero ¿quien salía perjudicado?. Voy un paso todavía más adelante, porque en este caso puede que yo invadiera con mi mirada la intimidad del hogar, pero ¿y una pareja que se quiere en mitad de la calle?, ¿es lícito mirarla?. Supongo que el límite estará, como casi siempre, en un detalle, en un minuto, en un quedarse, en un sonreír.
Y también es verdad que muchas veces el morbo está precisamente en eso, en sentirse observado, en saberse observado o en la posibilidad de estarlo. Hay páginas en internet cuyo objetivo único es el inercambio de fotografías entre parejas, que encuentran el morbo en fotografiarse o grabarse para que otra pareja o persona lo vea y se excite con ello.
En fin, que mirar siempre es un placer, pero habrá que tener en cuenta, cuando uno se qeuda embelesado, que no es lo mismo mirar unas caderas que un paisaje o un braso musculoso que un edificio histórico. No, no es lo mismo.
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