27 de mayo de 2008

¿QUÉ HABRÉ SACADO?

No sé a cuantos de vosotros os pasa, pero tengo el síndrome Homer Simpson, es estar en algún tipo de clase o formación y tener ganas de preguntar ¿eso entra para el examen? (él lo pregunta cuando la profesora da su nombre). Los pasillos de la universidad se hacían eternos cuando lo que había al final eran las temibles listas con las notas. Allí nos arreomolinábamos todos, cabeceando, braceando, indiceando (que debe ser mover el índice, o eso espero al menos) hasta que encontrabas la línea con tu nombre. Había sorpresas, buenas y malas, igual que las caras. Normalemente cuando la nota era o muy buena o muy mala había que confirmarlo una segunda o una tercera vez, y si era necesario se buscaba una regla para cerciorarte que tras tus apellidos había un sobresaliente o un suspenso. Ha sido así desde que tengo uso de razón escolar. Siempre exámenes, siempre boletines, siempre calificaciones. Han pasado los años, las décadas y nada ha cambiado. La selectividad, las pruebas de acceso, las oposiciones, todo es siempre un examen donde te enfrentas a un papel en blanco y donde debes demostrarle a un tipo que puede odiarte, quererte, tenerte asco y un largo etcétera, que estás cualificado dentro de la materia que él imparte. Si un licenciado estudia una media de entre quince y veinte años, ¿cuantos exámenes habrá hecho en su vida?. Cada curso de la EGB suponía unos 20, eso ya nos da 150 mañanas de nervios y preguntas. Después en el instituto, ¿no serían al menos 40 más?. ¿Y en la universidad?, qué mínimo de unas 70 asignaturas, a poco que tengas mala suerte, malas praxis y razones varias, te pones en los 100 exámenes. Si a esto le añadimos el carné de conducir y alguna que otra prueba más, nos plantamos en los 300 exámenes en una vida. ¿Cómo no voy a tener el síndrome del estudiante?. Lo digo porque hace unas semanas tuvimos que hacer una especie de curso on line en el trabajo sobre el uso correcto y ético del correo electrónico. Iban dando una serie de indicaciones, ejemplos, ideas y al final había una especie de examen para comprobar que habías asimilado los conceptos. Eran 10 preguntas sobre lo que habías leído y, ¿os podéis creer que tenía cierta tensión mientras el ordenador me mostraba los resultados?. Iba a dar igual, porque como mal mayor tendría que repetir las preguntas hasta conseguir las respuestas adecuadas, y aun así, mientras el ordenador elaboraba la calificación sentí ansiedad, deseos de que lo mostrara y ver que sí, que había asimilado los conceptos. Lo que os digo, el síndrome del examinado.

2 comentarios:

eSadElBlOg dijo...

yo la última muestra del síndrome la tuve en unas pruebas de inglés para un trabajo. El de al lado se me quería copiar y claro, no era plan que le dejara copiar para que me quitara el curro, así que me dieron ganas de poner una carpeta de pie entre él y yo, pero me tuve que conformar con girarme un poco...

raul rodriguez dijo...

es como cuando te paran los civiles llevas todo en regla pero te acojonas.