Despedir a un trabajador no es nada fácil. No conozco a nadie que disfrute. Aunque personas malas y retorcidas las hay en todos los lugares, nunca me he cruzado con una. Como usuario de adioses forzoso (ha habido unos cuantos) me he encontrado con todo tipo de respuestas. Por los trabajos de los que me echaban y el tipo de personas (poca experiencia como jefes) casi nunca de forma correcta. La primera vez que me echaron de un trabajo fue hace décadas, recien terminada la carrera trabajé en el turno de noche (back office lo llamaban, que queda más elegante) de Airtel (ahora Vodafone). Como el trabajo fluctuaba que daba gusto, doscientas personas entramos juntas y a los dos meses nos fuimos otras tantas. Como ovejitas de unas escaleras a otras hasta que en un despacho de diez en diez fuimos firmando el finiquito, que no era tal. Después fue en la competencia, cuatro meses, nos quisieron cambiar la categoría (de administrativos a teleoperadores) porque así les vino en gana, los que nos negamos nos fuimos a la calle. El ejecutor, un licenciado en historia, estaba más cerca de la histeria por ver a una decena de sus coordinados negándose a firmar el cambio de contrato, así que nos explicó los detalles del despido a gritos. Después, en otros tres o cuatro trabajos en los que he terminado, ya sea por mi parte o por la suya, antes del contrato, las cosas fueron más o menos humanas y lógicas, porque ya se trataba de empresas y de trabajadores con un perfil en lo que a recursos humanos se refiere, mucho más profesional. Y ya se sabe, las multinacionales y las fusiones son un mundo a parte.
Sea como fuere es un mal trago (para el trabajador por su puesto, vaya esto por delante) para la persona que ejecuta la orden. Como coordinador de un grupo debe de ser lo último que a uno le gustaría hacer. Incluso para quienes toman la decisión. Estos días he vivido una situación sobre este tema. Tengo tres amigas, entre las que está mi pareja, que hace unos años montaron el negocio de su vida (ya hemos hablado de él) un centro de terapia integral del niño (Momo). Por necesidad han tenido que buscar un profesional para unos seis meses (como mínimo). Al tratar con niños y un trabajo tan especializado (fisioterapia) la elección de la persona es muy delicada y el perfil tan concreto que las posibilidades son bajas. Encontraron una mujer que a priori encajaba en ese perfil, aunque a nivel de implicación desde el primer instante notaron cierto desdén hacia el proyecto. Tuvieron algunos pequeños conflictos sobre la situación laboral (horarios y detalles de este tipo) pero una vez que la persona en cuestión comenzó a trabajar con niños todo eso pasó a segundo plano: no tenía el nivel que requería el puesto. Así que tuvieron que despedirla. La noche anterior mi pareja no durmió. Había razones más que suficientes, el centro y sobre todo el tratamiento de los niños está por encima de todo, y si la persona no está a la altura no hay nada que cuestionar. No había por tanto dudas morales, ni tan siquiera laborales (estaba en periódo de pruebas). Pues ha sido el peor momento para ella desde que decidió emanciparse laboralmente. No dejaba de darle vueltas, buscarse sus argumentos, encontrar las fuerzas, porque, como he comentado, si eres una persona medianamente humana, medianamente sensata, despedir a alguien nunca, nunca, es un buen trago.
Sea como fuere es un mal trago (para el trabajador por su puesto, vaya esto por delante) para la persona que ejecuta la orden. Como coordinador de un grupo debe de ser lo último que a uno le gustaría hacer. Incluso para quienes toman la decisión. Estos días he vivido una situación sobre este tema. Tengo tres amigas, entre las que está mi pareja, que hace unos años montaron el negocio de su vida (ya hemos hablado de él) un centro de terapia integral del niño (Momo). Por necesidad han tenido que buscar un profesional para unos seis meses (como mínimo). Al tratar con niños y un trabajo tan especializado (fisioterapia) la elección de la persona es muy delicada y el perfil tan concreto que las posibilidades son bajas. Encontraron una mujer que a priori encajaba en ese perfil, aunque a nivel de implicación desde el primer instante notaron cierto desdén hacia el proyecto. Tuvieron algunos pequeños conflictos sobre la situación laboral (horarios y detalles de este tipo) pero una vez que la persona en cuestión comenzó a trabajar con niños todo eso pasó a segundo plano: no tenía el nivel que requería el puesto. Así que tuvieron que despedirla. La noche anterior mi pareja no durmió. Había razones más que suficientes, el centro y sobre todo el tratamiento de los niños está por encima de todo, y si la persona no está a la altura no hay nada que cuestionar. No había por tanto dudas morales, ni tan siquiera laborales (estaba en periódo de pruebas). Pues ha sido el peor momento para ella desde que decidió emanciparse laboralmente. No dejaba de darle vueltas, buscarse sus argumentos, encontrar las fuerzas, porque, como he comentado, si eres una persona medianamente humana, medianamente sensata, despedir a alguien nunca, nunca, es un buen trago.
4 comentarios:
Es que la Inma debe ser un cacho pan, y tú, querido amigo, perdona que te lo diga, un pardillo. Tengo una compañera que trabaja mucho y muy bien, difícil de superar en lo que hace, que ha echado un montón de horas sin cobrarlas, que ha hecho cientos de favores, que, encima, cobraba poco (no nos pagan -a algunos- en relación a nuestra calificación profesional), y a la cual hace unos días le han puesto en la puta calle mediante el medio tan cálido humano de un fax. Y es que hay otro amigo de, que... Ya se sabe, la izquierda "faxista" es así...
Abrazos.
Sí, Inma es un cacho pan, eso no te lo niego, pero pardillo en esto no soy. Las he tenido de todos los colores. Mi reflexión (creo que no ha quedado clara, la verdad) es que cuando eres buena persona aunque la o el despedido lo merezca no va a ser nunca agradable. Y aunque la delicadeza y la justicia no suelen ser variables en estas escenas, no he conocido a nadie que diga hoy despido a doce, joder, que buen día hace. Y los hay, seguro, pero...
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A mí me despidieron una vez, Larrey, y fue una persona del PSUC, con la que discrepaba y que me resultaba "superestalinista". Soy de izquierdas, pero aquella persona es la persona más "facista" con la que me he topado,lo que me enseñó a "relativizar" eso de ser de un signo o de otro...
Las fronteras, siempre lo digo, no están en el color ni en las ideologías, ni en la edad, ni en las lenguas....las fronteras están en las mentalidades.
Aquel individuo no pasó un mal trago con mi despido, en absoluto, y yo... bueno, no pasé ningún trago porque me ardía la garganta
y el fuego no se bebe
Chaíto
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