2 de septiembre de 2007

GIGOLO;capítulo once: Marcelo, el especialista


No es un hombre que le guste, es más bien poco atractivo, bajito y con la barriga de quien prefiere la cerveza al gimnasio. Pero lo peor no es eso, piensa mientras revisa el techo, falto de una mano de pintura y, como el conjunto de la casa, de un toque femenino, lo peor es que como amante está a años luz de Adrián. Se llama Marcelo y probablemente no acabe de creerse lo que le está ocurriendo. Salía del trabajo, inmerso, como siempre, en su mundo, en sus fórmulas, en sus experimentos, en su soledad. En la carretera, la que lleva a la nacional, por la que apenas se cruza con algún despistado paseante, había un lujoso deportivo de color rojo, como el pelo de quien maldecía su mala suerte a patadas. Se detuvo con mucha cautela y sobreexcitado por la belleza de quien aporreaba el caucho rendido. Pertenece al personal civil, pero aun así, según sus superiores, debe permanecer alerta ante cualquier sospecha, no sólo por su propia seguridad, sino por cuestiones tan magnas con la integridad nacional y cosas así que solo consiguen aburrirlo. Soy un científico, se justifica cuando baja la guardia, no un militar de carrera. Lo suyo son las fórmulas, la química, si se adentrara en cuestiones morales, no trabajaría donde lo hace. Aun así, tal y como le han enseñado, se detuvo a una distancia prudencial, sobrepasado el coche y su atractiva conductora. Una mujer de las que siempre le gustaron, madura, con carnes a las que agarrarse, pero no gorda, sino con volúmenes sobre los que perderse, y una buena delantera que, diría un entrenador, es un argumento infalible para la victoria. Se bajó, tranquilo, ¿cómo va a ser mala una mujer tan bella?, y se acercó. Hola, señorita, buenos días. Ay, buenos días, dijo María, menos mal que me lo he encontrado a usted, estaba desesperada, me he quedado sin batería, me he perdido y encima se me pincha una rueda. ¿Para qué preguntarse qué buscaba una mujer como ella para acabar perdiéndose en una carretera de nadie?. Vaya, pues sí que es mala suerte. Marcelo, hasta entonces, no le había prestado demasiada atención a nada que no fueran las curvas de María. Y ya comprenderá que para mí un gato no es más que un felino domesticado. Ya, ya me imagino. Se quitó la chaqueta, se remangó la camisa y se puso manos a la obra. Es un encanto, de verdad, no sé que hubiera hecho sin usted. No se preocupe, ha sido un placer para mí. Y en verdad lo había sido, nunca había disfrutado tanto de algo tan mundano como cambiar una rueda. Claro, que el resto de las veces no tenía unas piernas y unas rodillas ahí, al lado, tentadoras. Creo que se merece usted que le invite a una cerveza. Nada, no se preocupe. Que sí, hombre, es lo menos que puedo hacer por mi salvador. Bueno, está bien, acepto esa cerveza, sígame, conozco una tasca no muy lejos, con una buena terracita. Con ambos coches llegaron hasta allí, y lo que había quedado en una cerveza se convirtió en media docena, con sus aperitivos y sus posteriores cafés y copas. Así estaban los dos un subidos de revoluciones y todo resultó más fácil. Ha sido muy divertido, ¿cómo dijo usted que se llamaba?. María no dudó en mentir, ni la primera vez, ni en esta segunda. Me llamo Sofía, Marcelo, me llamo Sofía. Pues eso, Sofía, como la Loren, claro, si ya me acuerdo, pues eso, Sofía, que ha sido muy, pero que muy estimulante. ¿Sabe que le digo?. María sacó el armamento pesado, era el momento de poner toda la carne en el asador. Que me apetece que nos tomemos otra copa por ahí, en un bar de la ciudad, o en su casa, en cualquier sitio. Marcelo tragó saliva. ¿En mi casa?. Sí, ¿por qué no?, hay que alimentarse de otras cosas además de cerveza y bravas. Primer misil directo a la entrepierna del cerebro. No, claro, vamos a mi casa, está cerca, seguro que así evitamos el garrafón. Dentro no hubo tiempo para las palabras. A Marcelo le entraron unas repentinas prisas. Madre, que buena estás, deja que te toque las tetas, son gorditas, como a mi me gustan, y que culo, madre, quítate la falda. Antes de que quisiera darse cuenta estaban desnudos y la boca de Marcelo saboreaba hasta el último rincón de su cuerpo. Tal vez no fuera un artista, pensaba entonces, pero por lo menos le pone ganas. Si fuera un ciclista, tal vez no ganaría nunca un Tour, pero no dejaría de ser un voluntarioso gregario. Ella, en cambio, no quiso lanzarse en exceso, se limitaba a aumentar sus gestos de deseo, un empujón para paliar la falta de espontaneidad. Además, no imaginaba esa entrepierna tan poco agraciada cumpliendo medianamente con una sobrecarga de preliminares. Por eso se limitó a dejarse hacer. Como ahora. Marcelo está entre sus piernas, y mientras ella recorre el techo medio perdida, él se afana en rastrear su coño. Es tozudo, un punto a su favor, sonríe María. Pero demasiado brusco, parece haber confundido el clítoris con el botoncito de un videojuego. Eso le recuerda a Adrián, más atento, cariñoso y sutil, consciente de las necesidades de una mujer como ningún otro que haya buceado por sus entrañas. Ese recuerdo, al que no puede evitar asociar el dolor de cabeza que la azota estos últimos días, no ayuda a Marcelo a lograr su objetivo, que no es otro que el que ella pierda el control. Tranquila, se dice, déjate llevar, por lo menos goza de lo que este tipejo pueda hacerte. Así, cariño, como me gusta, como me gusta, miente para motivar al hombre, que sigue, tozudo, lamiendo y lamiendo. No es que no le guste, está disfrutando, es una sensación de leve placer, pero si Marcelo espera que se corra en la boca pude llegar el alba y que sigan ahí, él con la lengua como una berza de tanto esfuerzo y ella con un plano mental de las manchas del techo. Ven, hombretón, ponte el chubasquero y méteme ese pedazo de carne, que me muero por tenerte dentro. Para ser soez no necesita esforzarse mucho, le sale de forma natural. Marcelo se pone el preservativo, nervioso y excitado, y se tumba sobre ella. Cuando entra, por su puesto guiado por María, lanza un gemido sordo, un gruñido animal sobre su cuello y se deja caer. Empieza a moverse a gran velocidad, con brusquedad, saliéndose por completo tras cada nueva acometida. A María no le gusta, pero finge. ¿Te gusta, Sofía?. Oh, sí, me encanta, me encanta, así, mi hombre, así, fóllame hasta que me la saques por la espalda. Toma, toma, así te gusta ¿eh?, así te gusta. No necesita contestar, Marcelo muerde la almohada, recula un par de veces más y se desmorona con todo su peso sobre ella. Dios, Sofía, ha sido la leche, la leche, joder, que bien ha estado, ¿verdad?. Sí, claro que ha estado muy bien, cariño. Besa su calva con ternura. Él no tiene la culpa de nada, piensa, no conoce a Adrián, ni a la zorra esa que lo tiene preso. Tiene claro que no sería justo hacerle sufrir a él su ira, su malhumor, sus ganas de mandar el mundo a la mierda, con algún que otro invitado dentro, claro. Además, todavía no le ha sido útil. Porque todo esto, la rueda, el lugar exacto, el momento exacto, las copas, el orgasmo, el ayudante perfecto, todo, responde a un interés muy concreto. Tampoco tiene prisa, en el trayecto a la meta le han comido el coño y un hombre se ha corrido por ella, no es que sea el plan perfecto, piensa mientras se pone en pie, me voy a lavar un poco cariño, pero desde luego que es mejor que estar frente al televisor rumiando odio. En el espejo se encuentra fea. Despeinada, desmaquillada, nada que ver esos ojos con los relucían después de acostarse con Adrián. Cariño, le dice a Marcelo, que se ha quedado exhausto sobre la cama, me dijiste que eras biólogo, ¿no?. No, responde ufano, químico, soy químico, trabajo con sustancias químicas altamente peligrosas. No me digas. La casa es tan pequeña que apenas tienen que elevar la voz para entenderse. Sonríe satisfecha frente al espejo y continúa su farsa. Entonces, trabajas con productos químicos. Sí, gases sobre todo. Está tentando de decir la verdad, que trabaja para la Defensa, en la investigación de posibles elementos susceptibles de servir como armamento, gases tóxicos, letales o para paralizar elefantes, cualquier cosa que pudiera ser útil en un conflicto armado. Pero se calla, una cosa es que con ella se sienta mejor que con nadie en toda su vida y otra es que sobrepase los límites de la cordura. Un esfuerzo inútil, aunque no lo sepa, porque María no ha llegado hasta él dando palos de ciego. Madre, Marcelo, piensa todavía frente al espejo, si supieras lo que se puede sacar hoy en día de Internet y cautivando a un par de funcionarios. Esto, carraspea, es que no te lo he contado. Se acerca hasta él, sabe que desnuda a su lado le resultará mucho más fácil sincerarse. Si hace falta, piensa, te hago la mejor mamada que te han hecho en tu vida. Soy escritora. Anda, intenta disimular su ignorancia, el caso es que tu cara me resultaba familiar. Son mis tetas, hijo de puta, bromea para dentro, a gloria deben sonarte por como me las has gastado. Bueno, a lo mejor me has visto en algún periódico. ¿Cómo te apellidas?. No lo puede evitar, es superior a sus fuerzas, podría decir cualquier otro apellido, inventárselo, que no significara nada, pero no puede y juguetona lo suelta. Sofía Lindo. Anda, pues sí, sí que me resulta familiar, vaya, así que no sólo he ligado con una preciosidad, sino que encima tiene cerebro. Si esto fuera un examen le hubiera puesto un notable alto a la primera parte y un muy deficiente, machista de mierda necesitas mejorar, a la segunda. Bueno, me gano la vida más o menos. ¿Y qué estás escribiendo ahora?. Verás, te va a parecer extraño, pero es una novela erótica, una tía que quiere encontrar al mejor follador del mundo, para luego secuestrarlo y con ayuda de un científico loco amigo suyo clonarlo y hacer en el futuro una especie de robots para que las mujeres solitarias como ella no necesiten más a los hombres. El argumento es disparatado en todo punto, pero surte el efecto adecuado. Vaya, ¿y saldré yo?. Bueno, bueno, aun tienes que ganártelo. Se recuesta sobre él, sobre las rodillas, de esta forma su polla está a mano, por si necesita algún que otro elemento para la coacción, sin perder de vista sus ojos. Tu polla, un halago siempre endulza las situaciones, puede que ya se haya ganado un sitio. Marcelo sonríe, todo marcha perfecto. El caso es que tengo un problemilla con unas cuestiones técnicas, por eso me ha hecho tanta gracia que seas químico, que va a parecer que me he acostado contigo por eso. Vuelve a sonreír. El caso es que he encontrado cosas por Internet, sobre productos y cómo conseguirlos, pero ya sabes, en la red, puede uno fiarse, o no, seguro que tú me ayudarías mucho más. Claro, lo que quieras, dime que quieres saber y tu protagonista parecerá una experta de la CIA. Todo perfecto, ahora un poquito de laxante para que salga sin problemas. Si te parece, le coge la polla entre los dedos, me entretengo un poquito y luego me lo cuentas. Uf, que buena idea. Marcelo, cuando siente su polla, todavía blanda, serpenteada por la lengua de María, no puede evitar imaginarse su boca llena de semen. Lo que quieras, Sofía, te cuento lo que quieras...

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