Me preguntaba un amigo por qué no me alegraba con el título de liga del Madrid, conseguido ayer heróicamente (para seguir el estilo de la prensa especializada). Me perdí, como siempre, en divagaciones sobre la obligación de un deportista, los objetivos mínimos, el espíritu pesetero del deporte y un largo de inútiles etcéteras. La razón es mucho más peregrina, y es que no me motivan las ligas cuando estas no van bien ajustaditas a un muslo. Soy un chulo, un madridista garrafón y arrogante que ve la liga como un mal menor. Después, justo antes de acostarme, pasé por la habitación del peque, para arroparlo, (hay que ver lo lagartijilla que es debajo de las sábanas) y confirmé mis sospechas. Ahí estaba, la verdadera razón de que el alirón madridista me hubiera dejado indiferente. No voy a culpar a mi hijo de mi relativa desidia forofista futbolera, pero cuando uno es padre digamos que lo secundario ocupa, por fin, el plano que merece. El viernes nació el deseadísmo primer hijo de una pareja de amigos, él madridista cerrado, de los de Etóo, ya sabéis, saluda al campeón. Fui a conocer al heredero y le dije a mi amigo, en broma, ¿qué?¿quedamos para el partido?. Me miró, se rió y siguió a lo suyo, que era su pequeño. Es el mejor ejemplo que se me ocurre. Pero es verdad que hay muchos, de esos que no van tan directos al centro anímico, al corazón. Esta mañana, cuando ha sonado el despertador, con un rigor que odio, maldito cacharro del infierno, he tenido una nueva evidencia de lo que intento contaros. No me he imaginado a Higuaín, autor del gol, consolándome por mi retorno vacacional a la rutina madrugadora, ni a Raúl echándome una mano con el cierre, todavía pendiente, o a Pepe aplaudiendo cuando logre responder la ristra de emails que siempre me recibe después de un descanso. No, ellos estarán de fiesta y yo seguiré trabajando, si algo va mal no podré consolarme diciendo, bueno, por lo menos el Madrid ha ganado la liga. Creo que la gran mayoría de los triunfos deportivos son como los chicles, a los tres mordiscos pierden sabor y ya no tienen sentido. Y es cierto que sigues y sigues algunas veces dándole a la mandíbula, pero es un esfuerzo inútil, el sabor ya se ha perdido y necesitas otro chicle, como mínimo. Y eso lo dice quien hace no muchos meses estaba tirado en el suelo a lágrima viva viendo como Rudy Fernandez lograba un rebote magistral en las semifinales del mundial de baloncesto. Y a todo esto, felicidades al campeón, ganar la liga con cuatro jornadas de adelanto, llevar desde la segunda como líder, no es para menospreciar. Y no lo olvidemos nunca, esto, por muchos millones que mueva, no deja de ser un juego...
5 de mayo de 2008
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