22 de mayo de 2008



EL TIPEJO Y SUS SECUACES

Mi primer pensamiento al verle salir del coche me hizo, inconscientemente, sufrir un déjà vu. Yo esto ya lo he visto antes, me interrogó la cabeza, yo esto ya lo he vivido hace algún tiempo. Seguí observando atentamente las imágenes de los otros tres personajillos que salían de los respectivos coches y se dirigían a los medios soltando sandeces cual si fueran héroes de la patria vasca arrebatada.

Y me reafirmé aún más en mis pensamientos, un patriota es un idiota y sobre todo una persona simple, vacía, inconsistente, que necesita envolverse en símbolos e identidades de algo que es absolutamente etéreo. Porque lo blanco no siempre es blanco, ni lo negro, negro. Siempre hay matices. Y de ahí la grandeza del hombre, de los matices, de las discordancias, de las dudas es de donde creo que surge lo verdaderamente interesante y donde el hombre ha labrado su grandeza como hombre, es decir, como ser racional.

Y entonces fue cuando mi cabeza hizo clic, y me topé con la imagen que ya sabía yo que había vivido o visto antes. Ocurrió hace unos meses, también frente a la pantalla de televisión. En ese caso fue en Portugal. Fue cuando de un coche de policía salió un tipo despeinado, orondo, con barba de varios días, desaliñado, que de repente se dio cuenta de que era el centro de atención y proclamó a los cuatro vientos: Buenos días a todos, soy el Solitario.

Efectivamente, Francisco Javier López Peña, considerado por los altos mandos policiales españoles y franceses el número uno de ETA, al salir del coche camino al piso franco que habitaba en Burdeos, era prácticamente el mismo tipo de individuo impresentable que el Solitario. Un pobre hombre, desgraciado y frustrado, con aspecto áspero y rodeado de su propia podredumbre, cuya única salida en la vida, para conseguir creerse ser algo, es convertirse en un cínico y frío asesino.

Y solo esa fuerza, la que hace que alguien cobarde e inútil empuñe una pistola o bomba, es la que le hace a este tipo esperpéntico de hombre, creerse algo, para enfrentarse así a otro hombre desarmado que lo único que tiene son ideas diferentes de la vida y de las cosas.

Y la imagen patética de este asesino me hizo pensar: ¿cómo puede ser que haya más de 100.000 personas que puedan tener en sus cabezas las mismas ideas, bárbaras, torpes y absurdas que este insignificante tipejo?.

Así que solo me queda añadir: A por ellos. La justicia y la razón frente a la violencia y la irracionalidad. Hasta que algún día, esos 100.000 entiendan que con la palabra todo si la idea es mayoritaria, pero con la violencia asesina, cárcel y el mayor de los desprecios.

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