He estado tan solo dos veces en mi vida parado. En paro, para ser más claro. Me refiero a un periódo largo, porque semanas estuve alguna que otra entre un trabajo y otro, sin pasar por la oficina de empleo, navegando en la precariedad hasta que eché el ancla en mi primer trabajo estable. El primer periódo de los que hablo duró cuatro meses y era estudiante. No busqué. Había trabajado un año, cobré mi paro sabiendo que al terminar (verano) estaría otra vez ocupado. Disfruté, cobrando y teniendo tiempo para estudiar y hasta para vivir. Ni me arrepiento ni tengo cargo de conciencia por ello, es un derecho que adquirí y que nadie me preguntó si quiería o no tenerlo mientras trabajaba. Después, bastantes años después, volví de nuevo al paro. Perdí el trabajo en el que había estado casi cuatro años, no tenía hijos (aunque sí hipoteca) y una pequeña indemnización que me permitió luchar por última vez por mi sueño: ser escritor. Durante seis meses volví a ser estudiante, cobrando, y sobre todo estuve escribiendo. Una novela, Gigoló, que se presentó a la última edición del premio La sonrisa vertical y que me dejó muy claro que la hipoteca jamás me la pagarían las letras. Después, estuve un mes buscando trabajo y hasta ahora. Eso quiere decir que mi tiempo de parado fue más bien voluntario y muy aprovechado. Aun así recuerdo las visitas a la oficina de empleo, la sensación de no saber cuando cambiará la cosa, las entrevistas, pasear por la mañana, a las doce y pensar que todo el mundo te mira diciendo, mira, es un parado. Nunca pasé miedo, porque la comida no me faltaba, ni tenía hijos que alimentar, y en cambio, me sentía imperfecto, incompleto e incomprendido. Quería demostrarle al mundo que servía, que tenía un potencial. Hablo de semanas, tal vez de días, de un trabajo a otro, de una entrevista a otra, con cierta holgura en la cuenta bancaría, no me hago a la idea de lo que tiene que ser un paro de larga duración, esa angustia, ese pasar de los días, esa odiosa rutina, ese tiempo forzosamente libre. En España hay ahora mismo más de dos millones de parados y se me pone un nudo en la garganta de ponerme en su pellejo.
4 de septiembre de 2008
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2 comentarios:
Con tanto parado las administraciones publicas deberían ponerse la pilas ya, y empezar a contratar interinos.
Estoy cobrando el paro, mil euros limpios al mes.
Por el mismo precio estaría trabajando en Justicia o en Educación
Sin duda, lo que plantea pedro j. no es ninguna tontería. Con las enormes carencias que hay en la prestación de un buen número de servicios públicos, algo así mejoraría la calidad de vida en general y la de esos parados que ven con angustia acercarse la espada de damocles del fin del cobre de la prestación por desempleo. Y tampoco estaría mal que eso fuese así por siempre, aunque hubiese que traer mano de obra de fuera por estar todos los trabajadores de aquí ocupados. Pero claro, habría que comenzar a cobrar impuestos de verdad a tanto empresario millonario como hay por ahí y, a un tiempo, dejar de otorgar tantas "graciosas" subvenciones a grandes empresas con beneficios mileuromillonarios -frente al jodido maleficio que asola a los mileuristas-. Y eso, claro, pondría en peligro el tórrido romance que viven entre sí empresarios y políticos.
Abrazos.
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