11 de julio de 2008

PLACER

Media barra de pan. Ni tan siquiera recién hecho. Lo partimos por la mitad con suavidad, que no haya cortes bruscos y lo metemos al horno. No demasiado tiempo, lo justo para que su color blanquecino se torne dorado. Una vez fuera cortamos un diente de ajo y lo restregamos con energía sobre el pan. Después rociamos con alegría aceite sobre su miga dorada y con el dedo lo esparcimos bien para que toda la superficie reciba el oro líquido y se mezcle con el regusto al ajo que acabamos de regalarle. Mientras el pan ha estado en el horno hemos preparado dos o tres tomates, preferentemente algo maduros. Hemos quitado su piel y con un par de gotitas otra vez de aceite y un toque de sal, los hemos triturado hasta convertirlos en líquido. Una vez hecho esto y con el pan lleno de aceite, repetimos la operación, pero ahora con el tomate triturado, con tranquilidad, para que el pan pueda absorber perfectamente el nuevo elemento. Después podemos comenzar con el jamón, que previamente hemos comprado en un lugar de confianza y ya hemos catado numerosas veces, corroborando lo que nos ha dicho el charcutero está de cojones, jefe. Tenemos preparado nuestro cuchillo jamonero, que ha de ser fino y largo, además de estar convenientemente afilado. Procedemos al corte, cuyo objetivo son lonchas de entorno a los ocho centímetros muy, muy finas. En este proceso se permite, siempre que no entorpezca el objetivo final, ir catando el jamón, sobre todo aquellas lonchas que por su grosos no fueran apropiadas para el eventos. Se recomienda, eso sí, ser riguroso o nunca terminaremos de cortar jamón y de deicr, uy, esta demasiado gruesa, me la como.
Para este plato, si el corte ha sido el apropiado, nos bastará con diez lonchas que colocaremos cuidadosamente sobre una de las superficies del pan. Hemos de tener cuidado ya que para nosotros todo el pan es importante, y el reparto ha de ser salomónico y equitativo. Una vez enjamonada una de las rebanadas, colocaremos sobre el jamón la otra, a modo de tapa y apretaremos esperando que por los laterales salga el líquido sobrante. Para este habremos dejado pequeños trozos de pan que utilizaremos para limpiar el planto. Esto en España se llama mojiteo, entre otras acepciones.
Conjuntamente a todo este proceso, que denominaremos elaboración del bocata habremos metido una o dos cervezas en el congelador, esperando su punto exacto de frío, que debe estar en torno a los dos grados. Abriremos una de ellas, retornando la segunda a la nevera, para evitar así el engorroso y triste (perderíamos una unidad) proceso de congelación. Al gusto, esta bebida puede beberse en la propia botella o utilizar un vaso o jarra. Se recomienda, en el segundo caso, que el recipiente receptor esté convenientemente enfriado para no inutilizar el paso previo por el congelador de la cerveza. Servir con cuidado, para evitar generar espuma en exceso.
Una vez realizado todo el proceso, tanto la elaboración del bocata como la preparación de la cerveza, el plato está listo para ser comido.
Nota, para paladares más exquisitos y especiales, el bocadillo puede coronarse con un par de anchoas sobre las lonchas de jamón.
Si hay alguien al que, al leer esto, no se le ha hecho la boca agua es que no tiene sentimientos.

1 comentario:

ralero dijo...

Este tipo de textos debería ser objeto de una rigurosa y urgente censura, porque si los lee uno a ciertas horas son terroríficos. ¡Una lasquita de jamón, por caridad!

Abrazos.