Ayer jugábamos contra uno de los peores equipos de la liga. En el minuto 15 ya ganábamos tres o cuatro a cero. Partido fácil, toquecitos, intentos de jugadas personal y buen rollito entre unos y otros. Y hay que valorar esto en su justa medida, porque no es fácil saber ganar, en el sentido numérico y en el de la moral y la educación, pero tampoco es fácil saber perder; y más cuando lo haces partido tras partido, que a eso no se acostumbra uno. Nuestros contrarios ayer eran, como nosotros, un grupo de amiguetes, más entrados en años y probablemente nunca metidos del todo en esto del fútbol. Y eso se nota. Pero lo que me ha llevado a escribiros hoy de mis rutinas domingueras no fue el 12 a 1 con el que terminó el partido, sino ese gol, ese solitario gol. Quedaban tres minutos para terminar y el árbitro miró al portero contrario, le hizo un gesto indicándole que quedaban tres minutos. Entonces pidieron el cambio. Del banquillo (que no es tal) saltó un joven entrado en kilos de enorme sonrisa, con una discapacidad psíquica. No hizo falta cordinación, ni palabras, ni gestos. El portero sacó de puerta, yo, que en ese momento defendía la banda, no salté, para que la pelota llegará al delantero recién incorporado. Lo paró con la mano, pero nadie protestó, ni el árbitro, genial estuvo, pitó nada, se acomodó la pelota con la mano, colocó el cuerpo mientras el portero fingía el esfuerzo de una salida y con un torpe derechazo alojó el balón en la red. El público, los contrarios y nosotros irrumpimos en una sonora salva de aplauso y vítores. El muchacho corrió la banda como si hubiera clasificado a su equipo con aquel gol para la final de la copa y fue saludando a compañeros y contrarios. Fue un momento espontáneo y hermoso. Cuando me ponen en duda mi concepto de la solidaridad, mi rechazo al sistema de ayudas imperante, quisiera explicarles que es así como me siento solidario. Pero claro, para eso hay que estar en el campo.
21 de abril de 2008
EL GOLAZO
Ayer jugábamos contra uno de los peores equipos de la liga. En el minuto 15 ya ganábamos tres o cuatro a cero. Partido fácil, toquecitos, intentos de jugadas personal y buen rollito entre unos y otros. Y hay que valorar esto en su justa medida, porque no es fácil saber ganar, en el sentido numérico y en el de la moral y la educación, pero tampoco es fácil saber perder; y más cuando lo haces partido tras partido, que a eso no se acostumbra uno. Nuestros contrarios ayer eran, como nosotros, un grupo de amiguetes, más entrados en años y probablemente nunca metidos del todo en esto del fútbol. Y eso se nota. Pero lo que me ha llevado a escribiros hoy de mis rutinas domingueras no fue el 12 a 1 con el que terminó el partido, sino ese gol, ese solitario gol. Quedaban tres minutos para terminar y el árbitro miró al portero contrario, le hizo un gesto indicándole que quedaban tres minutos. Entonces pidieron el cambio. Del banquillo (que no es tal) saltó un joven entrado en kilos de enorme sonrisa, con una discapacidad psíquica. No hizo falta cordinación, ni palabras, ni gestos. El portero sacó de puerta, yo, que en ese momento defendía la banda, no salté, para que la pelota llegará al delantero recién incorporado. Lo paró con la mano, pero nadie protestó, ni el árbitro, genial estuvo, pitó nada, se acomodó la pelota con la mano, colocó el cuerpo mientras el portero fingía el esfuerzo de una salida y con un torpe derechazo alojó el balón en la red. El público, los contrarios y nosotros irrumpimos en una sonora salva de aplauso y vítores. El muchacho corrió la banda como si hubiera clasificado a su equipo con aquel gol para la final de la copa y fue saludando a compañeros y contrarios. Fue un momento espontáneo y hermoso. Cuando me ponen en duda mi concepto de la solidaridad, mi rechazo al sistema de ayudas imperante, quisiera explicarles que es así como me siento solidario. Pero claro, para eso hay que estar en el campo.
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1 comentario:
Un gran gol, sin duda, producto del esfuerzo colectivo de todos los que estabais sobre el campo. Enhorabuena!
Abrazos.
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