6 de marzo de 2009

CAMPO DE TRABAJO

Quizá sea frivolizar. Pero creo que estos días he podido entender un poco más la angustia que sentían los judíos en los campos de concentración. Pasa en las empresas grandes. Primero es como un rumor. Siempre hay rumores, pero algunos, no sabes bien por qué, resultan más creíbles a la par que inquietantes. Eso lo veo como el tren que se acerca al campo de concentración o al ruido que debían hacer los hornos cuando empezaban a funcionar, esperando a sus moradores. Después van llegando las llamadas. La primera persona que entra en el despacho en esa mañana lo hace ligeramente inquieto, e incido en el ligeramente. Y sale compungido. Es el fontanero, acaba de abrir el grifo. Cada uno tiene una forma de expresar sus sentimientos, pero lo habitual son las lágrimas y el abrazo con algún amigo del trabajo, siempre hay un amigo que al verte entrar se ha quedado inquieto y espera tu salida. Se acabó. Es el primer despido. Entonces el silencio se hace espeso, los teléfonos incluso pareciera que no sonaran. Y cuando lo hacen provocan en los receptores un respingo ¿seré el siguiente? Hasta que una de esas llamadas la recibe otro compañero y es para ir al mismo despacho que el anterior. A él le tiemblan las piernas y tiene un nudo en la garganta mientras camina. Es un recorrido que habrá hecho cientos de veces, pero es como si caminara por una desconocida senda, oscura y tenebrosas. Sale con el mismo resultado. Y se suceden las llamadas, y la empatía se pierde o dura lo que dura la evidencia de que de momento tú sigues ahí. Pero esperando la llamada. Así que cada telefonazo es un tirón más, otra vuelta de tuerca. Se suceden y se suceden los pasos arrastrados, las lágrimas contenidas, la frustración de ser un número en alguna cuenta lejana de algún tipo desconocido que decide tu futuro sin tener la más mínima intención de conocerlo. En un momento dado se acaban las llamadas, y queda el rescoldo, tal vez los sollozos y los abrazos. Y otra vez el silencio. Y entonces tienes la sensación no de haber salvado la vida, sino, como imagino sentían los judíos en los campos de exterminio, de haber aplazado la cita. Y comienza otra cuenta atrás, hasta que un día empiezan de nuevo los rumores, y las llamadas…

3 comentarios:

Elena dijo...

es tu propia visión laboral??...uf

Dudu dijo...

Mal asunto amigo. Toma la postura del pulpo... agárrate a la silla con brazos y piernas... y si te despiden... por lo menos te llevas la silla.

Anónimo dijo...

duro, eh? espero que mi teléfono no sea el próximo en sonar...