24 de mayo de 2008

Acúname, madre, en la mar


De corales y de espuma,
Cóseme, madre, un vestido,
Que, aunque tú ya estás viejita,
Sigo siendo como un niño
Que, sin mar, vaga desnudo
Con el salitre adherido
A la piel y a la garganta
A la mirada y su nido.


¿Sabes?, madre, tengo miedo
A morirme despacito
Sin haber sentido el mar
Arrullando mis latidos,
Sin el sabor a mareas
Que ambicionan mis sentidos,
Y sin gozar de las olas
Como si fuese un chiquillo;



Que muero, madre, de pena,
Por un cariño perdido,
Y me adelgazan la sangre
Nostalgias como colmillos;



Tengo, madre, el alma yerma
Por la arena del olvido,
Y del hambre de la ausencia
Mi corazón desnutrido;



Madre que me estoy perdiendo
Madre que sangro rendido,
Madre que me duele el alma,
Madre que pavor respiro;



Tú no me abandones, madre,
Y obra en tu pecho un prodigio:



Como está mi quilla rota
Y mi timón se ha partido,
Regálame por mi santo,
De la mar, un caballito,
Que cabalgue a lo más hondo
Del océano infinito;



Que me acerque en su galope
Al confín de mi destino
Y que anegue mis pulmones
De impenetrables abismos;
Y sonoras caracolas
Que susurren a mi oído
Cantos de amor imposible
De los azules nacidos;



Téjeme dos alas blancas
Para mi palo rendido
Que se pudrieron mis velas
De desespero y hastío,
Alas blancas como lunas,
Como faros encendidos,
Que mi mirada está ciega
Y no encuentro mi camino;



Y despliega con caricias,
De algas, un lecho muy fino,
Que me aparte de este insomnio
Donde agonizo sumido.



Madre, estréchame en tus brazos,
Que estoy henchido de frío,
Ven a arroparme en la noche
Que mis sueños he perdido;



Y si canta una sirena,
Reclamándome a gemidos,
Deja que me marche, madre,
Que sin su luz ya no vivo.

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