Vas andando por la calle, pegado a coches aparcados y de pronto te encuentras con un tío enorme, metido en el asiento de atras de un coche, encajado entre la puerta y una silla para bebés. Golpea desesperado el cristal cuando pasas. ¿Qué haces?. Parece realmente desesperado, te está pidiendo ayuda, pero ¿qué hace dentro de un coche?, ¿lo dejaron encerrado?. Dime, ¿qué haces?. No se en que porcentaje exacto, pero buena parte de la ciudadanía saldría pitando. Pues algo así bien pudo ocurrirme a mí en una de esas casualidades cómicas de la vida, que yo llamo momento Jaimito, en herencia a aquellos chistes de nuestra infancia. Cerca de la media noche fui a sacar la silla para el peque de mi coche para meterlo en el de mi pareja. Es un familiar, un alfa, ya lo hemos comentado, pero es, digamos, un familiar de macarra, con mucha potencia, pero pequeñito. El caso es que atrás, con dos sillas, el tercer ocupante, y más si es un tipo como yo, digamos grandote, lo puede pasar realmente mal. Así que, para rematar la faena decidí probarlo yo mismo. Me senté tras el asiento del conductor, a mi izquierda la puerta clavada en las costillas. A mi derecha la silla del peque dándome "caricias" en las orejas. Y, claro, las rodillas taladrando el asiento delantero. Incómodo, realmente incómodo, pero bueno, Barajas-carabanchel no es, pese a los atascos, un Madrid-Murcia. En fin, me dije, es lo que hay y fui a salir. Pero la puerta no abría. Mierda, me dije, el seguro para niños, la puerta no se puede abrir por dentro. Vale, bajaré la ventanilla y la abro desde fuera, pero si no está la llave puesta no funcionan tampoco. Así que, ahí me véis, con mis casi 190 centímetros, mis casi 100 kilos encajados como un vitorino en un chiquero (¿se dice así?). Rodilla arriba, rodilla abajo, brazo sobre asiento, el reposa cabezas que se sube, yo que caigo sobre las marchas, hasta que por fin meto la llave. Pareciera que me hubiera cáido de un sexo piso sobre un descapotable, encajado entre todos los asientos. Quise retornar a mi ratonera para abrir la ventanilla y salir por fin, pero recordé que tampoco se pueden bajar las ventanillas desde atrás, así que en tan indecorosa postura alcancé los mandos delanteros para, no sin esfuerzo, bajar la ventanilla, volver al asiento, abrir la puerta y salir, por fin, a la calle, a la ¡ libertad !. Así que, si hubiera pasado alguien en ese momento, hubiera golpeado el cristal desesperado para que me abriera la puerta y haber evitado salir del coche con magulladuras y el orgullo herido. Claro, que visto de otro modo, al menos así no me vio nadie, o eso espero, teclearé "oso encerrado en el coche" en youtube por si algún vecino me estuvo grabando. Y es que hay situaciones realmente incomprensibles e incómodas que resultan muy difíciles de explicar. Dejo otra. Vives en un piso alto. Llamas al ascensor, cuando entras el olor es insoportable, el último usuario se ha dejado un pedo de esos que te obligan a torcer el gesto y taparte la nariz. Cuando llegas el bajo está esperando ese mismo ascensor esa vecina que tanto te gusta, rubia, alta, te sonríe, la sonríes y cuando las puertas se cierran te das cuenta. Ella estará torciendo el gesto, tampándose la nariz y lo que es peor, no podrás explicarle que tu no...entre otras cosas porque es probable que nunca más vuelva a sonreirte...
28 de mayo de 2008
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2 comentarios:
He de reconocer que tienes madera para "El Club de la Comedia". Hacía tiempo que no me reía con una cosa como esta. Estamos acostumbrados únicamente al "humor visual", es decir, realmente disfrutamos al ver como un pobre desgraciado estampa sus dientes contra el suelo al saltar con su monopatín dese un tejado.... y en ese momento piensas: " en qué estaría pensando este desgraciado para que decidiese hacer semejante tontería......".
P.D: Aplícate el cuento y tómate cinco segundos para pensar.
jajajaja
para Carlos García Hirschfeld en noche de impacto.
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