30 de marzo de 2009

LA REVISIÓN MÉDICA

Para una doctora no puede haber trabajo más frustrante y rutinario: las revisiones médicas laborales. Los mismos movimientos, las mismas anotaciones anodinas, los mismos formulismos, el aburrimiento hecho actividad laboral. Hasta ahora mismo. Al entrar ha sentido una especie de chispazo, como si se hubiera producido una descarga eléctrica en el furgón. Pasa, Adonis, le hubiera dicho, pero de sus labios no ha salido más que un infantil adelante caballero. Es un tipo alto, de mirada penetrante, labios enormes y sonrojados que invitan a ser besados. Bajo la camisa, azul clara, se adivina una musculatura helénica, un cuerpo esculpido por algún dios generoso. Quítate la camisa, voy a comerte, le debería haber dicho. Pero se limita a la mitad de la frase, la cobarde y políticamente correcta. Le gustaría ser creyente, para poder pedirle fuerzas a algún Dios. En cambio, se intenta dejar llevar por la rutina, y aun así, por el fonendoscopio no escucha más que los latidos de su propio corazón, por no hablar de otros latidos en lugares, digamos, más comprometidos. Revisa la columna, por contra a pacientes precedentes, paseando su mano con suavidad, deslizando los dedos por la espalda, maravillándose por como a su paso van logrando una erección del cabello, similar a la de sus pezones. Túmbate en la camilla, a poco que tu polla esté a la altura de tu dorso, voy a hacerte la mejor mamada de tu vida. Evidentemente, la frase que su cabeza caliente ha construido en total libertad, ha sido censurada por su yo consciente de doctora formal. Al resto de trabajadores les ha realizado una prospección rutinaria, basada en toscos golpes y movimientos de las manos en búsqueda de anormalidades en el abdomen que no quiere encontrar. Con él se está tomando su tiempo, y desliza las manos con la misma suavidad con la que lo ha hecho por la espalda. Comprobando con ello la perfección de un pecho maravillosamente trabajado con pesas y depilación, unos pezones que agradecen las caricias erectándose, como si reclamaran de los labios de la doctora algún tipo de deferencia. No ha podido evitar fijarse en su entrepierna para descubrir una subyugante erección. Después se han mirado a los ojos. Como no podía ser de otra forma, el paciente adonis no ha sido ajeno a tanto calor, a tanta caricia y es él ahora quien desliza su poderosa mano por la cara interna de los muslos. Ella suspira al sentir los dedos por la delicada tela del pijama y abre, inconscientemente, las piernas para facilitarle el trabajo. Ya no hay control, su corazón, su respiración se han desatado como un caballo desbocado y desabrocha el pantalón. La erección es tal que le cuesta sacar la polla. Cuando lo hace no puede evitar observarla, cumple a la perfección con las proporciones divinas que una mujer espera en un amante. Después la abraza con la mano, con tanta fuerza que el adonis tuerce el gesto un segundo, solo un segundo, antes de incorporarse ligeramente para asirla del cuello buscando sus labios. Las lenguas se cruzan, las respiraciones también. ¿Cómo ha sido capaz de bajarme los pantalones sin darme cuenta? La mano de él ya bucea por su entrepierna con una sabiduría sorprendente. Ella intenta controlar sus impulsos, pero no puede, abandona el beso y se lanza a la polla. Se la mete en la boca sin preámbulos, se la come literalmente y juega con ella con todo su deseo, lame abajo, lame arriba, las manos acompañan, la lengua fuera, obscena la mirada. Después se quita el tanga y se monta sobre él. No hay tiempo para juegos, fuera esperan otros trabajadores. Entra en ella con la facilidad esperada. Se quita la parte de arriba de su pijama para ofrecerle unos pechos no demasiado grandes, pero de cuya firmeza y textura siempre se sintió femeninamente orgullosa. A él han debido gustarles, porque se lanza a ellos con hambre atrasada, los besa, los muerde, buscando en ella ese maravilloso gesto cruce de la pasión desenfrenada y la frontera del dolor. Ella se agarra a los pechos depilados y mueve su cadera con fuerza. El orgasmo ronda sus cabezas, sus espaldas. Va a correrse él primero, no lo puede evitar, levanta la pelvis en media docena de zarpazos desesperados y descarga la leche en el coño de la doctora. A ella no le importa el orgasmo de su amante, ahora no, busca el suyo con desesperación y no le importan los gestos de dolor que encuentran sus embestidas. Por fin lo siente acercarse, mira hacia arriba, clava las uñas, y el cuerpo, la pelvis, el culo se aferran a la polla y a las piernas del joven que ya no resiste más. Después se deja caer ligeramente y se reincorpora. En apenas unos segundos vuelve a ser la doctora formalmente vestida incapaz de una locura así. Antes, a modo de despedida, le dedica un último lametón con sabor a coño a una polla que ha estado, definitivamente a la altura. Él se viste, un tímido abrazo, cargado de no pocas dosis de cariño y un estás perfectamente, que pase el siguiente. Cuando se aleja lo observa, con su andar masculino y sus espaldas de nadador. Hazme un favor, le dice a su ayudante, dame unos cinco minutos antes de que entre el siguiente. Ahora se recuesta en su camilla, se quita los pantalones y comienza a masturbarse salvajemente, todo lo que ha ocurrido sólo en su cabeza en una revisión rutinaria más, va a volver a ocurrir, con tanta fidelidad que no va a necesitar más que de unos segundos para correrse sobre sus manos.

1 comentario:

dafne dijo...

Ayyyy que dura es la vida de las doctoras y doctores...
ya empiezo yo a comprender las horas que nos pasamos en la sala de espera....(5 minutos más por cada juego mental)jejejje

Besos
dafne