20 de septiembre de 2007

MICROS

Lo siento, hicimos lo que pudimos, está muerto. Se siente abatido. Había luchado tanto por él. En su cabeza se arremolinan los sentimientos, recordando los buenos momentos, y también los malos, que los hubo, cuando parecían no entenderse. Tantas cosas, tantos recuerdos se lleva. Al menos, susurra, ¿cree que podemos recuperar la información del disco duro?.

4 comentarios:

ralero dijo...

- Sí, al menos una parte, pero te va a costar una pasta.

Abrazos.

Anónimo dijo...

Pero bueno.... ¿es que no nos vamos a poder llevar ni nuestros propios recuerdos cuando nos vayamos definitivamente????

¿Es que también pueden quedarse o despojarnos de lo único que nos pertenece? de lo que fuimos???

Larrey dijo...

Milena, muy, pero que muy interesante tu vuelta de tuerca (¿voluntaria?) puede que la trabaje y te la robe, porqeu claro, el único giro del relato es que parece que hablara de una persona y luego se trata de un ordenador, pero claro, si añadimos algún elemento futurista que invite a pensar que se trata de una persona, sería un más que interesante retorno a la idea primaria. Me gusta. Mucho.

ralero dijo...

Leyendo el comentario de Milena he recordado este precioso artículo de mi amiga María.

http://minombre.es/mariagomezmar/2005/06/01/la-casa/

LA CASA

¿Quién, me pregunto, se encargará de abrir nuestra casa si la muerte nos pilla desprevenidos a todos? ¿Quién destapará cada cajón, cada cofre, quién descompondrá nuestro desorden antes bajo control? ¿Quién irá desnudando cada armario hasta llegar a nuestra última camisa? ¿Quién tendrá que levantarle las faldas a nuestros muebles y mirará debajo de las alfombras? Nuestra casa, ahí sin paredes, desnuda, abierta, expuesta y vulnerable.

¿Cuánto tiempo resistirán mudos, sin contestar, nuestros mensajes electrónicos? ¿Quién decidirá qué destino se dará a los archivos de nuestro pecé? ¿Qué harán con nuestros artículos guardados para momentos de flaqueza creativa? ¿Adónde irán los muchos poemas inéditos, los de inspiración inconfesable?¿Se vendrán con nosotros a ese espacio tan incierto y desconcertante de la muerte prematura y aleatoria o se quedarán con nuestros herederos? ¿Quién espantará los fantasmas que habitan entre nuestros libros, los leídos, los dedicados, los subrayados, los malditos, los clásicos, los olvidados?

¿Quién se atreverá a diseccionar cada una de las habitaciones del lugar que fue nuestro cuartel general, refugio del pudor, del dolor y del amor? ¿Quién será quien sin querer pueda ver lo que teníamos prohibido enseñar a cualquier ser humano? Qué indefensos se quedan los muertos.

Y qué solos nos quedamos los vivos, pérdida tras pérdida, infatigablemente defendiendo la dignidad de haber nacido y la esperanza cierta de que, sea donde sea, allí, habita otro ángel que nos espera.