28 de septiembre de 2007

MICROS

Después de una década vuelve a corretear tras una balón. Pásala, pásala, a la banda, estoy solo. Se siente tan feliz que no entiende como ha podido estar tanto tiempo sin hacerlo. Entonces mira a al grada vacía y escucha los grito ¡ hijo mío, pero que malo eres, sangre de mi sangre, no pareces ni mi hijo !, y lo entiende todo.

4 comentarios:

ralero dijo...

¡Cuántas veces he escuchado esto en los partidos de niños! Por eso ya no voy ni a esos, y es que me entra una mala leche que me tengo que contener para no hostiar a más de uno. Y uno se pretende pacifista, pero, a veces, he estado a punto de arrancarme, así que tímpanos que no sienten...

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Uff Larrey, me pierdo muchísimo con el tema-fútbol, lo poco que he aprendido ha sido justamente en los entrenamientos de mis dos hijos y en los partidos que jugaban; eso sí, no me gustaba perderme ni uno.

En casa, a veces me siento con mi trío masculino a ver un partido y participar de un "momento familiar" pero no me entero casi nada,lo que me complace mucho es participar de esa pasión que en ellos sí despierta el juego.


Lo que dice Rafa es cierto, lamentablemente, y yo también lo he comprobado en los campos, muchos padres son un pésimo estímulo para sus hijos.

Besotes

Larrey dijo...

no sé si la idea del cuento ha quedado clara, porque el pobre hombre dejó de amar y paso a odiar el fútbol por la presión paterna. Una historia bastante común, y no solo con el fútbol, con padres demasiado exigentes y que olvidan que un niño juega por jugar, no por ser el mejor.

ralero dijo...

Eso fue lo que entendí, así que creo que ha debido quedar claro.

Un abrazo.