21 de septiembre de 2007

MALA PRENSA


Hay objetos que tienen mala prensa. No siempre depende del objeto en sí mismo, de sus cualidades, sino del lugar de dónde venga o el momento. Por ejemplo, si te regalan un bote de colonia, sobre todo si tiene nombre francés y viene en un frasquito diminuto, estás encantado. En cambio, te regalaran un desodorante, ummm, eso ya no te haría tanta gracia, ¿qué pasa?¿que me canta el alerón?, ¡ pues me lo podías decir sin tantos rodeos!. ¿Por qué?, ¿no son los dos objetos que trabajan en pos de una mejora en nuestro aroma?, ¿por qué la colonia goza de ese privilegio?, ¿si en lugar de nivea el desodorante se llamara Eau de Cloace vestiría más?. Hay más ejemplos. Si vas a casa de un amigo, abres el cajón del cuarto de baño (deporte de riesgo que es mejor no practicar, pregunta, en lugar de un cepillo puede aparecer cualquier cosa) y encuentras la crema para el culete del bebé. Ay, que tierno, mírarala. En cambio, si abres ese mismo cajón y aparece la crema para las hemorroides, buag, que asco, cierras de golpe y te peinas con la mano. Luego es cierto que hay objetos que por su utilidad vienen predestinados al ostracismo y la marginalidad, al oscurantismo en su uso: la escobilla del vater es el mejor de los ejemplos. Y se trata de un prejuicio, porque ¿quien es el gracioso que se va a una tienda y se cepilla con una escobilla del vater sin usar?. Seguramente estará tan limpia como un cepillo de dientes, pero madre ¿a quien no le daría repelús?. También es cierto que la marginalidad de un objeto, la mala prensa, depende de su ubicación, en algunos casos transitoria. Un periódico sobre la mesa del salón es síntoma de cultura, de interés, de compromiso. En cambio, en el cuarto de baño, lo es de dejadez, cuando menos. La lectura en el trono goza de malísima prensa, pero es como los programas del corazón, que nadie los ve pero están ahí. Y con esto de los prejucios hay, con la vida moderna que llevamos, objetos que están, poco a poco, pasando a ser odiosos. Casi nadie, salvo Navidades, recibe una carta que no sea del banco o de Hacienda. Nadie recibe una carta del banco que no sea una letra, una cuota, un saldo. Por eso el buzón se están convirtiendo en un objeto con muy mala prensa, porque ¡ trae cada noticia!. Hasta los niños están sujetos a estos odios. Mi hijo, por ejemplo, odia el baby de la escuela. No le gusta que ande los fienes de semana o en vacaciones por ahí pululando. En esta lista, y a nivel particular, esatarían los crucifijos y todas las representaciones religiosas, así como las velas, a las que he tenido que aprender a querer dándoles otros usos no creyentes. Pero yo, como muchos de vosotros, sobre todo, odio al despertador. Tanto que por las noches lo tapo con la absurda esperanza de que al no verlo no existirá, al menos hasta las seis y media de la mañana...

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