1 de enero de 2008

EL KIOSKO


Es un pequeño cuadrado blanco sobre el suelo. No sabría decir si está más o menos desgastado que el resto de la acera, pero su color luce diferente. Está en la misma calle que mi viejo instituto. Frente al mercado. Y desde la ventana en su color blanquecino adivino su ausencia y mi tristeza. Diario 16, ese fue mi primer periódico, y debía tener 17 años. Hasta entonces era comprador de prensa de fin de semana y ni recuerdo cual, supongo que alguno deportivo. Pero aquel año, por segunda vez, compartí pupitre con mi buen amigo Toni. Él lo compraba y yo lo leía, así que por solidaridad acabamos comprándolo una vez cada uno. Lo hacía justo antes de entrar, cada mañana, y el kioskero me lo alargaba nada más verme, para que no perdiera tiempo. Ese pequeño gesto bastaba para que me sintiera por un segundo importante, y eso para un adolescente es lo máximo. Esos detalles los sigo agradeciendo, y por encima del precio de las cosas, está el trato con las personas que me las venden.
Y ahora no está. El kiosko ha desaparecido y queda el lechoso recuerdo sobre la acera. Son las bofetadas de madurez que me pega la vida, que es bastante cruel y certera en sus golpes. No sé que ha pasado. Pero ahí está, su ausencia haciendo trizas un recuerdo. Desaparece un lugar, pero también una persona, la que lo llevaba, que tal vez haya enfermado y por eso haya tenido que abandonar su sustento. Desaparece una encrucijada de frases tan hechas como necesarias, sobre el chascarrillo rosa o el úlitmo resultado deportivo. Desaparece el rincón de los cromos, o el de los cigarros de clandestina emergencia. Desaparece una parte de cada uno de los que duarnte algún tiempo pedimos la prensa a aquel hombre que siempre tenía una sonrisa. En fin. Supongo que es la vida, o eso dicen.

2 comentarios:

ralero dijo...

No sé si es la vida o el "progreso" peo lo cierto es que la piqueta nos va robando trocitos de recuerdos y de vida, y no sólo en el plano sentimental, sino también en esa hurto casi imperceptible que va perpetrando de espacios comunes donde desarrollarnos como personas, para sustituirlos por lugares privatizados donde prima la prisa y la velocidad y en los que difícilmente podemos dejar de alienarnos -o alinearnos, como los corderos silenciosos-.

Un abrazo

Dudu dijo...

Dejaron de vender cigarrillos sueltos y ese fue el principio del fin.