Reconozco que hay veces que veo o leo algo y maldigo mi suerte. Tengo cierta frustración, porque algunas (y no son pocas) cosas de las que veo en el cine, por ejemplo, han pasado antes por mis oficinas de creación. Así, a bote pronto, recuerdo una película sobre una persona que va a la cárcel acusada de matar a su marido, planeado todo, claro, por el marido que cambia de nombre y de vida. Esa persona, al salir de la cárcel, lo único que busca es matar de verdad a su marido, ya que ha pagado por el crimen. Se me ocurrió hace mucho tiempo que sería interesante un programa sobre la vida de las personas normales. Iba a titularlo 24hora con, y narraría la vida, por ejemplo, de unos barrenderos, en una gran ciudad, en un pueblo, en un ministerio etc. Si no me equivoco hay un programa llamado vidas anónimas que va por esa línea. Al final es la empatía y que las ideas andan por ahí y las cazan más de uno. Cuando algo me gusta suelo valorarlo enfrentándolo a mi capacidad creadora. El premio gordo son los que me hacen chascar los labios y reconocer que jamás escribiré así o seré capaz de hacer una película asá. Pero hay muchos que pienso, orgulloso que soy, esa película bien pudiera haberla hecho yo, es mi estilo, o el estilo que tendría si tuviera estilo. Con la novela me ocurre lo mismo. Y con otros campos igual. Y hoy dejo un ejemplo que es todo un corto en sí mismo, el mejor anuncio que he visto en mucho tiempo, sencillo, directo, inteligente y divertido. Merece la pena. Quiero decir, si yo hiciera anuncios me gustaría haber hecho este.
29 de septiembre de 2008
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