Mi hijo acaba de vivir su primera despedida. Este año en la escuela ha hecho un grupo de amiguitos muy divertido. Cuatro niñas que son unos soletes y que todos los días, al salir de clase, con mamis, papis o abuelos, se quedaban un ratito jugando en la calle. Pues dos de esas niñas ya no vendrán al cole el año que viene. El último día de clase les hicimos un regalo marca de la casa: un video con imágenes del año. La última tarde fue algo triste. Por ellos. Mi hijo reaccionó como suele, una especie de negación de la evidencia, poniéndose algo tontito y chinchando a su amiguita, que estaba ciértamente apagada. De estas tendrá muchas en su vida, pero de verdad que me ha calado la primera. Recuerdo mis veranos, después de tres meses en el pueblo, volver a la ciudad, esa sensación de vacío, de y ahora ¿qué?. Dos mañanas después apenas si recordaba haber pasado el estío en el pueblo, pero esos primeros kilómetros en el coche eran siempre especialmente nostálgicos, los hasta dentro de seis meses a los amigos que allí quedaban eran demasaido para el ánimo de un adolescente. Pasaba en otros momentos menos especiales. Las fiestas del barrio, por ejemplo, durante dos semanas estabas ahí, dedicado a divertirte, a salir todas las noches y de pronto, un domingo, pum, los fuegos artificiales y mañana, ¿qué?, ¿cómo vamos a divertirnos, a ser felicies si ya no son las fiestas?. Con la selección, por ejemplo, ha pasado algo igual, esperando tanto tiempo, ha sido fabuloso, ha ocurrido, el éxtasis, genial, somos campeones, y ahora ¿qué?, ¿se ha terminado?, ¿tanto para esto?. No hay forma de exprimirlo más, el tiempo es un rodillo insensible. La virginidad, por ejemplo. El sexo es maravilloso, lo es siempre, pero esa primera vez tiene una carga anímica que a muchos y muchas le pesa demasiado. Sobre todo cuando se le da más importancia de la que tiene. Tanta que llega el momento de la verdad y casi todos lanzan el ¿y para esto tanto misterio?. Por suerte se ha abierto la puerta y si todo va bien no tardan en entender que no era para tanto, sí, pero que esto del roce bien merece la pena.
Creo que he sido siempre algo tendente a la nostalgia, viví con un nudo en la garganta la escena en la que la pintora de Verano Azul pasaba por la playa, en el coche, y veía como Pancho, el único del pueblo, quedaba allí, volviendo a su vida de siempre, la anterior a la llegada de los madrileños. En fin, que no me gustan las despedidas, y me da que a mi hijo tampoco.
Creo que he sido siempre algo tendente a la nostalgia, viví con un nudo en la garganta la escena en la que la pintora de Verano Azul pasaba por la playa, en el coche, y veía como Pancho, el único del pueblo, quedaba allí, volviendo a su vida de siempre, la anterior a la llegada de los madrileños. En fin, que no me gustan las despedidas, y me da que a mi hijo tampoco.
2 comentarios:
Qué tupitanga de lágrimas....
http://es.youtube.com/watch?v=7vYvw12ml58
Raúl, eso no se hace, que uno está trabajando y tiene que mantener la compostura...
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