No sabría explicar la razón, pero el día que saltó a los medios quemándose a lo bonzo en Castellón, no quisé escribir sobre él. Había algo en su historia que me sobrecogía, que me superaba. Es esa mezcla de incredulidad ante la desesperada estupidez o estupidez desesperada a la que se abona el ser humano cuando pierde la esperanza. Más que las imágenes de su propio cuerpo en llamas y como nadie es capaz, pese a la intención de algunos policías, de apagar un fuego que lo estaba abrasando, fueron las del hombre desnudo, quedamo y abatido las que me helaron el alma. Sin la ropa, quemada como buena parte de su piel, pareciera un civil huyendo de Hiroshima o aquellos niños del Napal vietnamita (bueno, americano, para más señas, al Cesar lo que es del Cesar). Esas fueron las imágenes que se me quedaron grabadas, como era llevado en camilla y como seguía maldiciendo su mala suerte en rumano. No voy a hablar de la inmigración, no, ahora no, ahora hablo de la muerte. Porque sí, Nicolai murió anoche, solo, en el hospital donde han intentado salvarle la vida. Me abruma que después de ver como se quemara, como seguía en pie, como parecía más cansado que herido ahora haya muerto. No se ha podido hacer nada, dicen desde el hospital. Incluso su familia, gracias a las mediáticas ayudas (tranquilo, Nicolai, de algo sirvió tu muerte, aunque sea irónico recordártelo) habían vuelto a su país. Él ha muerto solo, como debió sentirse antes de prender una camisa, la del Valencia, perteneciente a un mundo que no era, ni por asomo, el que le habían engañado. Y algunos medios, cuando cuentan estas historias todavía se atreven a aderezar la noticia con frases como "ejemplo del efecto llamada a la política de Zapatero". Es una simpleza y vileza tal que ni mencionarse merecía siquiera tanta inmundicia partidista. La desesperación no entiende de colores, les guste o no a los políticos encorbatados y a los señoritingos de barra de bar que maldicen un país al que aman (¡ y como se les llena la boca de babas al decirlo !) invadido por la extranjería, negro, sudacas, moros, es que nos invaden, Domingo, nos invaden. Y entre gamba y gamba, tinto y tinto, se felicitan unos a otros por su locuaz evidencia.
Odio la hipocresía, como odio ver que alguien es capaz de quemarse en la puerta de nuestras casas y solo entonces pensar que es un pobre desgraciado. Lo era, antes de ser una antorcha desesperada, pero claro, hasta ese momento, suelta el botellín para decirlo, majete, era un puto inmigrante más. Sé que este artículo no tiene pies ni cabeza, ni orden, ni rigor, pero siento rabia (y no pena por su muerte, que no deja de ser triste) mucha rabia y mucho asco. Quizá deba decir lo siento, pero no me sale.
Odio la hipocresía, como odio ver que alguien es capaz de quemarse en la puerta de nuestras casas y solo entonces pensar que es un pobre desgraciado. Lo era, antes de ser una antorcha desesperada, pero claro, hasta ese momento, suelta el botellín para decirlo, majete, era un puto inmigrante más. Sé que este artículo no tiene pies ni cabeza, ni orden, ni rigor, pero siento rabia (y no pena por su muerte, que no deja de ser triste) mucha rabia y mucho asco. Quizá deba decir lo siento, pero no me sale.
3 comentarios:
Pues no tendrá ni pies ni cabeza, pero sin duda tiene mucho corazón y yo lo suscribo y te felicito por él. Lamentables estas situaciones, y lamentable -a mi también se me encoge el estómago- que Nicolai tomase aquella decisión y que ahora haya muerto. Descanse en Paz, ya que en vida no pudo tenerla.
Un abrazo.
Pues sí, Larrey, da asco, mucho, a mí también, constatar cómo la vida le escupe llamaradas a quienes han pasado por ella sin quizá haber tenido tiempo de descubrir si tenía sentido o no la estancia aquí
Los que observamos perplejos estas escenas, además de revolvérsenos el estómago, nos quedamos con una sensación que ya forma parte del tejido de nuestra piel, una sensación de... ¡¡qué es esto... hostias!!??!!??!!
BIEN POR TU ARTÍCULO.
Desesperado total tuvo que estar para llegar a quemarse.
PAQUITA
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