16 de abril de 2008

DYANE 6


Yo tuve un coche descapotable. Eso, pocos de mi generación lo pueden decir antes de los 20 (después tampoco demasiados, pero la vida es así de curiosa). Era de morro alargado y color anaranjado, casi rojo. Lo compraron mis padres el día que nació mi hermana. Guarda cierto paralelismo con mi dichoso Alfa, que también llegó con (la necesidad de) un nacimiento. Me han contado tantas veces la historia de la compra, de como elegimos el color (eso al menos nos decían) que casi lo recuerdo, aunque es imposible porque no medía medio palmo con mis dos años, camino de tres. Es el coche, por lo tanto, que acompañó nuestra infancia, que nos llevó y nos trajo del pueblo decenas de veces, que nos llevó a los últimos apartamentos de la playa, en aquellos viajes de diez horas, cuando Murcia parecía estar al otro lado del Cañón del Colorado. Aguantó el tipo como un campeón, sin airbag, sin abs, sin rsd, sin radio, con las marchas en el salpicadero. Aguantó tanto que fue el coche también de nuestra adolescencia, porque con quince años seguía llevándonos de un lado a otro. Entonces ya no era el coche molón y descapotable, sino el más viejo del barrio. Todos iban modernizando sus autos y ahí andaba nuestro dyane 6, con su sonido inconfundible, un hito de la carretera condenado al desprecio por la indiferencia y la crueldad de la primera generación de adolescentes hedonistas de este país. Y como nos ocurría con la ropa, que nunca era de marca, perdimos respeto a nuestra seña de identidad, porque lo que queríamos era tener un coche como los demás, con elevalunas eléctrico, quinta marcha y asientos reclinables.
Eso fue entonces, porque ahora miro ese coche (el de verdad, el nuestro, no hace mucho que daba todavía guerra por las calles y caminos de mi pueblo) y siento nostalgia y agradecimiento. Y valga este pequeño artículo para devolverle lo que se merece, el espacio que siempre tendrá en mi corazón como el verdadero coche de mi familia. Va por tí, Dyane, te lo mereces.

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