3 de marzo de 2008

INMIGRACIÓN E IGLESIA


Leí una pregunta en una carta al director que me sugirió este tema: ¿qué opina la iglesia (católica española, para más señas) sobre la inmigración?. Es una pregunta que admite muchos matices que, en campaña, se centrarán sobre todo a la política, claro.
Partimos de la premisa (teórica) del generalismo del mensaje cristiano: Dios creó a los hombres por igual y por tanto iguales somos todos ante su ecuánime mirada. La Biblia, que yo sepa, no dice nada de estados, naciones, leyes de extranjería ni nada que se le parezca. No se contempla en el Viejo o en el Nuevo Testamento la posibilidad de ilegalizar a una persona por su lugar de nacimiento, ya que para Dios somos todos iguales. Claro, que me diréis, tampoco contempla la posibilidad de darle sombra de palio a dictadores. Sí, vale, ahí os doy la razón, pero vamos a centrarnos en la extranjería.
Si tenemos todo esto en cuenta no entiendo como, al igual que en sus charlas dominicales invitaron a no votar a partidos que dialogan con terroristas (otra aberración cronológico moral impresentable), no se invita también a no votar a partidos que ofrecen leyes que discriminan a las personas por razón de nacimiento. Total, somos todos iguales ¿no?. Pero la Iglesia, como institución, no se ha dado cuenta todavía del filón (es su única vía de escape a la lógica estampida de fieles) que suponen las bolsas de inmigrantes latinos. Y por eso anda coqueteando con la derecha reaccionaria, que piensa que este país está lleno y que, para vaciarlo, lo mejor es obligar a los inmigrantes a comer torreznos y a dormir la siesta. Si existiera una posibilidad de que los extranjeros vinieran cada día a trabajar a España y volverse a sus tristes casas de origen cada día, si no molestaran, si no se les ocurriera traernos su música, sus costumbres, sus idiomas, sus diferencias, si solo vinieran, trabajaran y se fueran, estarían encantados con ellos. Pero para desgracia y desesperación de esa derecha de la que hablamos, además de trabajar estos inmigrantes tienen la insensata costumbre de vivir, vaya hombre, que cosas tiene esta gente.
Y a todo esto la Iglesia olvida sus premisas de igualdad y se alinea con quienes ponen en duda la universalidad del ser humano. Cuando una persona por lo que sea pierde la capacidad de hablar, se expresa por signos y no le entienden, puede llegar a desesperarse por esa imposible comunicación. Así me imgino a Dios, que por signos ha lanzado durante siglos un mensaje de igualdad, desesperado ante la incapacidad de sus mensajeros de traducirlo correctamente. A lo mejor, a todo esto, es que la comunicación no ha fallado tanto...nunca se sabe.

No hay comentarios: