EN EL FILO DE LA NAVAJA
La sombra volátil de una mirada
Lo ató de pies y manos.
Era el esclavo del turbio vacío
De un trópico que, muerto,
Arrojaba glaciares a su puerta.
Era duro abrirse paso en la nieve,
De modo que, tras quemar una noche
Su más postrer aliento,
Hubo de empeñar su maleta a saldo,
Y confinarse dentro;
¿Qué más hacer?
Pero a veces la escarcha
Se colaba en tropel por las rendijas
Y entablaba litigios con su frío.
Con la hiel de sus náuseas
Selló, entonces, las puertas y ventanas,
Y devoró el cristal de las bombillas
Hasta hacerlas guarida y laberinto.
Por último, cuando ya comenzaba
A sangrar por la boca,
Se cubrió con la piel de nueve abismos
Y, sin sueños ni fuego,
Se sentó a esperar, a esperar por siempre
Muy lejos de las rutas migratorias.
Y fuera, mientras tanto,
Era ya primavera.
Lo ató de pies y manos.
Era el esclavo del turbio vacío
De un trópico que, muerto,
Arrojaba glaciares a su puerta.
Era duro abrirse paso en la nieve,
De modo que, tras quemar una noche
Su más postrer aliento,
Hubo de empeñar su maleta a saldo,
Y confinarse dentro;
¿Qué más hacer?
Pero a veces la escarcha
Se colaba en tropel por las rendijas
Y entablaba litigios con su frío.
Con la hiel de sus náuseas
Selló, entonces, las puertas y ventanas,
Y devoró el cristal de las bombillas
Hasta hacerlas guarida y laberinto.
Por último, cuando ya comenzaba
A sangrar por la boca,
Se cubrió con la piel de nueve abismos
Y, sin sueños ni fuego,
Se sentó a esperar, a esperar por siempre
Muy lejos de las rutas migratorias.
Y fuera, mientras tanto,
Era ya primavera.
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