30 de abril de 2008

SEGURATAS

Hemos visto espeluznantes imágenes sobre la violencia con la que los vigilantes del metro de Madrid se emplean cuando consideran oportuno hacerlo. Tenemos varios problemas en esta afirmación, y la primera es clara: ¿quien les habilita a ello?. Ahí creo que es donde reside, desde mi forma de ver las cosas, el verdadero problema del asunto. Luego están los procesos de selección, la formación, la presión laboral, etc, etc, etc. No recuerdo quien, porque mi formación histórica se está perdiendo en la nebulosa del tiempo, pero sé que hubo un pensador que definió al estado de una forma tan específica y peculiar que me llenó por completo: el estado es el único que tiene el monopolio del uso legal de la violencia. Parece un axioma absurdo o simplón, pero no lo es, es una verdad sin matices. El estado tiene la potestad de usar de forma legal la violencia (Policía, por ejemplo) en post de un bien común, que somos los ciudadanos que vivimos en ese entorno que forma el estado. Y ahí debería quedarse la cosa, porque dotar de la posibilidad de usar la violencia de forma legítima a particulares es una aberración, un riesgo y las consecuencias se ven claras en el tema de las agresiones de los guardias de seguridad. Dotar a un ser humano de la capacidad legal de pegar a otro bajo ciertas circunstancias debería ser algo a tomarse muy, pero que muy en serio. Cuando veo un guardia jurado con pistola echo a temblar. ¿Qué pruebas le han hecho a este tipo para saber si está o no en sus cabales?. ¿El psicotécnico que te hacen para renovar el carné de conducir?. Y no solo eso, ¿realmente está preparado para usar el arma?, ¿para apuntar y no fallar?, ¿para determinar cuando debe o no usarla?, ¿tiene el rigor, la profesionalidad y los conocimientos para que no se la roben?. Cabe pensar que sí, es más fácil para seguir paseando por la calle tranquilo, entre otras cosas porque tampoco son tan frecuentes los casos de los que estamos hablando. Pero con uno basta, eso es cierto, y me da la impresión que son más de los que salen a la luz. Luego está el perfil de las personas que entran en este trabajo, los califique como los califique me sale la palabra frustración por medio. Es que, seamos sinceros, ser guardia jurado no es una vocación. Se puede soñar con ser policía, bombero, médico, pero ¿guardia jurado?. Puede incluso que sean personas que fracasaron en su intento de ingresar en otros cuerpos, o simplemente personas violentas que necesitan el poder que da una porra y un uniforme. Y, vale, puede que haya personas (muchas, ¡ todas !, si queréis) que llegan allí por casualidad o porque es una forma más de alimentar a sus hijos y facilitar las vacaciones y la jubilación a los dueños de los bancos. Pero no me gustan, lo reconozco, tengo cierta aversión natural a los uniformes, y cuando me encuentro con un segurata (el todo despreciativo es exigencia del guión argumental) no me siento tranquilo. No me han ocurrido cosas especialmente malas con ellos, entre otras cosas porque siempre fui timorato con la autoridad, al menos en mi infancia y primeros años de juventud. Y también porque no he sido persona transgresora ni que buscara el conflicto. Y aun así, no me gustan, y cuando veo las imágenes como las que mencionamos, me dan ganas de decir, ¿ves?, por eso no me gustaban.

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