4 de abril de 2008

RECELO

La desconfianza del ciudadano medio, además de comprensible, es generalizada. Ayer, gracias a nuestro querido amigo Gallardón tuve un breve momento para comprobarlo. No me muevo, por comodidad y por convencimiento, por el centro de la ciudad en coche. Si me cuadran las cosas lo dejo en una parada del metro y a subir escaleras mecánicas y a leer el periódico. Pero ayer no podía ser, había que entrar a motor. Fue en el barrio de Salamanca, donde hay aparcamiento regulado. Que me parece bien, oiga, así los que venimos para hacer una gestión de una horita o dos, pagando, tenemos aparcamiento. Los vecinos no sé que dirán. Tardé unos quince minutos en encontrar aparcamiento, a un kilómetro más o menos de mi destino, y en la hora prevista, todo fenomenal pues. Bajé a pagar religiosamente (sí, va con segundas) y vaya sorpresa, solo tenía monedas de dos euros. No importa, pensé, que no den cambio, le regalo las vueltas al ayuntamiento, para una flor artificial de los chinos para el despacho del Jefe. Pero no, resulta que no solo no admite cambio, sino que no admite monedas de dos euros. Ahí estaba yo, con mi moneda, con mis ganas de contribuir al egocentrismo del ayuntamiento madrileño, si poder hacerlo. Pensé, pues me tomo una cerveza y me dan cambio. Pero tampoco, ¿no hay bares en estos barrios?. Y todas las tiendas con el dichoso cartel "no tenemos cambio para el parquímetro". Deben de estar fritos, y lo entiendo. ¿Qué me quedaba por hacer?. El tiempo apremiaba, la tienda cerraba y tenía que llegar sí o sí, y no quería que el ayuntamiento me multara a mí por su servicio deficiente. Me puse a pedir por la calle (cambio, pero pedir al fin y al cabo). Con la ropa del trabajo, medianamente elegante, afeitadito, bien peinado. Las dos o tres primeras personas ni se molestaron en escuchar mi explicación, se limitaron a negar con la cabeza cuando abrí la boca apartándose un poco para indicarme que tenían prisa. A la tercera (sí, tuve suerte) la mujer se paró. Y esto es lo que me lleva a escribir. Estoy seguro de que hubo un debate de centésemias en su cuartel de mando. Porque primero negó con la cabeza, como el resto, pero no se apartó ni aceleró el paso, momento en el que su buena conciencia valoró mi aspecto, mi sonrisa forzada de "por favor, por favor" y se paró. Espera, sí, puede que sí. La mujer abrió el bolso, buscó las monedas, en uno, en otro, hasta que las encontró, una de un euro y cambio suficiente para valorar si quiero pagar más o menos. Me alegré tanto que a punto estuve de darle un abrazo, pero claro, eso podría haberlo hecho salir corriendo, y no quería tentar a la suerte. La mejor de mis sonrisas y un gracias, me has hecho ganar mucho tiempo. En fin, tuve suerte, pero en apenas cinco minutos pude comprobar como incluso la persona que acabó ayudándome de primeras receló de alguien que le aborda en la calle y le pide algo. Da que pensar, ¿no os parece?. Porque me imagino esa escena en un pueblo, y estoy seguro de que el hombre te lleva a casa para buscar cambio. O eso me gusta creer...

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