17 de diciembre de 2007

NAVIDAD


Leí hace tiempo de Maruja Torres o de Rosa Montero (que para mí son las misma persona, no consigo disociarlas en el recuerdo) una interesante reflexión sobre la navidad. Ella, puesto a disociar, hablaba de que la navidad no tiene por qué ser algo relacionado única y exclusivamente con la religión, sino que era algo más, una especie de hermanamiento temporal. Claro, que si confundo a las marujas con las rosas y a las torres con los monteros, pues lo mismo la idea que recuerdo es algo brumosa, cuando no confusa. En fin, el caso es que no consigo ilusionarme con esto de la navidad. Pensaba que con un hijo, el tema de los reyes y noeles, pues que iba a encontrar ese espíritu. Pero ni el de las pasadas, ni el de las presentes, ni el de las venideras, no hay espíritu que me visite del 24 de diciembre al 6 de enero.
Tampoco soy un justicero del ateismo que se dedicara a apedrear bombillas (aunque ganas no me faltan) o a zancadillear a papas noeles. No, mi ateismo en este caso se limita a fruncir el ceño y escurrir el bulto en cuanto puedo. Así ha pasado en mi vida privada, con mi pareja, con el tema del árbol. Ya se sabe que el trastero, que es como la selva (sobre todo el mío, que hay que entrar a machete limpio con los trastos) y el maletero de los coches son patrimonio exclusivo de los hombres. Y como el árbol de navidad es un objeto de trastero 350 días al año, pues ahí estaba, descansando y con mi conciencia tranquila hasta que llegaron los primero mensajes. Habría que ir bajando. Y las primeras respuestas. Uf, que tarde es, ya si eso, casi mejor otro día. Han sido dos semanas de ataques (¿pongo las comillas?) constantes (mira que las mujeres organizadas en eso) de los que me he defendido como he podido, con una batería de excusas que ya las quisiera el mejor de los mentirosos. He perdido la batalla, todo hay que decirlo, y la he perdido en los dos sentidos, porque al final el árbol está en mi casa (con el entusiasmo de mi pequeño) y ha tenido que ir mi pareja al trastero...alguno lo verán como una victoria parcial. Pero no, en el entramado masculino/femenino esa es una derrota.
Así que, como todo hijo de vecino, ahí tengo mi arbolito de navidad, con sus bolitas y su arrogancia, recordándome que soy ateo. Si lo miro así un poco de lado, torciendo la cabeza, me da la impresión de que se estuviera descojonando y las bolas fueran sus dientes. Lo peor de todo es que mi hijo ha aprendido el funcionamiento y este maravilloso artilugio navideño incluye su faceta musical, que es una suerte de villancicos monofónicos atronadores que van a acabar con mi paciencia. Madre, cuanto va a tardar en llegar al cuesta de enero...

1 comentario:

Pedro dijo...

Para distinguirlas yo elegí leer los artículos firmados por Rosa Montero y pasar de Maruja Torres.